Leonardo Curzio
Ocurre cada 12 años. El calendario político hace coincidir el inicio de las administraciones en México y EU. No existe un patrón preestablecido que determine si esto puede ayudar a impulsar nuevos temas, pero el arranque de dos gobiernos siempre abre una tímida ventana a la esperanza. De los muchos problemas que tendrá que enfrentar Obama es seguro que muchos tendrán impacto en México. El primero es, sin duda, la economía; de la suerte del vecino depende en gran medida la nuestra. El segundo es el control de armas, tema en el que anunció la semana pasada que se jugará todo su capital político. El tercero es reformar el sistema migratorio. No lo hizo en su primer periodo, pero tiene una deuda con el electorado que le garantizó cuatro años más en la jefatura del Estado.
De lo que haga Obama o deje de hacer el gobierno mexicano no es responsable, pero sí lo es de definir un nuevo marco que permita mejorar nuestra posición relativa. En primer lugar, no me cabe duda que debemos hacer un esfuerzo consistente por mejorar nuestra imagen. Buena parte de las encuestas levantadas (entre el público norteamericano) refleja que México es asociado con violencia y corrupción. Debemos, con urgencia, cambiar esa percepción. Para ello debemos hacer una gran maniobra de relaciones públicas y elevar el flujo de contenidos positivos a través de los distintos medios, pero eso no basta. México tiene, además, poca credibilidad en algunos círculos y deberá cambiarla con hechos concretos y mejoras institucionales. No hay otro camino.
Sigue siendo una idea muy difundida en Estados Unidos que el PRI no suele gobernar con apego a la ley, sino como una maquinaria cuyo objetivo es preservar el poder. Cambiar esta percepción debe ser un objetivo central del gobierno, pero al mismo tiempo debe contrarrestar dos narrativas que han crecido en sectores influyentes de aquel país y en el gran público. La primera es que México está a un paso de ser el principal problema de seguridad de EU, equiparable a países como Paquistán o Irak, lo cual puede sonarnos desorbitado, pero es algo que se repite con relativa frecuencia y es recibido con deleite por oídos predispuestos a señalar a México como fuente de sus problemas. La segunda es que el gobierno mexicano es incapaz, por sus propios medios y recursos, de establecer orden y tranquilidad y eso obliga a ir más allá de la cooperación razonable que debe existir entre vecinos y socios e impulsar la idea de una intervención militar. El que sea improbable que esto ocurra, no implica que esas voces no persistan en su intento de minar la imagen de México.
Es muy revelador que el nombramiento de embajador en Washington haya recaído en Eduardo Medina Mora, quien sin problemas obtuvo su ratificación legislativa. Es un personaje lejano a las tradicionales fuentes de reclutamiento del PRI, que podrían infundir sospechas entre los más críticos. Es un experimentado funcionario que ha ocupado tres sensibles carteras en las áreas de seguridad. Fue el director del Cisen en la administración Fox y después fue promovido al cargo de secretario de Seguridad Pública. En el sexenio de Felipe Calderón fue el procurador general hasta que fuera nombrado embajador en Reino Unido. Es el único funcionario que ha ocupado las tres principales carteras civiles de seguridad en los dos gobiernos panistas y tiene una sólida reputación en la comunidad de seguridad en EU.
México tendrá que redefinir los alcances de la Iniciativa Mérida, que en buena lógica deberá ser retocada. Supongo que una buena parte de la cooperación se trasladará a dos grandes campos. El primero es reformar el maltrecho sistema de justicia que sigue generando incertidumbre e impunidad. El segundo es hacer operativas y funcionales las oficinas binacionales de inteligencia (OBI) ubicadas en distintas regiones del país y que éstas puedan proporcionar información táctica y operativa útil para conducir los operativos en contra de las organizaciones criminales en el campo. La tarea no es sencilla pero es apasionante.
@leonardocurzio
Analista político
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