Llegó la 4T
EPN-AMLO, contrastes
▲ El presidente Enrique Peña Nieto llegó al aeropuerto de Ezeiza, cerca
de Buenos Aires. Participará en los trabajos del G-20.
Para asimilar la nostalgia anticipada del poder, los
presidentes de México recurren en el último año de su mandato a las más
variadas formas para estampar su rúbrica en la única verdad de la que,
persuadidos ellos mismos, buscan también convencer a los demás:
cambiamos al país.
Sólo con el matiz de lamentar no haber contado con el tiempo
suficiente para realizar todo lo prometido, a ese empeño han dedicado su
muy personal estilo los anteriores tres jefes del Ejecutivo: Vicente
Fox y Felipe Calderón Hinojosa (PAN) y Enrique Peña Nieto (PRI).
Y si bien los dos primeros convivieron con sus sucesores en la larga
transición, más o menos de forma ortodoxa y al mismo tiempo buscaron
afanosamente no quedar como la sombra de un poderío que languidece, sin
duda nada iguala al momento actual: Peña Nieto prácticamente se hizo a
un lado para dejar todos los reflectores –y el poder, aseguran muchos– a
Andrés Manuel López Obrador.
La llegada al Poder Ejecutivo del primer político surgido de la
izquierda, respaldado por un número de sufragios nunca antes obtenidos
por un candidato presidencial, así como un ímpetu que ya ha tenido
repercusiones aun antes de protestar el cargo, ha sido en estos meses de
franco contraste con el bajo perfil adoptado por el presidente Peña.
Comunicar por mensajes y admitir fallos, la constante
El epílogo de esta administración es, según analistas, de
claroscuros. A la par de una relativa estabilidad macroeconómica, la
creación de más de 4 millones de empleos, la renegociación del acuerdo
comercial con Estados Unidos y Canadá y una buena cantidad de obras de
infraestructura, la gestión de Peña Nieto entrega una aguda crisis de
seguridad pública, elevados índices de corrupción y un estancamiento, y
en muchos casos deterioro, en el nivel de vida de la población.
Aunque buscó utilizar como prenda de vocación democrática y
civilizado comportamiento político su inmediato reconocimiento al
triunfo de López Obrador, y enseguida se reunió con él para garantizarle
una transición ordenada, no revirtió su impopularidad que lo marcaron
desde 2014.
Frente a tal debacle, Peña Nieto concluyó como uno de los pocos
presidentes que, por autocrítica o sugerencias, más admitió públicamente
yerros, insuficiencias y hasta falta de visión o experiencia para el
cargo.
Esto fue palpable en la campaña institucional hacia su sexto Informe
de Gobierno, en el que asumió haber tratado erróneamente el tema de la Casa Blanca –negando siempre que fuera un acto ilegal–; subestimado el
gran resentimiento socialante la invitación a Donald Trump como candidato presidencial, en 2016.
Sin embargo, por esta vía insistió en defender la conclusión de la
Procuraduría General de la República (PGR) sobre la desaparición de los
43 normalistas de Ayotzinapa de que todos fueron incinerados en un
basurero de Cocula.
Y sobre el exponencial crecimiento de homicidios, desapariciones,
feminicidios, asesinatos de periodistas y de defensores de derechos
humanos, en suma de la violencia en México, el mandatario la refirió
siempre sólo como una de las “asignaturas pendientes’’ de su gestión. Y
en paralelo, exaltó la participación de las fuerzas armadas en tareas de
seguridad, si bien no logró hacer válida la Ley de Seguridad Interior
que promovió para aquellas.
Pero ante todo, y como todos sus antecesores, ya de salida Peña Nieto porfió: ‘’México se ha transformado’’.
Contra viento y marea, el político que recuperó el poder para el
Partido Revolucionario Institucional (PRI) –aunque sólo seis años– se
aferró a la aprobación de 14 reformas estructurales como el cimiento y
legado que con el paso de los años darán –aseguraba- exitosos resultados
para el desarrollo nacional.
Muy a su pesar, empero, las decisiones anticipadas y otras apenas en
formulación del nuevo gobierno permiten advertir que algunas de esas
reformas serán derogadas, anuladas o incluso se usarán como ejemplo, a
la luz de la llamada Cuarta Transformación, de lo que nunca se debió
hacer. La reforma educativa será una de ellas.
La compulsión y la legitimidad que no llegó
Dos propuestas al Legislativo turnadas literalmente al
cuarto para las 12 y un mensaje en cadena nacional a la manera de quien
le escribe una carta a la nación, retratan la forma como caló en el
ánimo de Felipe Calderón el fin de su gestión.
