Entrevista con Alfredo Guevara
"El peor enemigo de la Revolución es la ignorancia"
"El peor enemigo de la Revolución es la ignorancia"
Calibán
Concedí al compañero Leandro Estupiñán una entrevista formal y que debió, en consecuencia, ajustarse a temas y términos. Es tal la indignación que me producen ciertos senderos trazados e impuestos que ante este talentoso periodista, presentado con el aval de Graziella Pogolotti, estallé en torrente a veces inconexo, pero siempre retornando a ciertas ideas, concepciones y experiencias. Quedaron así violadas las reglas del juego y la entrevista desbordó su propósito. Releída en bruto decidí revisarla y ordenarla y se produjo este texto no-texto y tampoco entrevista que adelanta seguramente otro texto-memoria que debo redactar con urgencia por razones obvias.
No hay que olvidar, pero sólo para ser mejores. Creo que Leandro Estupiñán es y será un magnífico periodista; me sacó de esas casillas en que algunas personas, y en mi caso temas, quedan abroquelados. Los reservaba para abordarlos a mi manera, frase a frase pensada y pensada. Salió así, pues adelante. El periodista-entrevistador debe, para serlo de veras, respetar al interrogado y sus opciones, pero ser incisivo, provocador y acorralador. Lo grave e inadmisible es cuando la provocación y el acorralamiento resultan de la vulgaridad y la ignorancia o de la muy común falta de gentileza y pobre educación ¡Qué magia desarmadora se produce cuando el interrogado enfrenta inteligencia fina y estilete bien graduado! Esa fue la experiencia. Y la agradezco.
Alfredo Guevara
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Entrevista con Alfredo Guevara
El encuentro con Alfredo Guevara (1925) en mayo de 2007 fue extraño, pero mucho más raro ha sido el resultado de aquella conversación fraccionada, por cuestiones inexplicables, en dos secciones. Una transcurrió en su oficina del Festival de Nuevo Cine Latinoamericano. La otra, en el recibidor de su casa en el Vedado. Entablamos el diálogo entre cuadros de los más notorios artistas (coleccionarlos es una de sus pasiones) que ofrecen un fresco de lo que entendemos por Cuba, la Revolución y estos años que le han convertido en una figura polémica. Aquí transcrito, apenas podríamos llamarlo entrevista. Luce más como un testimonio. Y, por supuesto, lo es. Ambos encuentros, de los cuales nos separan dos años en los que Alfredo Guevara ha tenido tiempo para reflexionar sobre lo dicho allí, y sobre la vida en general, fueron un descenso a la memoria. Quisimos traer de vuelta algunos temas, “romper ciertos silencios”, le llama él. Esos silencios que abrazan la realidad cual animal inhóspito que aquella noche nos acechaba.
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Creo que a mi generación, es decir, la de Fidel —generación que tiene la responsabilidad de haber pensado y echado a andar, con el sacrificio suyo y de otros que han desaparecido- la Revolución, no la ha defendido como debía. Ha habido demasiado silencio, demasiado hablar hacia el exterior y no sé por qué razón, entre nosotros, se ha esquivado la polémica, se ha esquivado la refutación.
Hace una cierta cantidad de años planteé a Fidel que no quería seguir en los cargos, renuncié. No cómo se renuncia en otros lugares, sino que le pedí que me liberara de todo lo que se pudiera menos del Festival —quería seguir en el trabajo latinoamericano—. Quería tener tiempo para escribir y para seleccionar documentos y publicarlos. Me dio esa autorización y es lo que estoy haciendo. En estos últimos tiempos, con esa polémica que tú sabes que se armó, ha quedado muy claro que este pensamiento que tengo es más que correcto. Los protagonistas teníamos que hablar.
