R. Aída Hernández Castillo*
El 7 de marzo pasado hombres
armados bajaron de un autobús de pasajeros a 19 personas en las
inmediaciones de San Fernando, Tamaulipas, se presume se trata de
migrantes centroamericanos de tránsito por México. Según información del
propio subsecretario de Derechos Humanos, Migración y Población,
Alejandro Encinas Rodríguez, hubo un hecho similar el 21 de febrero en
la carretera Monterrey-Ciudad de México, cuando dos autobuses de
pasajeros fueron detenidos por organizaciones criminales y se llevaron
otros 25 migrantes. Hasta el momento estos 44 migrantes desaparecidos no
han sido localizados.
Este evento desató una serie de declaraciones justificando por un
lado el retraso en las fuentes oficiales para reportar la noticia y por
otro la incapacidad del gobierno para dar con el paradero de los
desaparecidos. El presidente Andrés Manuel López Obrador adelantó la
hipótesis de que los hombres armados que se llevaron a los migrantes a
punta de pistola, podrían haber sido contratados por los propios
migrantes para cruzar la frontera. En una de sus conferencias matutinas
declaró:
Hay una hipótesis de que esta es una forma de llegar al territorio de Estados Unidos. No es que desaparezcan, sino que es así como cruzan la frontera.Esta declaración minimiza el peligro en el que se encuentran los secuestrados, sobre todo considerando los antecedentes de las masacres de 245 migrantes precisamente en San Fernando, Tamaulipas, en agosto de 2010 y abril de 2011.
Los familiares de migrantes desaparecidos, las organizaciones de
derechos humanos y los especialistas en el tema de migración han
rechazado la hipótesis presidencial y urgido al gobierno a que encuentre
a los desaparecidos con vida antes de que sea demasiado tarde. El hecho
de que un retén militar haya parado el autobús antes de la
desaparición, también hace pensar en las redes de complicidades que
muchas veces se tejen alrededor de las desapariciones. Con respecto a
los recientes secuestros Stephanie Leutert profesora de la Universidad
de Texas en Austin, autora de un informe sobre migrantes desaparecidos,
señaló: “Para hacer un secuestro en masa, es mucho más complicado que
simplemente arrojar a dos personas en la parte trasera de un auto…
requiere un nivel diferente de sofisticación y corrupción. No hemos
visto ningún caso de alto perfil como este en un tiempo”.
Atravesar México rumbo a la frontera norte se ha convertido en una
experiencia aterradora en la que miles de migrantes han dejado la vida.
En 2016, la Red de Documentación de las Organizaciones Defensoras de
Migrantes había registrado la existencia de 30 mil migrantes
desaparecidos, dos años más tarde el Movimiento Migrante Centroamericano
hablaba de 70 mil desaparecidos. La numeralia del terror sigue siendo
imprecisa y nadie conoce el número exacto de migrantes desaparecidos,
masacrados, asesinados. Sin embargo, los mexicanos no hemos tomado las
calles con este genocidio de migrantes como lo hicimos cuando
desaparecieron a los 43 estudiantes de Ayotzinapa. Ni la crueldad
extrema con la que fueron tratados los cuerpos de los 49 migrantes
asesinados en Cadereyta, Nuevo León el 12 de mayo de 2012 nos movilizó.
¿Cómo nos hemos acostumbrado a tanta crueldad? ¿Qué vidas son
consideradas valiosas para conmovernos y cuáles son sólo noticias
perdidas en la prensa?
Este contexto de extremas violencias ha detonado procesos
organizativos como las caravanas migrantes, considerados como una acción
colectiva sin precedentes en el mundo de la movilidad humana, y la
formación de organizaciones de familiares de migrantes desaparecidos
como el Comité de Familiares de Migrantes Desaparecidos del Progreso
(Cofamipro), la Caravana de Madres Centroamericanas, el Comité de
Familiares de Migrantes Desaparecidos del Centro de Honduras
(Cofamicenh) y la Unión Nacional de Comités de Familiares de Migrantes
Desaparecidos en Honduras (Uncomideh).
Estos hombres y mujeres campesinos, maestros, comerciantes, lencas,
garífunas, mestizos, que perdieron a sus hijos en la masacre de
Cadereyta o que los siguen buscando por medio de las fronteras, se han
convertido en la conciencia social de muchos hondureños y mexicanos y en
los principales defensores de los migrantes. Han hecho de su dolor una
fortaleza y están decididos a seguir luchando por encontrar la verdad
con justicia y a confrontar la criminalización y el estigma que se ha
tejido contra los migrantes a raíz de las caravanas y que posibilita
nuestra indiferencia ante la reciente desaparición de los 44 migrantes
en Tamaulipas. No dejemos que el silencio y la indolencia nos vuelvan
cómplices de estas desapariciones.
* Investigadora del Ciesas
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