Ricardo Raphael
Los vendedores de colchones han de estar felices. Desde que comenzó la primavera crece de manera sorprendente la cantidad de efectivo que los mexicanos guardamos debajo de la cama. Como en los tiempos de la abuelita, la demanda por los billetes se hizo otra vez muy alta.
Mientras tanto, se escucha aquí y allá que la gente prefiere evitarse los pagos con cheque o transferencia bancaria. El arquitecto, el consultor, el abogado y el comerciante, entre muchos, narran un tanto sorprendidos que sus clientes han regresado al efectivo a la hora de pagar por sus servicios.
Se trata de un fenómeno sospechoso. Entre marzo y julio de este año creció la demanda por billetes y monedas en más de 15 mil 300 millones de pesos. Esto significa, según el reporte de agregados monetarios que mensualmente entrega el Banco de México, un incremento del 2% en sólo cuatro meses.
Para dimensionar el fenómeno sirve hacer la comparación con el mismo periodo del año pasado: entre marzo y junio de 2013 la demanda por billetes y monedas contrastantemente cayó 4 mil 800 millones de pesos; es decir, alrededor de un (–) 0.06%.
En el presente no es tarea fácil ofrecer una explicación satisfactoria sobre este gusto súbito de los mexicanos por el papel moneada. Cabe preguntarse si, como en otros momentos de angustiosa memoria, ¿estará la gente sacando su dinero de los bancos para guardarlo bajo el colchón?
No hay evidencia de ello. Si bien es cierto que, entre abril y mayo, disminuyó en 4 mil 700 millones la cantidad de dinero que había en las cuentas de banco, también lo es que, durante el mes siguiente, las instituciones financieras recibieron depósitos por casi 30 mil millones.
En todo caso, lo que sí podría afirmarse es que mientras parte del ingreso se sigue depositando en el banco, hay una fracción que simultáneamente se está ocultando privadamente en billetes grandes.
Luego, sin que exista riesgo inflacionario, la economía mexicana exhibe anomalías por el incremento que significan las transacciones en efectivo.
La reforma fiscal podría ayudar a explicar esta curiosa circunstancia. La SHCP viene celebrando, desde el primer cuatrimestre de este año, la manera como se multiplicó la recaudación de su tesorería. (Sólo entre enero y abril creció en un 13%).
Este resultado se debe, en parte, a al nuevo marco impositivo y probablemente también al mensaje que el SAT envió a los contribuyentes, desde finales de 2013, sobre su voluntad resuelta para perseguir evasores.
Con todo, de entre las medidas relacionadas con la reforma fiscal, acaso la más drástica fue la que volvió transparentes, ante los ojos de la autoridad, las cuentas de banco de todo contribuyente. Hoy Hacienda puede verificar —contra estados de cuenta— la coherencia en las declaraciones de impuestos de las personas físicas y morales.
Nunca antes la privacidad financiera había sido tan minúscula en México. Me refiero a los ahorros, depósitos, inversiones y créditos que dejan huella electrónica.
Bajo estas reglas recientes no es difícil imaginar la tentación de retirar alguna parte de los dineros propios del sistema bancario, para guardar lo que se pueda en la antigua oscuridad del colchón.
En otros países, proceder de esta manera traería pocos beneficios porque la mayor parte de los pagos y las transacciones económicas pasan por las instituciones bancarias. No obstante, México —que en estos temas es un país tan moderno y tan atrasado a la vez— tiene condiciones propicias para que las personas migren de la formalidad a la informalidad financiera, en un abrir y cerrar de ojos.
Mientras el país cuente con una economía formalizada, transparente y que ocurre a la luz del día, y otra informal, oscura y que sucede entre sótanos y pasadizos, los bancos y los colchones seguirán sustituyéndose con enorme facilidad; dependiendo del costo (o el beneficio) que para la gente implique utilizar uno u otro lugar, cuando se necesita guardar el dinero.
En cualquier caso, siempre llaman la atención las piruetas que los mexicanos somos capaces de dar con tal de no pagar impuestos. Algunos son meros gorrones; otros siguen considerando injusto e ilegitimo que el Estado nos obligue a contribuir. Pero ésa es harina de otro colchón.
@ricardomraphael
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