Yo me horroricé hace unos años con la muerte de Bilito Castellanos. Me di cuenta que de aquel grupito que nos conocimos en nuestro primer año de la Universidad y que, poquito a poco, incluso turbulentamente, fuimos intimando y acabamos por ser un grupo de amigos para siempre, había desaparecido casi todo el mundo. Pero, Bilito me interesaba mucho, no solo por el cariño, casi amor, que le tenía, sino porque era uno de los que podía escribir. Y dije, bueno, qué es lo que queda…
Creo que de aquellos primerísimos años, los años en que se preparó la Revolución y en que se gestaron otros momentos —momentos decisivos como el Moncada y, después, el Granma, la Sierra…—, los protagonistas que podían reseñar, con conocimiento verdadero, profundo, detallado de las cosas, ya casi no existen. Es por eso por lo que estimulé hasta donde pude —porque en estas cosas Fidel toma sus decisiones él— la entrevista con [Ignacio] Ramonet. En realidad, ya había habido un intento hace muchos años; pero, y sé que no le gustaría esto a quien queda de entonces…, me alegro que no haya sido en la época. Giangiacomo Feltrinelli intentó que se hiciera una entrevista en forma a Fidel, pero era muy temprano. Realmente, esta entrevista de Ramonet ha llegado en el momento oportuno, en el momento en que ya habíamos tenido la experiencia de la Revolución, un proceso que quería construir una sociedad más justa, que ha soñado con ser socialista.
El socialismo, en realidad, nadie sabe qué es hasta ahora, puesto que no hay ninguna experiencia válida de socialismo, ni siquiera la nuestra. En realidad, sigue siendo una utopía. Una utopía en la cual todavía creo, y en la cual ya muchos no creen. Muchos dicen que sí, pero tú, que eres joven, sabes muy bien que hay mucho escepticismo y muchas preguntas que se hace la gente, los que siguen queriendo que exista, pero se hacen preguntas. Entonces, como yo sí creo que vamos a llegar, llegará una generación, no sé si esta u otra, pero llegará…, sigo queriendo hacer una contribución a esta edad ya avanzada que tengo. Y en este caso, aceptar tu entrevista, sin conocerte, sabiendo que me expongo a que me utilices, acepté correr el riesgo. Para mí, lo peor es no correrlo. Por eso, estoy haciendo esta introducción. No sé si tú vienes con preguntas, pero yo quiero hacer una pequeña exposición.
Yo creo que la época a la que tú te quieres referir, puntualmente a Lunes de Revolución, no puede ser comprendida sin un análisis político, que es también histórico. Es decir, de cómo se construyó la Revolución.
Al triunfo de la Revolución, el Movimiento 26 de Julio, al que pertenecía ya en ese momento, no tenía una influencia marcada —sí emocionalmente, pero no estructuralmente desde el punto de vista ideológico— sobre la generación intelectual. No tenía a las capas de la intelectualidad artística. El Partido Socialista Popular había hecho un buen trabajo en esa dirección, porque no había manejado la tesis soviética del realismo socialista. Había sido inteligente su política con los intelectuales. Más bien, se había centrado en la identidad. En lo que a mí me tocó conocer, con la edad que tenía entonces. El PSP fue beneficiado para desarrollar esa influencia por el hecho de que el final de la Guerra Mundial, antes de que empezara le Guerra Fría, que empezó casi enseguida, desarrolló un clima de esperanza en el mundo. La Unión Soviética había jugado un papel muy importante en la derrota del nazi-fascismo y tenía la simpatía mundial. La tenía también de los judíos y de la intelectualidad judía del mundo, que era más que importante. Una parte de ella, la que se salvó, se había refugiado en los Estados Unidos. El viejo Partido, el Partido Socialista Popular que, confeso o no confeso, seguía los lineamientos de los restos más o menos encubiertos de la Internacional —que, en definitiva, era Stalin y el estalinismo—, y que perjudicó su imagen por su alianza con Batista, se benefició en imagen porque la Alianza Mundial Antifascista se creó para apoyar a los países en lucha; pero, en realidad y en particular a la Unión Soviética, y condujo al Partido Comunista Norteamericano, bajo la dirección de Earl Browder, a suavizarse. Y mientras Stalin no cambiaba su política interna respecto a los intelectuales, hacía afuera desarrollaba una forma de apertura, de alianza, de frente único. Por lo tanto, la política del Partido Comunista cubano, con nombre de PSP, fue la del frente único. Y el frente único no se logra nada más que haciendo concesiones. Roosevelt estaba en los Estados Unidos. Earl Browder era el dirigente del Partido y marcó ciertas líneas, esas líneas también se adoptaron aquí. Estas cosas aunque las seguía en la época, era tan joven que no quiere decir que las comprendía bien. Fui comprendiéndolas más tarde, cuando me tocó vivirlas conflictualmente.
