XVIII Cumbre Iberoamericana dejó en pésima posición a la OEA, a la vez que se abre un nuevo escenario de pronóstico desconocido.
La XVIII Cumbre Iberoamericana –efectuada en la capital de la República del Salvador- centró sus miras en la crisis financiera internacional y sus negativas consecuencias en las economías regionales. Esta vez no hubo lecturas diferentes en cuanto a reconocer que la situación es en extremo grave; pero sí hubo opiniones diversas y encontradas en lo relativo a las responsabilidades de la crisis misma.
Los mandatarios de los 22 países de América Latina, España y Portugal discutieron en privado, al término del plenario, sobre este tema, asunto principal de la actualidad mundial, pero en los discursos ofrecidos durante ese plenario quedaron en descubierto las diferencias de fondo para explicar las causas reales que parieron el actual momento.
"El capitalismo jamás va a salvar el mundo, y si pensáramos en salvar el capitalismo, nuevamente nos equivocaríamos", dijo el Presidente de Bolivia, Evo Morales, quien se alinea con Venezuela y Cuba -ambos ausentes en el encuentro- en este tema. Los tres países han sugerido que se convoque a una cumbre en el marco de la ONU para discutir y acordar una reforma al sistema financiero.
Sin embargo, otros prefieren esperar a los resultados que se obtengan en la Cumbre del G-20, que reunirá a la veintena de países industrializados y emergentes, en Washington, el próximo 15 de noviembre. Entre los partidarios de esta opción se encuentra el Presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, quien preside temporalmente el G-20.
Lula dijo que se requieren reformas financieras, pero dentro del sistema, y anunció que su país tendrá un papel muy activo en el cónclave de Washington para hacer oír la voz de las economías emergentes. Además de Brasil, en el G-20 sólo participan de la región, Argentina y México
Por su parte, la Presidenta de Argentina, Cristina Fernández, aseguró que la crisis demuestra "el fracaso del modelo neoliberal" y, en una alusión a Estados Unidos y a las instituciones financieras internacionales, señaló que "cuando uno se ha convertido en abanderado de un determinado modelo, lo que debe hacer es asumir esa crisis, ese fracaso y liderar instrumentos que no acaben transfiriendo la crisis a los más vulnerables".
La Presidenta de Chile, Michelle Bachelet, hizo una asertiva exposición que a la postre fue considerada relevante en la hora de los acuerdos. Dijo que la crisis había sido causada por los especuladores financieros sitos en países altamente industrializados, y estos últimos debían responsabilizarse completamente por los estragos, y abandonar los intentos por pasar la crisis a países que no poseían responsabilidad alguna en ella”.
En tanto, el Jefe de Estado mexicano, Felipe Calderón, denunció "el falso planteo de que el mercado puede funcionar sin la gestión del Estado" y alertó que la crisis financiera puede lanzar a la pobreza a millones de personas si no se adoptan las medidas adecuadas.
Fueron dardos lanzados al corazón mismo del gobierno norteamericano, los que, horas más tarde, provocaron una airada reacción en círculos cercanos a George Bush, quien ha fracasado una y otra vez en sus escarceos económicos por minimizar los efectos de la tormenta financiera.
Pero Bush y el establishment estadounidense cuentan con un leal coadyuvante en América Latina. Desde la más alta tribuna de la OEA, José Miguel Insulza, en su calidad de ‘invitado’ a la Cumbre, despajó verborrea tendiente a salvaguardar los intereses de las poderosas transnacionales y del sistema mismo, al asegurar que la solución se encontraba sólo en una profundización del modelo neoliberal, y que todo lo demás –‘filosofía’, la llamó- salía sobrando y se hallaba fuera de contexto. Con tal comentario, Insulza coloca definitivamente a la OEA en una vereda ajena a la de las naciones de la región y ratifica la inutilidad de ese organismo en cuanto a representarlas.
EL MAYOR TEMOR DE EEUU
Durante más de un siglo, las repúblicas latinoamericanas han intentado vanamente zafarse del dominio e influencia estadounidense, a veces con costos irrepetibles, como han sido los casos conocidos en Centroamérica, el Caribe y muchas naciones del sur del continente. Al mencionar nombres como Sandino, Arbenz, Gaitán, Allende, se reviven momentos de arduas tareas independentistas locales que fueron asfixiadas –a sangre y fuego- por los oscuros intereses que Washington ha defendido, prohijado e implementado desde hace cien o más años.
Esta vez, al parecer, las condiciones se muestran esquivas para los deseos políticos y económicos de Washington y sus aliados, ya que la crisis existente viborea en sus propias empresas y tiendas políticas, la cual torna difícil que el gobierno yanqui destine miles de millones de dólares para engendrar acciones represivas en el subcontinente. Por primera vez en mucho tiempo, se ha ido formando una argamasa sociopolítica en Latinoamérica apuntando a un hecho de suyo importante: “la economía no es el Estado”, y tal idea comienza a germinar nuevos proyectos –tibios y pusilánimes aún- en dirección opuesta a los intereses de las transnacionales.
Ecuador, Venezuela y Bolivia, llevan las banderas en la reformulación de políticas económicas que establecen un marco claro de acción para las empresas multi o transnacionales que operan en esas naciones. En Washington las autoridades norteamericanas –junto a sus adláteres financieros- se muerden los labios y rechinan los dientes, pero poco y nada pueden hacer ya que la tremolina económica les exige otorgar el total de su preocupación en satisfacer las necesidades internas que superan con creces a los bienes disponibles. Además, viven allá un período de elecciones que puede delinear un trascendente cambio de rumbo, para bien o para peor, y el horno no está para bollos invasores ni tampoco para dilapidar dólares escasos en aventuras de pronósticos oscuros.
Como nunca antes –y en ello la crisis tiene mucha responsabilidad- Latinoamérica se encuentra con un escenario favorable para cortar amarras y navegar con timón propio. La oposición principal no será ya externa, sino proveniente del interior de nuestras naciones donde una gran parte de la clase empresarial tratará de alentar (y financiar) nuevas políticas de dependencia. En esta rediviva aventura, la OEA –o con mayor precisión, José Miguel Insulza- podría ser el portaestandarte de las filas ultramontanas enquistado en el corazón de los gobiernos locales.
Estados Unidos apuesta a la ‘cordura’ de los mandatarios del sur del continente; y para Washington, ‘cordura’ no es otra cosa que el mantenimiento de la dependencia y de los términos de intercambio comercial. No tiene tiempo, dinero ni apoyo interno para otra acción. Pero también el calendario agota sus hojas, ya que José Miguel Insulza ha puesto sus miras en otro sillón: el de la Presidencia de Chile, para lo cual debería abandonar las cómodas dependencias de OEA e internarse en una lucha de campaña política que se avizora espinuda y de ignoto pronóstico.
Zorro viejo y correteado en materias como las descritas, Insulza sabe que la OEA ya no es un parámetro válido para muchas repúblicas del subcontinente. El llamado ‘panzer’ chileno es consciente de que su trabajo en la organización internacional terminó…y terminó mal, pues frente a sus narices han surgido mandatarios dispuestos a cambiar el rumbo de la historia económica de sus países, justo en el instante que el ‘patrón mayor’ ve con honda preocupación cuán difícil es detener la avalancha con mano propia.
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