La Jornada
Pese a que el proyecto
de reforma laboral que busca regular la subcontratación se aprobó por
unanimidad en comisiones del Senado, la discusión de la iniciativa fue
pospuesta hasta febrero por la Junta de Coordinación Política de esta
Cámara, encabezada por Ricardo Monreal Ávila. Las cúpulas empresariales
aplaudieron el
congelamientode la reforma, mientras el senador Napoleón Gómez Urrutia, impulsor de la misma y presidente de la Comisión de Trabajo y Previsión Social, lo denunció como un producto de las presiones, amenazas y chantajes del sector privado. De acuerdo con el también presidente de la Confederación Internacional de Trabajadores, al presionar para que se posponga la discusión de la iniciativa, los empresarios buscan
ganar tiempo para utilizar a sus abogados, amigos y cómplices para el cabildeo.
Detrás de estas desavenencias en la cámara alta se encuentra el hecho de que el denominado outsourcing
(consistente en que un trabajador se encuentra formalmente contratado
por un empleador distinto de aquel para el que en realidad labora) es
una práctica que se ha extendido de manera explosiva en las décadas
recientes y que resulta profundamente nociva para los derechos laborales
del personal empleado bajo este esquema, no por algún error en su
aplicación, sino porque se encuentra expresamente diseñada para este
propósito. En efecto, cuando un empleador recurre a un proveedor de
servicios de outsourcing busca recortar sus costos a expensas
de los derechos más elementales de los trabajadores, con lo que genera
inseguridad, incertidumbre y una visible precarización de las mayorías
que tiene como grotesca contrapartida las enormes fortunas amasadas por
las empresas dedicadas a esta actividad.
Para colmo, las operaciones de subcontratación suponen un quebranto
acumulado de 500 mil millones de pesos para el erario, toda vez que el
esquema facilita eludir los pagos correspondientes al Instituto Mexicano
del Seguro Social o al Instituto del Fondo Nacional de la Vivienda para
los Trabajadores, así como emitir facturas falsas mediante las cuales
se evaden responsabilidades fiscales.
En este escenario, la posposición del debate de la reforma laboral, y
las subsiguientes declaraciones del senador Gómez Urrutia, indican que
ya se encuentra en curso un intenso cabildeo por parte de los
beneficiarios del outsourcing, es decir, tanto las empresas que
contratan estos servicios como aquéllas que los ofrecen –cuyos dueños
son en ocasiones los mismos, dato revelador del grado de simulación que
implica esta práctica–. Es imperativo recalcar que, aunque el cabildeo
sea una actividad legal, es sumamente ilegítima en la medida en que
representa una distorsión de la democracia (en este caso, del ejercicio
legislativo) en beneficio de los grandes intereses corporativos
poseedores de la capacidad financiera para contratar cabilderos y
traficar influencias.
Ante lo expuesto, resulta evidente la urgencia de regular esta
práctica que en la actualidad ha cobrado dimensiones y modalidades
francamente escandalosas, en particular en lo que se refiere a su uso
por parte de las instituciones públicas.
Esto obliga a una última consideración, a saber, que para restringir
la subcontratación existe una vía legislativa que debe transitarse, pero
también una vía administrativa de igual importancia: la prohibición de
que las entidades públicas contraten servicios de outsourcing, y
de que al menos en este sector se restituya el auténtico sentido de la
relación patronal-laboral, conformada por la responsabilidad y el
compromiso recíprocos.
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