Hace dos años, más o menos, alguien hizo un estudio en Francia sobre esa época y las cosas relacionadas con la vida intelectual, basado en correspondencias, etcétera, de las que dispone y de las que no dudo. Casi al mismo tiempo, recibí una llamada extrañísima de una persona que decía —puedes fijar la fecha, pues fue exactamente con la muerte de Guillermito Cabrera Infante— que quería lograr que alguien, al que yo conocí, se reconciliara conmigo. Resulta que ese alguien que quería reconciliarse conmigo era Germán Puig. Él quería reconciliarse conmigo ahora que había muerto Guillermito. Yo me quedé asombrado.
En el año 49, parcialmente, estuve por Europa. El 50 y 51 me lo pasé en Europa, básicamente en París, Praga y Roma. Entonces, para mí era… Había conocido a Germán Puig en Cuba, pero lo reencontré en la Ciudad Universitaria de París y me pareció muy simpático. Entonces, resulta que yo he tenido enemigos que no sabía quiénes eran. No sabía que tenía un enemigo. Un muchacho que había conocido aquí, que me parecía simpático también y que le gustaba mucho el cine. A mí me gustaba mucho el cine también, más nada. Pero, él había tratado de organizar cine-clubs y cinematecas, había tratado de organizar cosas, etcétera, y había tenido un conflicto con Titón [Tomás Gutiérrez Alea], a quien excluye de este conflicto, en este lío del que me enteré yo tarde. Es decir, me he enterado, ahora que tengo ochenta, no antes, de que yo había tenido un enemigo hace cuarenta o cincuenta años, no sé cuantos. Yo no sabía que tenía un enemigo con el que tenía que reconciliarme. Y de las cosas que habla el estudioso de Francia, que me parece una persona honesta, limpia, que está trabajando con papeles… Hago un paréntesis para decirte que por eso estoy haciendo esto, porque sé que a quien trabaja con papeles puede armársele una confusión tremenda. Los papeles dan pistas, pero hay que hablar con los protagonistas, y ya no tienes cómo hablar con casi ningún protagonista. Hay unos cuantos protagonistas aquí con los que tal vez ya hayas hablado, pero no van a decirte lo que yo te voy a decir ahora. Es decir, tengo experiencias extrañísimas de esas cosas. He descubierto que tenía un enemigo, con el cual tenía que reconciliarme. Voy a aceptar, pero necesito tiempo para hacerle una carta diciéndole que vivo asombrado de que hayamos sido enemigos. Esto, para decirte cuán complejas son estas cosas.
Cuando conocí a Fidel teníamos 19 años. Ya yo había empezado a caminar hacia el marxismo rápidamente; pero, yo venía de la anarquía. La imagen del anarquismo es de un tipo loco con cuatro bombas en el bolsillo, sembrando el terror por todas partes. Mi anarquismo y mis ideas no estuvieron exentas de eso, pero eran ante todo libertarias. Fui formado por mis profesores en la Universidad, básicamente, y bajo la influencia también de algunos… Fernando Ortiz no fue mi profesor y María Zambrano fue profesora en la medida en que asistía a sus conferencias… la admiraba mucho. También, por ciertos profesores republicanos. Pertenecía a una organización anarquista del puerto. Nada más que había negros, además, estibadores. Fue una experiencia. Si alguien, algún día cuando yo muera, empieza a indagar en mí, dirá: este es un cambia casaca que no tenía nombre. Porque pertenecí a la Juventud Auténtica, a la Juventud Ortodoxa y pertenecí a la Juventud Socialista. Y mientras era de la Juventud Ortodoxa y de la Juventud Auténtica, pertenecí a la Alianza Revolucionaria, que era la organización anarquista. Pero lo que cualquier investigador tendrá que aprender es que la realidad no es monolítica, ni en las personas ni en la sociedad. Está llena de conflictos y mi caso era el caso de alguien que estaba buscando y que a esa edad eso es lo único que puede hacer alguien: buscar. Estaba buscando un asidero intelectual, ideológico, político. Finalmente lo encontré en el marxismo. Pero, no encontré, salvo raras excepciones, idóneas personalidades del marxismo que representaran el marxismo que empezó a adentrarse en mí.
