“La procesión va por dentro”, refrán.
“La conducta de la memoria onírica nos enseña, que nada de
aquello que hemos poseído una vez espiritualmente puede ya perderse por
completo”, Scholz.
Nuestros sueños son/podrían ser nuestros maestros, en un cierto
apasionante camino hacia el interior de nosotras/os mismas/os; una no
elige sus sueños cuando duerme, casi podríamos asegurar, que una es
elegida por ellos. Una duerme y los sueños emergen desde los jardines
más secretos y negados: se deslizan encantadores, inquietantes,
felices, angustiosos, brutales, y nos ocupan. Nadie “autoriza” sus
sueños, (es posible que si ese fuera el caso, dejáramos de soñar por
los riesgos que implica) ni los planea, imagina, o escribe antes de
soñarlos. Los sueños suceden, a pesar de una misma.
“Anoche soñé que…”, implica la aceptación explícita de una
evidencia: si bien una ni decreta, ni elige sus sueños, ellos suceden
en el interior de cada uno y por lo tanto, no pueden ser sino propios,
aunque casi siempre nos parezcan tan extravagantes y tan ajenos. ¿Acaso
eres ese/a que anoche soñó lo que te parece innombrable? Qué
inquietante extrañeza. Nuestros sueños surgen de materiales íntimos
(reprimidos) desconocidos por nosotros en la vigilia, voces, imágenes,
¿metáforas? que se insinuan hacia la consciencia cuando dormidos, se
dejan caer nuestras defensas. Freud publicó “La interpretación de los
sueños” en 1899, una obra tan hipnótica como “El chiste y su relación
con el inconsciente”, y “Psicopatología de la vida cotidiana”. El
inconsciente existe, está allí todo el tiempo, y dado que su compañía
nos es inevitable, bien podríamos comenzar a considerarlo fascinante.
Somos los guionistas inconscientes de nuestros sueños. Y qué difícil
nos es, con frecuencia, reconocernos en ellos. La experiencia de
soñar es entonces, una de las pruebas más rotundas de la existencia
del inconsciente. La fascinación comienza. ¿Alguien me habla adentro
mío cuando sueño? ¿O yo soy “hablada” por el sueño? Es decir, hay un
lenguaje desconocido que nos narra nuestra historia de manera muy
misteriosa a través del sueño. “Soy donde no pienso”, dijo Lacan, como
una manera de expresar: soy – también- de una manera rotunda, allí en
donde no puedo controlar mis pensamientos. Allí en donde “el sueño de
la razón” se detiene, para reconocer con humildad que cada vez que
una/o dice “Yo”, está hablando de más de una/o. El inconsciente (la
parte que ignoramos de nosotros mismos) va dejándonos pistas con
frecuencia –y no sin trabajos- interpretables; el proceso de intentar
descifrar/entender nuestros sueños, o por lo menos fragmentos de ellos,
es como una larga aventura a la Sherlock Holmes.
Si aceptáramos el sueño como “el regreso de lo reprimido”, a la
manera de Freud, entonces aceptamos que “la procesión va por dentro”.
¿Queremos saber? ¿Qué tanto? Aquello que fue reprimido tuvo que serlo,
porque en un momento bien concreto de la vida nos resultó insoportable.
Los mecanismos de defensa y salvaguarda se ponen en marcha: una olvida.
Pospone. O una recuerda, pero le retira a esos recuerdos la intensidad
de las cargas emocionales que antes tuvieron. ¿Estamos ya en
condiciones de “saber”? Me ha llamado la atención cómo el insomnio,
tantas veces, podría ser una consecuencia del miedo a padecer
pesadillas, o sueños con contenidos demasiado reveladores que aún
estamos frágiles para aceptar. Tan significativos son los sueños que,
–conscientes o no- les tememos.
Sabemos que cuando dormimos las “protecciones” interiores bajan su
nivel: nos desinhibimos, las imágenes irrumpen en tropel. Las noches
pueden estar pobladas de fantasmas. Hay “fantasmas” que nos regresan a
los manantiales del amor, la ternura, la esperanza, la confianza, la
sensualidad gozosa, los cuidados; fantasmas generadores de los sueños
más luminosos. Hay fantasmas tan temidos, que nos arrastran por los
cabellos (de la noche) Hacia las emociones insoportables: el
sentimiento de abandono, de “inadecuación”, la vergüenza, la
humillación, la rabia, la desolación, el odio, la violencia silenciada.
