Carlos Bonfil
“¡Gusto no me falta, lo que me falta es dinero!” (Doña Rosita la soltera, Federico García Lorca). Las niñas bien, segundo largometraje de ficción de la realizadora Alejandra Márquez Abella (Semana santa, 2015),
es una sátira social ambientada en el México de 1982, a finales del
sexenio de José López Portillo, momento culminante de una crisis
económica que sumió en el desconcierto a buena parte del país y de modo
particularmente agudo a una clase empresarial súbitamente despojada de
todas sus certidumbres en materia de un deseable control institucional
de los daños ocasionados por la moratoria de pagos, la fuerte
devaluación de la moneda y el deslinde airoso del Poder Ejecutivo (
Soy responsable del timón, pero no de la tormenta, declararía el Presidente).
Este clima social de desasosiego generalizado lo rescata con acierto
la realizadora al centrar la trama en los inconvenientes y pesares que
padece un grupo de mujeres socialmente encumbradas, esposas de hombres
cercanos al poder, que de la noche a la mañana ven mermado el privilegio
que más atesoran, su hasta entonces incuestionado poder de compra.
Inspirada libremente en las crónicas que integran el libro homónimo
de Guadalupe Loaeza, una aguda observadora de los ritos y debilidades de
la clase acomodada, y con un guion de la propia directora, Las niñas bien
describe con lujo de detalles el ostentoso tren de vida de las
protagonistas, el cuidado extremo de las apariencias sociales, la fina
distinción entre lo que las buenas maneras permiten o censuran, la
educación de los niños en el acatamiento puntual de un clasismo decoroso
teñido de racismo (
No se junten con mexicanos), las convenciones de la buena mesa y el esmerado gusto en el vestir o el trato de educada displicencia con la servidumbre.
Las esposas de los magnates son ante todo sujetos ornamentales, cuya
función central es agradar y volverse indispensables en un orden
doméstico milimétricamente controlado. Pero cuando una crisis financiera
precipita a sus maridos en la bancarrota financiera y el desasosiego
moral, su condición de niñas bien vestidas, bien educadas, bien
domesticadas –mujeres florero, en suma–, pronto se transforma en algo
para ellas mismas sorprendente, un depósito de frustración y amargura al
volverse un lastre conyugal oneroso en su nueva condición de objeto
social prácticamente inservible.
Sofía (espléndida caracterización de Ilse Salas) tiene una conciencia
dolorosa de esa transformación tan inesperada y brusca. Su poder
adquisitivo ha quedado muy acotado, los almacenes rechazan las tarjetas
de crédito del marido, caído en desgracia, las amigas muy cercanas
transforman la solidaridad de clase en recelo instantáneo ante ese
infortunio ajeno que sienten ya muy propio, mientras otras amigas, como
Ana Paula (Paulina Gaitán), antes menos favorecidas, disfrutan ahora,
con un brío advenedizo, los privilegios de la nueva rica, la que se
permite el lujo de la condescendencia y el olvido de cualquier viejo
rastro de rencor social.
La posible comedia sofisticada, protagonizada por un reparto
mayoritariamente femenino, producida, escrita, fotografiada y dirigida
por mujeres, en deuda no tan lejana con aquel clásico de canibalismo
lúdico que fue Mujeres (The Women, George Cukor, 1939), se
vuelve, de modo inteligente, una sátira muy áspera del papel que tiene
la mujer, en una sociedad machista, cuando cultiva la ilusión de
compartir con el marido algo más que las migajas de un poder efímero y
endeble.
La figura de Fernando (Flavio Medina), esposo de Sofía y hombre de
negocios desventurado, es emblema elocuente de un éxito económico y
social muy pronto transformado en objeto de humillación y escarnio
público.
Sofía y sus amigas, entre ellas Alejandra (una Cassandra Ciangherotti
notable), procuran capitalizar los restos de altivez y dignidad todavía
a su alcance. Apenas tienen dinero suficiente para pagar los sueldos
caídos de su antigua servidumbre, pero les queda todavía la larga y
vieja inversión del buen gusto cultivado, la pátina gastada de la
opulencia y, sobre todo, la esperanza de un posible horizonte de
revancha.
En este último empeño, entre patético y grandioso, la personalidad de
Sofía se muestra vigorosa. Es un acierto de la directora y guionista
Alejandra Márquez haber sabido darle en nuestro cine comercial un cauce
artístico eficaz y muy afortunado.
La película se exhibe en la Cineteca Nacional y en salas comerciales.
Twitter: Carlos.Bonfil1
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