¿Por qué te digo todas estas cosas que no es lo que te interesa? Llega el triunfo de la Revolución. Yo me he ido del Partido, en medio de la clandestinidad. Lo discutí con el Partido. Me pasaron algunas cosas que me decidieron a romper. Primero, el grupo mío, de amigos, no estaba en el Partido. Eran los que rodeaban a Fidel. Eran Pedrito Miret, Léster Rodríguez, Melba [Hernández], Yeyé [Haydeé Santamaría] menos, aunque estuve bajo el mando de Yeyé después. Y Fidel y Raúl. Fidel y Raúl estaban en las mismas ideas. Pero, como yo era el que estaba más lanzado, nunca en público, pero ellos, en relajo, porque éramos unos jovencitos —no pienses en Fidel el estadista de ahora, ni en la figura histórica, ni en nada de eso—, me decían Guevaroski y Alfredoski; nunca en público, porque entonces se rompía la unidad que teníamos, el papel que jugábamos en la Universidad. Cuando estábamos solos me decían esas cosas, porque yo era el que estaba más lanzado.
Salgo del Partido, porque en una reunión del Partido, que era una reunión de Nuestro Tiempo, donde yo estaba militando, planteé que estaba de acuerdo con la invasión de Hungría, que estaba de acuerdo con la actitud del Partido de Hungría, que había llamado a las tropas soviéticas, pero que no lograba entender cómo al día siguiente, una vez dominada la insurrección, la dirección del Partido no se había suicidado. Yo, si hubiera sido dirigente del Partido húngaro, probablemente hubiera estado de acuerdo en parar la insurrección, pero después me hubiera cuestionado: «he disparado contra el pueblo, no puedo vivir». Me hubiera tenido que pegar un tiro. Entonces, Mirta Aguirre, pidió mi expulsión. Y su hermano, que también estaba allí, Sergio Aguirre, ellos dos, me expulsaron. No te diré los otros que estaban militando allí, porque te quedarías patidifuso si dijera los nombres. Solo que no soy hombre de odios y fueron mis compañeros después hasta que murió cada uno. Creo que se confundieron entonces, y se confundieron más tarde. Allí estaba militando María Antonieta Enríquez, una musicóloga que era la esposa, en ese momento, de Carlos Rafael Rodríguez, que ya se había separado de Edith García Buchaca. María Antonieta, no sé cómo, pudo avisarle a Carlos Rafael. Esto era en plena clandestinidad. Y Carlos Rafael, violando las normas de la clandestinidad, se presentó e impidió mi expulsión. Y además Carlos Rafael se preguntó en público, un público de 15 personas más o menos, un público clandestino, se preguntó cómo yo había aguantado aquella reunión. Acepté que no me expulsaran. Agradecí a Carlos Rafael muchísimo, pero Carlos Rafael tenía sus razones para hacerlo. Yo me había convertido para Carlos Rafael, por todos estos antecedentes míos, en el contacto con [Carlos] Prío, con la Triple A, con Aureliano Sánchez Arango, que estaba clandestino en un yate, y después en un supersótano en lo que es hoy Siboney. Yo era el contacto de él con las organizaciones, con el 26, con los Ortodoxos, pues en la dirección Ortodoxa estaban mis profesores de Filosofía y Letras de la Universidad.
