Luis Linares
Las expectativas de un cambio de régimen están sembradas y, sin duda alguna, son muy altas. El abrumador número de mexicanos que votó por los morenos y por Andrés Manuel López Obrador lo hicieron conscientes de querer un cambio lo más radical posible. El actual y pasado modo de convivencia política, social, cultural y económica ha recibido frontal y dura condena. A lo que parece, la ciudadanía empieza a recibir variadas noticias de que será factible llevar a la práctica mucho de lo prometido por la administración dentro de tres días. Cuál será la disposición popular para acomodarse a esa nueva realidad, está todavía por aquilatarse en sus múltiples contornos. Los primeros escarceos en este largo intervalo descubren aristas rasposas y una lucha denodada entre el cambio y la continuidad, encubierta esta última de crítica opositora y contrapesos urgentes. No todo el reclamo sustenta la continuidad de conocidos privilegios sino, también, pide sostener la ya sembrada pluralidad de una democracia que ha sido, ciertamente, afectada en aspectos clave de su formación.
El modelo vigente a transformar tiene varios componentes esenciales. El básico es de naturaleza económica. Se afilia, con firme creencia en su eficiencia a principios neoliberales: privatizaciones obligadas, liberalización de flujos de capital y desregulación de mercados. No se reconoce en este acuerdo, de manera explícita, pero se sabe que tal modelo ha sido tocado por excesos y limitantes locales. Se prioriza, de manera recurrente, todo aquello que trabaja por la globalización tanto de capitales como mercancías y servicios. Pero se excluye de este filo trasnacional, con vehemente fuerza, al factor trabajo que, para el caso mexicano, ha sido castigado por ejecutivo, social y permanente decreto. Otro de los ángulos que sostienen la estructura vigente hace referencia al acuerdo político, casi fusión, entre el poder político y los intereses de distintos grupos de presión (plutocracia incluida).
En realidad estos últimos son los que, hasta el presente, han dictado y conducido las decisiones públicas. No es desechable la firme opinión, compartida con amplios sectores, de que se gobierna, desde hace décadas, para ellos y no para el pueblo. Todas las determinaciones públicas han llevado entonces marcado sello para favorecer crecientemente a reducidos beneficiarios.
Es en este preciso aspecto económico y financiero donde se han dado los primeros enfrentamientos. Tanto la cancelación del proyecto de nuevo aeropuerto, bajo construcción, como las iniciativas de ley para regular las comisiones bancarias, las concesiones mineras y afectar a las cuestionadas Afore son áreas de controversia por demás álgidas. Han puesto a todo el aparato de convencimiento colectivo a trabajar contra dichas medidas. Se ha tocado con ellas estrictas áreas reservadas del modelo y era esperada la reacción. Y ésta ha dado sus golpes en la bolsa y el peso.
Llegado a este punto es indispensable reflexionar sobre las armas de defensa y ataque del orden establecido. Los medios de comunicación, en manos de empresarios por demás conservadores y las nutridas huestes de sus plumíferos bajo consigna, han acudido en tropel al pleito. Se les han unido otros estamentos de gran peso: grupos de la academia reacios al cambio, de los centros de investigación privados y algunos otros públicos, pero con particular ímpetu, la opinocracia. Un vasto contingente de auxiliares cuya pretensión es definir la actualidad. Han logrado insertar puntos nodales de crítica tanto sobre las capacidades del gobierno entrante como sobre la viabilidad de sus programas. El voluntarismo, como generador de ocurrencias, ha sido tónica por demás común. Las prevenciones militares se han ido sembrando sin sosiego en el horizonte público. Incide también la crítica en acentuar la tendencia centralizadora, tanto de la nueva estructura gubernamental y del Estado como la normada para el mismo presidente venidero. No hay tregua posible por ahora, salvo las intervenciones con voz e imagen de López Obrador. Éste ha centralizado todo intento de balance difusivo sin lograr atemperar y transmitir la debida secuencia y sustancia de lo planeado, ingredientes vitales de la credibilidad. Lo que en las campañas electorales fue eficaz se torna, en repetidas suertes, en deshilvanada explicación, incluso salpicas con saltarinas contradicciones.
Lo esencial empero radica en que, el modelo, como prometido sustituto del actual, aparece incompleto a simple vista y oído. La estrategia comunicativa no puede depender de un solo centro difusivo, por probado que éste sea. Se requiere una estructura funcional que la soporte. De otra manera, la labor de zapa del conjunto establecido llevará disruptiva ventaja. La cuarta transformación va rumbo a quedar como esquema y oscurecer su centro vital: la igualdad en oportunidades e ingresos como derivada de la justicia distributiva.
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