OPINIÓN
Tras
ser acusado en “MeToo-músicos” por acoso a una menor de edad, Armando
Vega-Gil no fue linchado mediáticamente, prefirió quitarse la vida antes
que enfrentar lo que él supuso que ocurriría: descrédito, cancelación
de trabajos, vergüenza pública, crisis familiar.
Las reacciones a su muerte convirtieron el debate casi en un partido
de futbol en medios de comunicación y en redes sociales: goles a favor,
en contra. Morbo, tristeza, rabia desde las tribunas.
Pero a unos días de su muerte (de la que exculpa a cualquiera en su
carta póstuma), queda claro que el marcador favoreció al músico
(condolencias, flores, defensas) y dejó a MeToo, a las feministas y a la
denunciante como promotoras del triste final del talentosísimo y
solidario artista, como responsables por promover el odio y enlodar a
“inocentes” (a quienes no se piden pruebas porque la ley ordena su
presunción de inocencia).
Nada extraordinario. Es normal, en un país como éste, que se dude y
condene a las presuntas víctimas, que se les exijan pruebas, que se
critique su falta de denuncia judicial, que se las descalifique por su
virulencia verbal o por callar tanto tiempo.
Siempre se sospecha que mienten, se les señala porque sus denuncias
tienen “sabor a mentira, a exageración, a morbo, a revancha”, como
escribió Blanche Petrich. ¿qué o quién mide, desde dónde se determina
eso?
¿Por qué no hablar también del miedo y la ira contenidas por noches y
noches, por años incluso; de las secuelas físicas, del estrés
postraumático que sufren, muchas veces de por vida, las agredidas y del
infierno que inicia para ellas tras una agresión sexual, así sea “solo”
acoso?
¿Cómo no van a estar desatadas ante la posibilidad de ser escuchadas,
cómo no van a gritar, a vomitar el dolor, la rabia, la impotencia, la
imposibilidad de denuncia, el maltrato y la revictimización que sufren
ante las instituciones que deberían garantizarles justicia?
Quien no ha estado frente a un MP intentando conseguir justicia por
un caso de abuso sexual no conoce el infierno. Y algo de eso sabemos
muchas mujeres mexicanas, como lo muestran las cifras del Inegi, de las
procuradurías (aún con sus escandalosos subregistros). Sin embargo,
callamos y criticamos a quienes gritan y descomponen el ambiente, a
quienes polarizan, enlodan y salpican. En México escasea la justicia en
esos casos, no importa que la víctima sea una bebé, una niña, una joven,
una adulta mayor. No podemos ni debemos ocultarlo.
Leo textos como el del doctor Ernesto Villanueva, quien asume a
Armando como víctima, veo mensajes en redes que insinúan que la
acusación contra él es igual o similar a las que acostumbraba la Santa
Inquisición (y se ilustra con un suplicio). De hecho, así se califica a
MeToo: “a ratos… parecía un tribunal sumario, histérico, acrítico”, como
sentencia Blanche.
Sí, es posible, de hecho ha sucedido, que algunas acusaciones no se
apeguen a la verdad y que se usen como revancha, y se le exige por eso a
MeToo que tenga “filtros” para certificar la información, para creerle a
las víctimas. En este caso, las promotoras del movimiento aseguran que
confirmaron la denuncia de la mujer con otros testimonios. ¿quién retomó
esa parte de la respuesta de MeToo para dar su opinión del caso?
En la victimología hay un principio: el de creerle a la víctima.
Partiendo de ahí, le creo a la joven, que se investigue, que se proceda y
que se respete la presunción de inocencia que garantiza la ley. Pero
también creo que Armando tiene razón en muchas de las cosas que dijo de
viva voz y de su puño y letra. Y son reveladoras.
Sospecho, al escuchar y leer lo que dijo, y con base en casos que he
conocido, en lo que he leído, en lo que he consultado, en vivencias
personales incluso, que Armando no miente cuando dice que no es
pederasta. No, no hay delito de pederastia, sólo una denuncia anónima
que pudo convertirse en tal, pero que él pudo enfrentar mediática y
judicialmente.
Pero entonces ¿por qué se mató? Sinceramente, no creo que las
repercusiones económicas hubieran sido devastadoras para él, tampoco que
su carrera terminara con un hecho así. El país, el mundo está lleno de
agresores sexuales y sólo una ínfima minoría purgan penas, porque
preferimos olvidar, olvidamos.
Lo que sí creo es que hay indicios de que Armando podría tener una
parafilia, pero que también era un hombre -dando por ciertos los
testimonios de sus amigos, familia, colegas, etc.- bueno, trabajador,
estudioso, solidario…
Aventuro que era un ser que luchó contra esa condición y que
seguramente alguna vez sucumbió y lo olvidó o lo quiso olvidar. Siempre
el miedo a no caer. Cobijo la idea de que daba su lucha por no
convertirse en algo parecido al delincuente de Neverland o a los curas
protegidos por el cardenal y el papa.
Me llama la atención su muy particular e intenso vuelco a la causa de
la infancia, con sus decenas de libros, con su relación de apoyo a
Lydia Cacho… sublimar, canalizar, desvanecer, evitar el delito.
Creo que Armando no era un sociópata, sino que él mismo era su víctima. Que hablen por favor los especialistas.
En contraste, la denunciante a-nó-ni-ma (con ese énfasis lo dicen,
como si anónima fuera sinónimo de mentirosa) señala en su texto que los
cuentos para niños de Armando esconden horrores. En el radio, un locutor
da la nota del suicidio y al fondo se escucha “niña, niña de mis ojos”.
Me viene a la mente la canción “Candilejas”, escrita por Chaplin, el
genial mimo que fue acusado de pederastia y se casó con menores de edad…
“Eres luz de abril, yo tarde gris… llegaste a mí cuando me voy… entre
candilejas te adoré, entre candilejas yo te amé”…
Sospecho desde anoche, la noche en vela como la que pasaron los
amigos y la familia del músico, que Armando tenía esa parafilia, que
luchó, que quizá sucumbió alguna vez y sabía que no debía, que no estaba
bien, que era delito… era sin duda un hombre consciente, culto,
sensible, muy sensible, y no quiso enfrentar la evidencia de que quizá
alguna vez no logró vencer a ese demonio…
Queda saber cómo está la denunciante, presunta víctima. ¿cómo
enfrentó la noticia del suicidio, quién la ayuda, quién está con ella en
este horrible mes de abril?
Y también me pregunto, ¿si MeToo no sirve, si enloda, entonces qué
espacio habrá para las decenas de víctimas de delitos sexuales que se
sumarán esta semana las estadísticas? ¿Deben esperar sentadas a la
orilla del camino hasta que cambie la ley, a que la 4-T nos dé
instituciones que garanticen justicia, o a que pase otro movimiento
“limpio, crítico y autocrítico, inteligente, no revanchista”, para
hacerse oír? ¿Qué harán, qué hacemos, carajo?
CIMACFoto: Hazel Zamora Mendieta
Por: María Mezgo
Cimacnoticias | Ciudad de México
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