CIUDAD
DE MÉXICO (apro).- Al recibir la Placa de Honor de la Asociación de
Prensa de Madrid, Griselda Triana, esposa del periodista asesinado el
pasado 15 de mayo, Javier Valdez, exhortó al gobierno de Enrique Peña
Nieto a que “salga de su burbuja y ofrezca resultados” por los crímenes
contra informadores “en lugar de espiar a periodistas y luchadores
sociales”.
La claridad de Triana coincidió con otra protesta en la entidad natal del cronista y columnista de Ríodoce:en
un evento en Sinaloa, mientras el secretario de Gobernación, Miguel
Ángel Osorio Chong, negaba que la administración de Peña Nieto se
dedicara a espiar de manera ilegal, decenas de jóvenes periodistas
desplegaron carteles con el sombrero de Javier Valdez y la frase “No al
silencio” y “Justicia para Javier Valdez”, durante la conferencia de
prensa.
Tal situación es la que no ha entendido Osorio Chong ni
entenderá ya la administración de Enrique Peña Nieto: por más que niegue
la existencia de “pruebas” de lo publicado este lunes 19 de junio por The New York Times sobre el uso del malware
Pegaso para espiar a periodistas y activistas, lo único que puede
modificar esta percepción generalizada de abuso autoritario es que
cumpla con su deber de detener y enjuiciar a los autores materiales e
intelectuales de los crímenes a informadores.
El reportaje de Azam Ahmed y Nicole Perlroth, publicado en primera plana de The New York Times,
confirmó y documentó lo que desde julio de 2015 ya se había señalado en
distintas columnas de periodistas mexicanos y en un extenso reportaje
en la revista Proceso, firmado por Jorge Carrasco y Mathieu
Tourliere: la paranoia de Peña Nieto lo llevó a contratar millonarios
servicios de espionaje no para combatir a los criminales sino a sus
críticos.
Entre abril y julio de 2015 un ataque de hackers
a la empresa Hacking Team, creada en 2003 por el italiano David
Vicenzetti, reveló que habían vendido dispositivos de intrusión ilegal a
las comunicaciones privadas de millones de ciudadanos a 30 países en
cinco continentes. Sus programas de espionaje llamados Da Vinci y
Galileo fueron utilizados en países como Brasil, México, Colombia,
Chile, Ecuador, Honduras y Panamá.
En el caso mexicano, la
filtración de 400 GB de documentos internos y correos electrónicos de
Hacking Team demostró que desde 2009, cuando era gobernador del Estado
de México, Peña Nieto autorizó la compra de la principal herramienta de
espionaje de Hacking Team, el Remote Control System, capaz de penetrar
de manera simultánea a miles de celulares y computadoras para
infiltrarse a cuentas personales de Facebook, Google, Yahoo, Twitter,
Gmail y decenas de aplicaciones.
Ya como presidente de la
República, Peña Nieto también autorizó la compra del sistema de Hacking
Team para dependencias federales como la Secretaría de la Defensa
(Sedena), la Secretaría de Marina (Semar), la Policía Federal (PF) y el
CISEN, dependiente de la Secretaría de Gobernación (Segob).
Así
como el gobierno federal contrató por cerca de 26 millones 300 mil pesos
los sistemas de espionaje de Hacking Team, también lo hicieron
gobiernos estatales como los de Rafael Moreno Valle en Puebla,
Aristóteles Sandoval en Jalisco, César Duarte en Chihuahua, Ángel
Aguirre en Guerrero, Rolando Zapata en Yucatán, así como el director
general de Pemex, Emilio Lozoya, y otras administraciones estatales de
Durango, Campeche, Nayarit, Tamaulipas y Baja California.
En
total, se destinaron 55 millones 808 mil euros (más de mil millones de
pesos) de 2009 a la fecha para los servicios de Hacking Team, según el
reportaje de Proceso.
