CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Hace cuatro
años, cuando inició su gobierno, Enrique Peña Nieto dijo que la
violencia llegaría a su fin durante su administración. Auguró la paz y
la tranquilidad para el país, así como prosperidad y bienestar con las
reformas estratégicas, principalmente la energética, que impulsaría en
el Poder Legislativo. De esta manera logró inicialmente un efecto de
ilusión y de percepción a su favor, aunque detrás de estas promesas lo
que en realidad estaba usando era la mentira como recurso para gobernar.
A los dos primeros años de gobierno la realidad mostró que Peña Nieto
había mentido en todo lo que ofreció. Las reformas energética,
hacendaria, educativa, laboral, principalmente, fueron aprobadas pero
ninguna de ellas tuvo algún efecto positivo en la población.
Al
contrario, la pobreza siguió creciendo, la inflación se mantuvo en
menos de tres por ciento, pero subieron los precios de la canasta básica
y la gasolina a pesar de que Peña Nieto había dicho que eso ya no
pasaría, lo mismo que la marginación. En fin, todo fue una mentira y no
hubo mejoría ni bienestar social.
Otra mentira salió a relucir a la mitad de su administración. La
corrupción y la impunidad salió a flote con el caso de la llamada Casa
Blanca, adquirida para su esposa Angélica Rivera a cambio de los
contratos y concesiones otorgadas a Juan José Hinojosa, el constructor
favorito de Peña Nieto desde que era gobernador del Estado de México. A
partir de ese caso los escándalos de las propiedades de la primera dama
siguieron hasta Miami, lo mismo que de otros integrantes del gabinete,
como Luis Videgaray y Miguel Ángel Osorio Chong.
Una mentira más de Peña Nieto fue cuando dijo que se respetarían los
derechos humanos. Las ejecuciones en Tlatlaya, Tanhuato y Apatzingán,
las desapariciones de los 43 estudiantes de la normal rural de
Ayotzinapa, los asesinatos de periodistas y activistas y las
detenciones a manifestantes expresaron la severa crisis de derechos
humanos que sufre el país.
La promesa de tener paz y tranquilidad tampoco llegó. La espiral de
violencia y muerte en los cuatro años de su gobierno ha sido mayor que
en la administración de Felipe Calderón.
De nada han servido las estadísticas oficiales del gobierno peñista
cuando nos dicen que los delitos dolosos como asesinatos y ejecuciones
van a la baja. Tampoco el que hayan detenido a varios de los principales
capos del narco como Joaquín Guzmán Loera.
De acuerdo con las cifras del propio sistema nacional de seguridad
pública, en 32 meses de gobierno se registraron 57 mil 410 asesinatos
violentos o dolosos y 12 mil 500 personas han desaparecido durante el
sexenio de Peña Nieto, según cifras de Amnistía Internacional.
Peña Nieto llega así a la última etapa de su gobierno con una imagen
desacreditada entre la sociedad y los empresarios, no sólo por incumplir
todas y cada una de sus promesas iniciales, sino por los casos
evidentes de corrupción e impunidad y en los últimos días por el plagio
de sus tesis como estudiante.
Pero principalmente por su incapacidad para afrontar y resolver cada
uno de los problemas generados por sus subalternos como el conflicto
magisterial que tiene de cabeza a las secretarías de Gobernación y de
Educación y ha provocado mayor irritación social y empresarial.
Pero sobre todo Peña Nieto llega a la etapa final de su gobierno con
una imagen negativa por el descaro de mentir y hacer de la mentira su
principal herramienta de gobierno
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