Todo apunta a que Morena ganará
las primeras dos elecciones estatales ordinarias que se realizarán
después de la aplastante victoria presidencial y legislativa del año
pasado. Pero, más que Morena (un movimiento de amplio espectro, que no
logra una estructuración e institucionalización verdaderas como
partido), el previsible ganador será nuevamente Andrés Manuel López
Obrador, como personalísimo fenómeno mediático y político que transfiere
su popularidad y arrastre a los candidatos a los cargos que sean y en
las condiciones que sean.
Puebla y Baja California serán, en esas condiciones, una suerte de
referéndum, informal pero plenamente indicativo, respecto al ánimo
social ante la manera de gobernar de López Obrador, con la
característica especial de que durante largo tiempo ambas entidades
federativas han sido asiento de poder del panismo.
La modificación del escenario político poblano ha sido vertiginosa y
fue producida por un suceso mortal que ha generado especulaciones
varias. El panista Rafael Moreno Valle fue el jefe real de una facción
política que sabía negociar con un abanico amplio de personajes, que iba
desde la profesora Elba Esther Gordillo hasta el propio obradorismo.
Obstinado en imponer a su esposa como virtual sucesora (aunque hubo un
periodo de
transición, con Antonio Gali como minigobernador de paso), lo logró de manera efímera, pues la gobernadora ya en funciones, Martha Érika Alonso, falleció junto con el propio Moreno Valle en lo que hasta ahora es considerado oficialmente como un accidente, sin visos de comisión intencional.
Las dos muertes poblanas significaron un giro total en la política
estatal. El grupo hegemónico perdió al jefe que era el orquestador de
alianzas dentro del alicaído Partido Acción Nacional y también con
Morena y el obradorismo. Ahora, con Miguel Barbosa como candidato
reincidente (impuesto de manera cantada por Yeidckol Polevnsky,
ejecutora marcial de órdenes superiores) todo apunta a que el morenismo
obtendrá el triunfo en Puebla que el morenovallismo impidió en el pasado
reciente a golpe de fraude electoral.
Esa ruta de victoria morenista en Puebla no parece ser afectada por
el forcejeo internoprotagonizado por Alejandro Armenta e impulsado por
su coordinador de senadores, Ricardo Monreal. Distinto parece el
panorama en Baja California, donde la victoria de Jaime Bonilla podría
darse con una diferencia menor de la prevista, ante la irrupción de
Jaime Martínez Veloz, quien ha mantenido una posición progresista a su
paso por el PRI, PRD y, con brevedad, Morena. Coahuilense de origen pero
partícipe de la política bajacaliforniana desde muchos años atrás,
Martínez Veloz buscó ser candidato a gobernador, pero se le
invitóa dejar que Jaime Bonilla, muy bien visto en Palacio Nacional, fuera el abanderado, razón por la cual se le había sembrado como
superdelegadode programas federales en la misma entidad que ahora busca gobernar.
Como en Puebla y, antes, en Ciudad de México, en el proceso que
asignó la candidatura a gobernar la capital del país a Claudia Sheinbaum
y no a Ricardo Monreal, la postulación se fundó en supuestas encuestas
de opinión que nadie ha conocido, más que la autoridad partidista
anunciadora del
resultadode origen fantasmal. De buscar la presidencia municipal de Tijuana, Martínez Veloz pasó a ser candidato a gobernador a nombre de una coalición de fuerzas que han decidido utilizar el registro del PRD.
A pesar de todo, la fuerza personal de López Obrador parece
suficiente para que el panismo morenovallismo termine de ser desplazado
de forma tajante de Puebla y que el panismo bajacaliforniano cierre ya
un ciclo de 30 años de poder estatal ininterrumpido, desde que Carlos
Salinas pagó a Acción Nacional con esa primera gubernatura para Ernesto
Ruffo, la
legitimaciónde facto que el panismo hizo al gobierno salinista acusado de haberse instalado mediante un fraude electoral.
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