En menos de 6 meses, los medios de comunicación enterraron por completo el denominado “momento de México”. Hace unos días, en entrevista realizada por El Universal,
el gobernador del Banco de México, Agustín Carstens, admitió por
tercera vez consecutiva que los acontecimientos relacionados con la
inseguridad y la violencia (como la desaparición de los 43 estudiantes
normalistas de Ayotzinapa) influyen de manera directa en las
expectativas de los empresarios sobre la economía nacional; la
certidumbre y la confianza, señaló, son los elementos fundamentales a
la hora de tomar decisiones tanto del lado de la inversión, como del
consumo.
Y es que, mientras a principios de 2014 la
Secretaría de Hacienda y Crédito Público había planteado un estimado de
crecimiento de 3.9 por ciento, posteriormente lo disminuyó a 2.7 por
ciento, y después lo situó nuevamente a la baja en un rango promedio
entre 2.1 y 2.6 por ciento, básicamente la mitad de la primera
estimación. De enero a noviembre, la encuesta de los analistas del
sector privado, aplicada por el Banco de México, bajó sus estimados de
crecimiento 10 ocasiones consecutivas y ya empieza a realizar
modificaciones en sus pronósticos para 2015.
Los “motores
externos”, por su parte, no ejercen hasta la fecha ningún “efecto de
arrastre” sobre la economía mexicana. La política monetaria restrictiva
del Sistema de la Reserva Federal (Fed) en Estados Unidos; los riesgos
crecientes de deflación en la Zona Euro; la caída inesperada de la
actividad económica en Japón; el aumento de la desaceleración en el
Continente Asiático, y la drástica disminución de los precios de las
materias primas, especialmente las cotizaciones del petróleo,
resultaron extremadamente perjudiciales para las economías denominadas
“emergentes”. Por añadidura, el repunte de la divisa estadounidense,
gracias a su posición privilegiada de “reserva de valor” en momentos
críticos para la economía mundial, seguirá contribuyendo de forma
protagónica durante el próximo año en el desplome de las monedas de la
periferia capitalista.
Para finales de 2014, el peso mexicano
habría perdido 10 por ciento de su valor frente al dólar para cotizar
en un mínimo de 14.457 pesos, al cierre de la presente columna, su
nivel más bajo en más de 2 años y medio. Sorpresivamente, el 8 de
diciembre de 2014, el Banco de México y la Secretaría de Hacienda y
Crédito Público emitieron un comunicado para detallar la puesta en
marcha de un plan inmediato para detener la caída de la moneda. “El
Banco de México ofrecerá diariamente 200 millones de dólares mediante
subastas a un tipo de cambio mínimo equivalente al tipo de cambio FIX
determinado el día hábil inmediato anterior conforme a las
disposiciones del Banco de México más 1.5 por ciento”, indicó la
Comisión de Cambios. Con ello, el gobierno mexicano pretende proveer de
liquidez el mercado cambiario y reducir las turbulencias del sistema
financiero. La medida se aplicó por última vez el 30 de noviembre de
2011, cuando el Banco de México comenzó a subastar 400 millones de
dólares diariamente, toda vez que el tipo de cambio rebasara en 2 por
ciento el correspondiente al del día hábil anterior. La medida se
canceló el 9 de abril de 2013.
La caída del precio del
petróleo, por su parte, constituye una grave amenaza para los países
con dependencia energética por la vía de las importaciones y, más
todavía para las economías como México, cuyas finanzas públicas están
estrechamente vinculadas a los ingresos petroleros. La primera semana
de diciembre de 2014, el precio del barril en su variedad Brent alcanzó
los 66.77 dólares, al tiempo que la mezcla mexicana cotizó en alrededor
de los 58 dólares: los niveles más bajos desde octubre de 2009.
De acuerdo con las estimaciones del banco de inversión estadounidense
Morgan Stanley, los precios podrían caer hasta un mínimo de 43 dólares.
Hay que destacar que la caída de las cotizaciones obedece no únicamente
a la menor demanda de las economías asiáticas (China e India) y las
operaciones especulativas en los mercados de derivados de petróleo
(Nueva York, Londres y Dubái), sino fundamentalmente, son el resultado
de una tendencia deflacionaria de enormes proporciones y largo aliento que atraviesa cada vez más espacios de la economía mundial.
En el caso de México, las consecuencias de una caída de más de 40 por
ciento del precio del barril ya saltan a la vista. En primer lugar, los
precios actuales del crudo están muy por debajo de los 83 dólares, la
base tomada para el Plan de Presupuesto 2015. Los programas de
cobertura, así como los fondos de capitalización son insuficientes para
contener las violentas fluctuaciones de los precios en el mediano
plazo. En segundo lugar, las perspectivas de alta rentabilidad de los
empresarios (nacionales y extranjeros), a raíz de la aprobación de las
reformas constitucionales y secundarias en materia energética, se han
colocado en un serio predicamento y, con ello, los proyectos de
inversión que emanarían eventualmente de la Ronda 1 podrían quedar en el olvido.
En conclusión, la campaña mediática en torno a un nuevo amanecer
de la economía mexicana, impulsada en un primer momento por los
conglomerados de capital trasnacional, resultó una farsa absoluta. La
“disciplina fiscal” y el alto nivel de “confianza macroeconómica”,
contrastan con el desplome en las expectativas de crecimiento, la
extrema volatilidad del tipo de cambio y el aumento exponencial de la
deuda pública a más de 2 años de iniciada la gestión de Enrique Peña
Nieto. Si no hay una movilización popular organizada a favor de un
cambio de rumbo en materia económica, los costos del ajuste pesarán
otra vez sobre los hombros del pueblo de México.
[1] Columnista de la revista Contralínea (México). Contacto: noyolara@gmail.com. Twitter: @noyola_ariel
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