Desde que recibió su acta de presidente electo, López Obrador empezó a
caminar haciendo un esfuerzo por mantenerse en la cuerda floja de la
política, una frase que por cierto es el título de un libro sobre teoría
del Estado de quien fue su mentor en Tabasco siendo gobernador: Enrique
González Pedrero.
Bamboleándose entre las promesas hechas en 18 años de campaña y la
aplicación de las mismas, en ese ejercicio anticipado del poder
presidencial, López Obrador ha tomado decisiones polémicas que han
generado un ambiente social de violencia verbal y escrita entre quienes
lo defienden y lo atacan, muchas de las veces, sin razonamientos ni
ideas de por medio, sino con la víscera.
Si miramos en perspectiva lo que el próximo presidente ha hecho en
cinco meses de transición resulta ser parte de una estrategia de
posicionamiento pues se trata de adelantar los tiempos en el ejercicio
del poder para que, al llegar al primero de diciembre con la banda
presidencial en el pecho, tenga el camino allanado.
Es por ello que nombró en su gabinete a personajes indefendibles por
su pasado como Manuel Bartlett, propuso la amnistía a los delincuentes,
el perdón a los corruptos, la militarización disfrazada en el combate al
crimen organizado, la cancelación de la reforma educativa y del
aeropuerto en Texcoco, la construcción del tren del sureste y de la
refinería en Tabasco, y puso como sus asesores a quienes por años llamo
“la mafia del poder”, a los dueños de las televisoras y empresarios como
Carlos Hank y Olegario Vázquez Raña.
Estas aparentes contradicciones, algunas de las cuales ha puesto o
pondrá en consulta ciudadana como para curarse en salud por si fallan,
son parte de esta estrategia de ejercer el poder, de permanecer en la
cuerda floja, un ejercicio político que pocos saben ejecutar en tiempo y
forma.
Andrés Manuel López Obrador no se formó en la izquierda mexicana,
aunque hoy muchos lo ubiquen en esa corriente. Hecho en la vieja escuela
del priismo revolucionario institucional, el próximo presidente tiene
todo un proyecto político y económico basado en el desarrollo de la
economía nacional, en el fortalecimiento del Estado social, en el
respeto a las instituciones que han sido pilares en la historia
nacional, como las fuerzas armadas, y en el manejo de los medios de
comunicación para justificar su programa de gobierno. Es decir en el
nacionalismo revolucionario.
Para conseguir su proyecto que se antoja transexenal, ha tomado
decisiones en apariencia contradictorias pues mientras hace alianzas
estratégicas con empresarios, líderes políticos, sociales y sindicales,
les da la espalda a otros. Es pragmático y sigue a pie juntilla aquella
frase de MacLuhan: “el fin justifica los medios”.
Solo que este pragmatismo político tiene costos que ya comienzan a
reflejarse en donde más le importa: el apoyo de la ciudadanía a la que
le prometió seguridad, terminar con la corrupción y apoyo económico. Si
falla, el equilibrista cae sobre una red, pero si el político fracasa no
solo se cae sino que se lleva consigo a los millones que lo apoyaron
generando una desilusión social que tardará mucho tiempo en recuperar su
confianza.
Por cierto… Según una encuesta de El Universal, la
primera de una serie que habrán de salir en estos días, López Obrador
perdió en este periodo de transición aproximadamente 9 puntos en la
simpatía ciudadana, así como la confianza de inversionistas nacionales y
extranjeros que han sacado del país mil 866 millones de dólares entre
julio y septiembre. Hay expectativa sobre si el discurso que dará en el
Congreso de la Unión el próximo sábado 1 de diciembre generará
certidumbre y confianza, más allá de la fiesta que prepara en el Zócalo
como inicio de la “Cuarta Transformación” como bautizó a su sexenio.
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