Lorenzo Meyer
En memoria de Virgilio Caballero,colega generoso; batallador hasta el final
En un artículo reciente (Reforma 23/03/19), Jorge Volpi abordó el tema del poder y del intelectual público (IP) en nuestro país y vaticinó su decadencia como resultado de los cambios políticos que está experimentando México. Y es que el viejo régimen autoritario centrado en una presidencia casi sin contrapesos y en un partido de Estado que se impuso por las buenas y las malas en doce elecciones presidenciales al hilo —1930-1994—, y al que algunos de esos intelectuales criticaron con denuedo, ya no existe. Por otro lado, el presidente Andrés Manuel López Obrador anunció el fin de aquella política que con tanto éxito se dedicó a cooptar a un buen número de intelectuales que, estando en posibilidad de hacer la disección y crítica sistemática y a fondo del sistema, optaron, con mayor o menor grado de complicidad, por servirle.
Pero ¿de quién se habla cuando se hace referencia al IP? En realidad, es más fácil ponerse de acuerdo sobre ejemplos concretos —Émile Zola al finalizar el siglo XIX, Jean-Paul Sartre, C. Wright Mills, Noam Chomsky o Paul Krugman en la actualidad- que sobre su definición. Sin embargo, hay buenos intentos y que van más allá del diccionario. Hace tiempo Amitai Etzioni y Alyssa Bowditch editaron Public intellectuals. An endangered species? (Rowman &Littlefield, 2006). Ahí, Etzioni señaló que la discusión sobre la decadencia de esos personajes ya tenía más de medio siglo sin llegar a una conclusión, pero en el camino se logró una cierta definición del concepto vía un consenso en torno a sus características.
Los IP son, por principio, generalistas, pero con un alto grado de educación (habitualmente formal, pero no necesariamente) y con una visión del mundo amplia, interesados en temas sustantivos de su época y cuyas posiciones despiertan el interés de sectores sociales amplios. Para comunicarse con ese público, los IP desarrollan y manejan un lenguaje menos técnico que los especialistas —que, por definición, dominan a fondo temas muy acotados— y que, en algunos casos, han logrado incluso el acceso a los círculos de poder para incidir en la formulación de políticas.
Conviene notar que en esta caracterización no es necesario que el IP funcione como “conciencia moral” de la sociedad, aunque inevitablemente sus juicios sobre lo que efectivamente ocurre en el mundo del poder llevan implícitos valores y juicios morales. Tampoco, requiere que ese tipo de intelectuales adopte siempre una visión crítica frente a la estructura y desempeño del poder, aunque en los hechos han funcionado mejor como críticos, (pp. 1-5). Históricamente, una buena parte de los IP se han colocado en algún punto de la izquierda del espectro político, pero los de derecha no están ausentes —un buen ejemplo fue Milton Friedman— y en los últimos tiempos sus filas han engrosado.
Bueno ¿y a quién le importa, fuera del pequeño círculo del que provienen y en el que se mueven los IP, si este tipo de personajes decae o de plano desaparece, como advierte Volpi? Etzioni, —él mismo un sociólogo de renombre y un IP que llegó a ser asesor presidencial en Estados Unidos— advierte que el grueso del público difícilmente lee o escucha directamente lo que los IP tienen que decir sobre los grandes temas, pero sí lo hace una minoría atenta que luego y de manera indirecta lanza esas ideas a un público mayor. Ese papel de intermediarios lo desempeñan profesores, periodistas, comentaristas, funcionarios, (pp. 5-6). Para Etzioni, el IP mantiene un papel no despreciable como una fuente alternativa de interpretación de las luces rojas que se prenden frente a toda sociedad, incluso en aquellas abiertas y democráticas. Y un buen ejemplo norteamericano de esto se dio en la guerra de Vietnam. En esa coyuntura, un puñado de IP advirtieron, contra lo sostenido por el gobierno de Washington y lo difundido por los medios, lo inviable e inmoral de la guerra que se había emprendido en ese país asiático. Esa crítica tardó en ser tomada en cuenta, pero finalmente dejó de ser vista como falsa y antipatriota y se impuso en la opinión pública. En suma, por muy libre y comunicada que sea una sociedad, los IP, donde los hay, pueden desempeñar roles útiles dentro de la estructura institucional de contrapesos (6-8).
En México, que por tanto tiempo vivió sometido a las reglas autoritarias, los intelectuales públicos críticos e independientes ocuparon parte del espacio que en otras circunstancias debería haber quedado cubierto, pero no lo fue, por congresistas, jueces, ministros de justicia, medios masivos independientes, educadores y otros. Desde su leal saber y entender, los IP mexicanos expusieron entonces la gran incongruencia de un país formalmente democrático, pero efectivamente autoritario, gobernado por élites muy corruptas y dedicadas a la extracción ilegítima de recursos de la sociedad. Es verdad que ese entorno ya está cambiando y que hoy son multitud las fuentes de crítica al poder. El pluralismo político ya es una realidad, pues hay un sistema electoral y de partidos —deficientes pero reales—, un congreso donde está casi todo el espectro ideológico y los medios pueden investigar sin temor a represalias como las que no hace mucho le hicieron perder su espacio a Carmen Aristegui. El antiguo IP sale sobrando.
Sin embargo, si se parte del presupuesto de Etzioni, la función del IP se mantiene incluso en sociedades democráticas y desarrolladas. Por tanto, un cambio político como el que actualmente experimenta México, no tiene necesariamente que implicar la decadencia del IP. En la medida en que mantengan su independencia, profundidad del análisis, vocación por abordar los grandes temas de nuestra época y sean capaces de conectarse con un público posiblemente no mayoritario, pero si numeroso y atento, el tiempo mexicano actual puede ser el de una mayor diversidad de IP. Los intelectuales críticos de izquierda radical seguirán disponiendo del espacio comprendido entre el reformismo del régimen y la meta ideal: la superación del capitalismo. Por otra parte, los IP de derecha disponen hoy de un campo de acción enorme: tienen la mesa servida para advertir a la sociedad sobre los errores e inviabilidad del populismo de la izquierda en el poder. Y, desde luego, siempre queda el centro como “justo medio”. Así pues, quizá personajes y estilos cambien, pero no necesariamente el IP mexicano como tal tiene que despedirse del escenario.
Lorenzo Meyer Agenda ciudadana
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