Otros datos revelados en columnas
periodísticas señalaron que estos sistemas de espionaje no sirvieron
para combatir la corrupción o las violaciones a derechos humanos, sino
para encubrir a sus responsables e intimidar a los periodistas críticos o
a los funcionarios “desconfiables”.
Tampoco hay evidencia de que
este espionaje masivo sirviera para elaborar una mejor inteligencia de
Estado para enfrentar los focos críticos del sexenio de Peña Nieto.
En
octubre de 2015 se dio a conocer que tan sólo a través del CISEN se
realizaron 729 intervenciones telefónicas de manera ilegal a decenas de
personas que se identificaron como “críticas” al gobierno peñista.
La paranoia del gobierno de Peña Nieto lo convirtió en un Big Brother dispendioso y torpe. Después del escándalo de Hacking Team, surgieron las versiones de que se había adquirido otro malware
más poderoso y costoso conocido como Pegasus, fabricado por la empresa
israelí NSO Group y vendido a través de la compañía Security Tracking
Devices.
Si Hacking Team costó alrededor de mil millones de pesos,
el sistema Pegasus tuvo un costo mínimo de 80 millones de dólares (más
de mil 500 millones de pesos) para interceptar no a los criminales, sino
a los organismos involucrados en los casos más delicados del peñismo:
las víctimas de Atenco, las ejecuciones sumarias de Tlatlaya, los
normalistas desaparecidos de Ayotzinapa, la masacre de Tanhuato, así
como los escándalos de corrupción como la Casa Blanca.
El 13 de
febrero de este año, la Red en Defensa de los Derechos Digitales, junto
con Artículo 19, Social TIC y Amnistía Internacional denunciaron que el
sistema Pegasus sirvió para espiar al abogado Simón Barquera, del
Instituto Nacional de Salud Pública, a Alejandro Calvillo, de El Poder
del Consumidor, y a Luis Encarnación, coordinador de Contrapeso.
Esta
revelación provocó la ruptura entre las organizaciones civiles y el
gobierno federal que participaban en la agenda de Gobierno Abierto.
El reportaje del lunes 19 de junio de The New York Times es
mucho más delicado: documentó 76 casos de espionaje ilegal en contra de
Carmen Aristegui, de su hijo Emiliano Aristegui, de Carlos Loret de
Mola, de reporteros que participaron en la investigación del escándalo
de la Casa Blanca de Peña Nieto, así como en el Centro Pro, que lleva la
defensa legal de las víctimas de abusos sexuales de Atenco y de
Ayotzinapa, entre muchas otras.
La conmoción provocada por esta
nueva revelación sólo es comparable con la torpeza y la indolencia del
gobierno de Peña Nieto frente a la oleada de crímenes a periodistas y
numerosos testimonios de presiones y censura indirecta contra
periodistas como la propia Carmen Aristegui, a quien se le corrió de
manera grosera de MVS Noticias, meses después de la revelación de la Casa Blanca.
Ninguno de los casos documentados e investigados por las redes que colaboraron con The New York Times señala
que el gobierno de Peña Nieto haya espiado a gobernadores corruptos y
criminales como Javier Duarte, Roberto Borge o César Duarte. Mucho menos
que sirvieran para detectar a las redes criminales de los huachicoleros
o de otros grupos criminales dedicados al secuestro o a asesinar a
mujeres en el Estado de México, por mencionar algunos ejemplos
recientes.
Contra ellos no hay evidencias de espionaje. Por el
contrario, la paranoia del peñismo se dirige hacia quienes investigan y
son mensajeros de las víctimas de abusos de las fuerzas policiacas y
militares del Estado.
El periódico británico The Independent editorializó
así esta nueva exhibición del peñismo: “el escándalo ruso de Donald
Trump palidece en comparación con lo que acaba de suceder en México”.
El
espionaje ilegal del peñismo sin una auténtica estrategia de
inteligencia para defender el Estado de Derecho sólo se convierte en una
demostración de que el origen de las irregularidades está en la
paranoia de un gobierno que cayó en desgracia.
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