La sensualidad como portadora de amenazas y de culpas. El sueño es
–algunas noches- como una danza de los siete velos, hay una
transparencia que nos permite percibir “su cuerpo”. A veces es una
fortaleza inexpugnable, un laberinto de significantes enigmáticos.
Abandonamos la vigilia. Soltamos amarras hacia un viaje de aventuras
a cual más de desatadas. Una característica de los sueños es el
“desplazamiento”: surgen personajes “desconocidos”, ¿a qué personas
conocidas nos ocultan? ¿Podrían ser proyecciones de uno mismo? Somos
exploradores de un mundo otro, ajeno (puesto que nos cuesta trabajo
reconocerlo) y muy nuestro: ese mundo que a escondidas nos habita. Los
diálogos de los sueños suelen ser absurdos, como imaginados por Beckett
o Ionesco. El sueño está hecho con “representaciones distorsionadas”.
La “deformación onírica” en la cual un lagarto no necesariamente nos
significa un lagarto. Un desierto, jamás podría ser sólo un desierto.
“La condensación”, otra de las características de los sueños, funciona
como las muñecas rusas: un significado contiene otro, que a su vez
contiene otro. Freud consideraba dos tipos de contenidos en los sueños:
uno manifiesto y otro latente: una trama evidente, y otra que –detrás-
apenas se insinúa.
Hay mañanas en las que recordamos sueños largos, con detalles y
diálogos incluidos. Otras, recordamos tramos como a-saltos. A como
corre el día y nos sumergirmos en las exigencias de la vigilia, vamos
olvidando lo que soñamos. Algunos sueños nos llaman tanto la atención o
por su claridad o por su extravagancia, que necesitamos compartirlos.
Hay días en los que a mitad de la realidad más real, las imágenes de
los sueños nos acosan como si tuvieran algo urgente que transmitirnos.
¿Una parte de mí se permite murmurarme dormida, lo que no podría –aún-
soportar decirme despierta?
“Aportaré la demostración de la existencia de una técnica
psicológica que permite interpretar los sueños, y merced a la cual se
revela cada uno de ellos como un producto psíquico pleno de sentido, al
que puede asignarse un lugar perfectamente determinado en la actividad
de la vida despierta”, escribió Freud, con esa escritura suya tan
poética como sus descubiertas. Nos explica estímulos que pueden
participar en el proceso de soñar: Estímulo sensorial externo
(Objetivo), Estímulo sensorial interno (Subjetivo), Estímulo somático
interno (orgánico), Fuentes de estímulo puramente psíquicas. Las
“fuentes psíquicas” siempre están. “Una de las fuentes de las que el
sueño extrae el material que reproduce, y en parte aquel que en la
actividad despierta del pensamiento no es recordado ni utilizado, es la
vida infantil”.
Freud propone no saltar hacia interpretaciones apresuradas ante el
material de los sueños. Detenerse y con paciencia, tomar cada una de
las partes del sueño como si colocáramos piecitas de un rompecabezas
sobre la mesa. Dejar correr la “asociación libre”. Soñé con que Volodia
llegaba en un tren. No conozco a nadie que se llame así. ¿Qué me puede
significar a mí –concretamente- ese nombre? “Volodia”, puede ser un
deseo, un olvido, un ser amado o no tanto, una emoción innombrable.
¿Una yo misma que se ausentó? Cada imagen, cada palabra responden a la
singularidad de quien sueña. Existen sueños repetidos de una persona a
otra y de una cultura a la otra: volar, los dientes que se caen, el
mar, la desnudez en público, el peligro inminente del que logramos
escapar un segundo antes de que se concrete. Pero cada quien trae
dentro su muy personal “peligro”, su atracción o rechazo hacia su
propia desnudez, las emociones de su intimísimo –y nunca
intercambiable- mar de mares.
La propuesta psicoanalítica tiene mucho de interesante como manera
de aprender a leer y a leernos: propone un método de sanación a través
de la palabra; pero aunque nunca se nos ocurra ir a tendernos en un
diván, su trabajo alrededor del inconsciente y de los sueños es toda
una invitación a intentar escucharnos. Somos seres divididos. El sueño
es el mensajero, pero ¿cuál es el mensaje? La procesión es cotidiana y
va por dentro.
@marteresapriego
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