Editorial La Jornada
Según
la Unidad de Fiscalización del Instituto Federal Electoral (IFE), el
único candidato presidencial que rebasó los topes de gastos de campaña
en el proceso electoral pasado fue Andrés Manuel López Obrador, de la
coalición Movimiento Progresista. Si en su sesión de mañana el Consejo
General del organismo aprueba tal dictamen, ello se traduciría en una
multa de 63 millones de pesos para los partidos que integraron esa
alianza: el de la Revolución Democrática, el del Trabajo y el
Movimiento Ciudadano. En contraste, la oficina referida exoneró de esa
falta a la coalición Compromiso por México (PRI- PVEM), que postuló a
Enrique Peña Nieto, y al Partido Acción Nacional, cuya abanderada fue
Josefina Vázquez Mota; adicionalmente, la Unidad de Fiscalización del
IFE encontró diversas irregularidades en el conjunto de las
candidaturas, especialmente la priísta-verde, por irregularidades en el
manejo de gastos de campaña y omisiones de información a la autoridad.
El primero de los puntos señalados es, con mucho, el que más llama
la atención porque choca frontalmente con la generalizada percepción
social, documentada por los medios, de que el aspirante presidencial de
las izquierdas fue el que llevó a cabo la más austera de las campañas,
en tanto que sus rivales priísta y panista realizaron un derroche de
gastos tan inocultable como desproporcionado respecto de los recursos
públicos manejados por sus partidos respectivos, tanto en los ámbitos
federal como estatal y municipal.
En el caso del Revolucionario Institucional, el financiamiento de
campaña estuvo, además, marcado por las operaciones oscuras de dinero
con las célebres tarjetas Monex, los plásticos de prepago de una tienda
de autoservicio y las tarjetas de saldo de telefonía celular,
instrumentos de pago que fueron adquiridos en forma triangulada y
repartidos copiosamente en amplios sectores del electorado. Cabe
recordar que el Movimiento Progresista recabó, entre julio y agosto del
año pasado, miles de esos instrumentos, además de toneladas de objetos
propagandísticos, y que en el mes siguiente el Tribunal Electoral del
Poder Judicial de la federación (TEPJF) desechó sin gran trámite tales
indicios de una
compramasiva de votos. La semana pasada el propio IFE reconoció la existencia de las tarjetas Monex, las tuvo por legales e ignoró que en su compra intervinieron empresas fantasmas, además de que no se acreditó la procedencia legal del dinero invertido en las transacciones correspondientes.
Un
ejemplo de la manifiesta disparidad de los recursos manejados en las
campañas de Peña Nieto y Vázquez Mota, por un lado, y la de López
Obrador, por el otro, es el rubro de transporte y logística: en tanto
los primeros se movilizaron de manera regular en aviones y helicópteros
privados, el segundo recurrió en forma sistemática a vuelos comerciales
y al transporte terrestre. El contraste se repitió en la publicidad en
espectaculares, en la logística y en la producción y obsequio de los
llamados
utilitariospropagandísticos.
En suma, en su revisión de los gastos del pasado proceso electoral
la Unidad de Fiscalización del IFE parece haber optado por un acomodo
de números contrario a las realidades atestiguadas por el grueso de la
sociedad. Si su Consejo General convalida tal extravío, el organismo
encargado de organizar y vigilar los procesos electorales estará
lanzando el mensaje ominoso de que quienes señalen irregularidades
serán acusados de ellas, lesionará en forma permanente lo que le resta
de credibilidad, refrendará el desaseo de sus principales funcionarios
durante la pasada elección presidencial y causará daño grave a los
anhelos sociales de democracia efectiva que le dieron origen.
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