Presidente de cuyo triunfo en las urnas dudó siempre buena parte de
la sociedad, propuso cambiar el nombre del país para dejarlo sólo en
Méxicoe instaurar la segunda vuelta en la elección presidencial.
Ya en la víspera, La Jornada consignaba así la despedida de Calderón: “El contenido del mensaje era lo que con la mente decía y se escuchaba con su voz en off. Fueron unas líneas que apenas duraron tres minutos y medio. Acompañado de una música melancólica de fondo’’.
En ese epitafio, el segundo presidente del PAN –partido al que
renunció hace unos días– aseguraba: “Más allá de mis capacidades y
limitaciones, les aseguro que he puesto toda mi voluntad y mi
entendimiento para construir el bien común de los mexicanos...’’
Al ‘‘hijo desobediente’’ el sexenio se le impuso como un tiempo
bíblico. Y acudía a la retórica religiosa –“Dios sabe por qué hace las
cosas’’– para cualquier obligada explicación.
Luego de su atropellada toma de posesión, anunció el Operativo Michoacán
para, con el Ejército, enfrentar la violencia que ya se resentía feroz
en el país. Los resultados fueron magros, si bien terminó como herencia
indeleble de ese sexenio.
Temperamental, Calderón no pudo dejar certificadas las “manos
limpias’’ que presumía como candidato. En su gestión se cumplieron el
bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución. Al
lado de un boato inútil y para el olvido, quedó también la frivolidad de
un monumento que no le dice ni significa nada a nadie, pero cuyo
desmesurado costo dejó serias sospechas.
Ya hacia la entrega del poder recorrió desenfrenadamente el país para
inaugurar y supervisar obras, pedir comprensión y clemencia a los
mexicanos y a la historia: “probablemente voy a ser recordado por el
tema de la violencia, y probablemente con mucha injusticia’’.
No tuvo que esperar a salir de Los Pinos para enfrentar ese juicio:
en las últimas giras fue perseguido, confrontado y acosado por gritos y
reclamos de familiares de quienes en algún momento llamó “víctimas
colaterales’’.
El desenfreno en el actuar y el decir
Para su último año, Vicente Fox no tuvo ningún disimulo:
utilizaría el cargo para inclinar la balanza electoral en favor del
Partido Acción Nacional (PAN).
Ello, aun cuando Calderón no había sido primera su opción, pues su
inclinación era su esposa Martha Sahagún o su secretario de Gobernación,
Santiago Creel.
Con pragmatismo de empresario, no mostró civilidad democrática. Desde
inicios de 2006 redobló su desenfreno declarativo para insistir
admonitorio y amenazador: no existen “varitas mágicas’’ para resolver
los problemas.
Así era la oratoria foxista: los gobiernos del pasado “nos tomaron el
pelo como a viles chinos’’ con el populismo de pedir prestado y
descuidar las finanzas públicas. Regresar al estatismo “es una absoluta
falacia, una absoluta falsedad’’.
El mensaje era obvio: atajar la creciente aceptación de López Obrador y alentar la opción panista.
Presumía logros: 75 por ciento de las familias ya disponía de
lavadoras “y no de dos patas o dos piernas, sino de las metálicas’’.
En ese mismo año las consecuencias de su frivolidad se evidenciaban en un auténtico panorama de desgobierno.
En la Cámara de Diputados se denunciaba el enriquecimiento y tráfico
con créditos del Fondo de la Vivienda del Instituto de Seguridad y
Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado de los hijos de
Sahagún, y Fox salía a defenderlos sólo con el argumento de su palabra.
No sería el único caso.
A los conflictos sociales como la insurrección de los maestros de la
Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación en Oaxaca, la
tragedia de Pasta de Conchos, el conflicto en San Salvador Atenco, la
represión en Lázaro Cárdenas, Michoacán, respondía dicharachero y con
ocurrencias.
Tampoco le importó romper con el Congreso o con la Comisión Nacional
de los Derechos Humanos y hasta provocar desaguisados internacionales
por referirse despectivamente a los afroamericanos.
Casi de salida, quien a través de un “¿y yo por qué?’’, eludía
responsabilidades, no pudo leer su último informe ante el Congreso, que
también le negó el permiso de viajar a Asia.
Su empeño desplegado para mantener al PAN en el poder no le valió el reconocimiento interno. En 2014 dejó el partido.
FotoFoto Afp
Rosa Elvira Vargas
Periódico La Jornada
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