Gerardo Esquivel
El PRD se ve cada día más desdibujado. La corriente que ha dirigido al partido desde 2008 (los llamados Chuchos) carece de programa y carece de propuesta. Hasta hace poco su agenda era básicamente la que le dictaba el gobierno. A pesar de lo que ellos mismos insisten en creer, su contribución al Pacto por México fue insignificante. Su participación en dicho arreglo fue tan marginal y desinformada que esa corriente cree, por ejemplo, que ellos acabaron con el monopolio de Televisa, siendo que las principales beneficiarias de la reforma de telecomunicaciones fueron justo las televisoras. Tampoco se dieron cuenta de que estaban siendo avasallados políticamente, sino hasta que ya era inminente la aprobación de la reforma energética. Lo peor es que ni siquiera entonces se percataron de que habían sido los tontos útiles del guión priísta-reformista: todavía le apostaron a tratar de echar atrás la reforma mediante la consulta popular, sin considerar que en ese aspecto también habían sido timados. Los mecanismos aprobados para la consulta popular eran tan imprácticos que la SCJN terminó echando abajo todas las propuestas de consulta popular que le fueron planteadas.
A esa falta de propuesta y de programa, ahora se suma la cada día más evidente ausencia de principios éticos mínimos que guíen el comportamiento y la participación del PRD en el debate nacional. El triste papel que desempeñó la corriente dominante del PRD en la postulación de José Luis Abarca a la alcaldía de Iguala, el que hayan postulado a la esposa de éste para un puesto como consejera estatal del partido, su negligente omisión ante las denuncias de abusos y agresiones de Abarca incluso contra miembros del propio PRD, así como el lamentable papel de defensores a ultranza del gobernador Ángel Aguirre que jugaron en los días inmediatamente posteriores a los terribles acontecimientos del 26 de septiembre pasado, revelan de cuerpo completo el colapso ético de la dirigencia del partido.
En el ámbito nacional, la ausencia de principios éticos mínimos se ha visto reflejada en su incapacidad para criticar abiertamente la posible corrupción y los conflictos de interés que involucran tanto al Presidente como al secretario de Hacienda en el tema de sus casas y de sus turbias relaciones con el Grupo Higa. A nivel local, los evidentes actos de corrupción de Jesús Valencia, el delegado Camionetas que gobierna Iztapalapa desde su casa del Pedregal, tampoco han merecido el más mínimo comentario de parte de la dirigencia del PRD. Ni el presidente Carlos Navarrete, ni ningún órgano de gobierno del partido han expresado una posición al respecto. A nadie se le ha ocurrido pedirle al delegado que se separe de su cargo y que permita la realización de una investigación independiente sobre su conducta. Su comportamiento es entonces indistinguible del de los priístas en los casos del Presidente y de Videgaray.
Por otro lado, la dirigencia perredista tampoco se ha manifestado en contra de la práctica de los moches a nivel federal y ahora a nivel local en el Distrito Federal (ese mecanismo por medio del cual los diputados federales y locales ejercen de manera relativamente discrecional una parte del gasto público y que de ninguna manera se justifica de acuerdo a las funciones legislativas para las que fueron electos). En este caso, como en el de los conflictos de interés, el no denunciar y condenar estas prácticas a nivel local los vuelve cómplices de las trapacerías que ocurren a nivel federal.
Mientras tanto, la dirigencia perredista ni sufre ni se acongoja. Ahora pretenden aliarse con el partido de Elba Esther Gordillo para rescatar lo que puedan en el DF. El barco se hunde y ellos siguen agregando peso muerto mientras se mantienen aferrados al timón. En algún sentido, Los Chuchos son al mismo tiempo el iceberg y la orquesta de ese Titanic en que han convertido al hasta ahora principal partido de izquierda del país. El PRD ha quedado completamente desarticulado: no tiene pies, pero sobre todo, no tiene cabeza.
Economista.
@esquivelgerardo
gesquive@colmex.mx
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