Desde la Luna de Valencia
Por: Teresa Mollá Castells*
El
pasado 8 de marzo pudimos comprobar cómo de vivo está el movimiento
feminista en el Estado Español. De nuevo se llenaron las plazas y las
calles de mujeres y hombres en las diferentes manifestaciones y
concentraciones que se organizaron.
La segunda huelga feminista de nuestra historia había vuelto a ser un
éxito que, incluso, superó a la primera. Vivimos "in situ" la alegría e
incluso la ilusión de participar en dicha huelga de la forma en que
cada persona consideró oportuna pero siempre con posiciones
constructivas para superar las desigualdades todavía existentes entre
mujeres y hombres.
Salimos a las calles a denunciar los motivos por los cuales se nos sigue asesinando y maltratando por ser mujeres.
Al cabo de unos días tomando café con un gran amigo me comentaba que,
las mujeres, en casi todo vemos violencias machistas. Y él interpretaba
como violencia algo relacionado con la violencia explícita y no acababa
de entender todas esas violencias ocultas y micromachismos que
cotidianamente vivimos las mujeres. Le expliqué algunas cosas pero no me
quedé convencida de que las entendiera del todo. Y no por falta de
voluntad, más bien por falta de referentes. Sencillamente porque esa
realidad no es "su realidad". Él, ellos, no viven esas situaciones y por
tanto no las acaban de entender.
Cuando con la mejor de sus intenciones me decía, "no lo entiendo" y
le proponía el ejemplo de que imaginara la situación inversa, o sea que
en lugar de ser una mujer la víctima de un micromachismo o una agresión
verbal callejera fuera un hombre, me respondía que eso no pasaba o
pasaba muy poco, ahí comenzó a darse cuenta de lo que le intentaba
explicar.
Este amigo comenzó a entender la necesidad de denunciar estos
aspectos, de ponerles nombre, de decir basta. En definitiva, comenzó a
entender la necesidad del feminismo para cambiar las cosas.
Porque el feminismo es, en sí mismo, radical porque pretende
erradicar las desigualdades y las violencias machistas desde la raíz. Es
incómodo, porque pone sobre la mesa los privilegios patriarcales y eso
no gusta. Es anti sistema porque cuestiona el actual sistema patriarcal
con mandatos de dominación y sumisión dependiendo del sexo con el que
hayamos nacido o reconocido.
Y todas estas características y alguna más como el hecho de ser
inclusivo, puesto que cabemos todas las personas que nos sentimos
feministas, hace del feminismo un movimiento revolucionario incluso para
quienes lo niegan, porque les resulta molesto.
Si nos fijamos un momento en los grandes problemas que afectan a las
mujeres en pleno siglo XXI, observamos cómo la pobreza sigue teniendo
rostro de mujer, como somos la materia prima sobre la que se construyen
grandes fortunas de la prostitución, de la trata de mujeres y los
vientres de alquiler. Y detrás de todos esos negocios hay redes formadas
mayoritariamente por hombres que con base en sus DESEOS, no tienen
ningún escrúpulo en comprar, vender, capturar, secuestrar, utilizar,
despreciar, empobrecer, envilecer, a mujeres en situaciones de
vulnerabilidad económica, llevándolas incluso a empeorar esas situación.
Esa función de denuncia de estas situaciones hace del feminismo un
arma potente para mostrar esas miserias al mundo y denunciarlas
señalando con el dedo las causas y consecuencias de estas prácticas.
Con la fuerza que dimos y recogimos el pasado 8 de marzo hemos de
continuar adelante, seguir haciendo pedagogía cotidianamente y en todos
los espacios públicos y privados porque esta revolución llamada
feminismo siga expandiéndose y multiplicando sus fuerzas para cambiar es
sistema opresor por otro más equitativo y justo.
*Corresponsal, España. Comunicadora de Ontinyent
CIMACFoto: Hazel Zamora Mendieta
Cimacnoticias | Ontinyent, Esp.
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