A mi regreso de Europa me tocó vivir otra experiencia. Flavio Bravo, el líder de la Juventud Comunista, me puso a vender el periódico Hoy, voceado por las calles. Lo acepté porque, precisamente, soy tan engreído, tan seguro de mí mismo, que me daba lo mismo vocearlo que hacer otra cosa. Eso no cambiaba nada en mí, pero en un momento dado me sentía viviendo el absurdo. Me encontré con un bedel de la Universidad en el parque Maceo. Yo estaba voceando el periódico y me dijo: «ay, Alfredo, no sabía que estabas tan jodido». Entonces, me dije: «esto es demasiado ridículo», y se acabó la experiencia. Les dije: «si quieren utilizarme, a partir de ahora las condiciones las pongo yo». En la Universidad puse por condición que seguía las líneas de la Juventud, pero se discutía conmigo directamente y no formaba parte de nada. Por eso no milité. En Nuestro Tiempo llegué a militar entre intelectuales, pero ya no milité nunca más.
Algo similar, o peor, sucedió con Carlos Franqui, quien fue expulsado del PSP. Franqui había trabajado en el periódico del PSP antes del triunfo de la Revolución. El PSP había sido con él tan injusto como conmigo. Franqui se confundió conmigo, pensando que tendríamos las mismas reacciones. Es decir, él había salido con odio, pero con razón. Su odio era justo. Había sido maltratado de verdad. Lo menciono porque ese es el origen de muchos problemas futuros, a los cuales me referiré más adelante.
Después encontrarás el nexo de todas estas cosas. Decidí, en mi alma, salir del Partido. Empecé a caminar, para no salir abruptamente, y en la primera oportunidad que pude considerar oportuna, planteé mi desacuerdo con la política del Partido.
La política del Partido seguía siendo el frente único, el movimiento de masas, no la insurrección. En realidad, estaba convencido, desde el Moncada, que después de la sangre del Moncada se había acabado esa política. Pero me era muy difícil, porque yo seguía siendo un marxista. Yo salí del Partido y al día siguiente ya estaba militando junto a Fidel; no digo junto a Fidel persona, sino en la misma línea, en el 26.
El problema es que estaba militando virtualmente desde antes y conocía todo. Estuve en el entrenamiento del Moncada, siempre estuve con ellos. Cuando el asalto al Moncada, quien limpia las casas, porque tenía acceso a ellas, soy yo. Me detienen unos días después, pero alcancé a limpiar las casas, porque allí había textos marxistas. Ellos estaban estudiando el marxismo. No quiere decir que todos los asaltantes al Moncada supieran esto, pero era parte de la evolución intelectual de Fidel, de Raúl, de Pedrito, de Léster...
—… de Abel. En su casa también había libros marxistas.
De Abel [Santamaría] también, pero yo no tenía el acceso para llegar allí y hacer lo que me diera la gana. Pero, en todas las demás casas yo “acabé”. Incluso, en el cuarto en que vivían Raúl y Pedrito, una casa de huésped, entré, me llevé las cosas, llegó el SIM y yo, que ya estaba un poquito lejos, me acordé de que había un travesaño en el que Raúl a veces tenía cosas. Me dije, «ay mi madre». Volví a la casa. Ya se había ido el SIM. Me llevé lo que estaba en el travesaño. Yo logré limpiar todas las casas a las que tenía acceso. Unos días después me detuvieron. Esto, para decir que yo salí del PSP directo para las acciones del 26. Salí del PSP para correr más riesgos todavía. La pasé peor en la clandestinidad urbana que si hubiera estado en el monte. Yo no me veo en el monte. Pertenezco al asfalto. Corrí riesgos en La Habana, pero no vivía en un sótano, vivía en las casas burguesas más ricas de Cuba, aunque igual podían matarme al día siguiente. En otro medio me habrían agarrado a los tres minutos. Tú tienes que ser pez en tu agua y ahí debes actuar hasta donde puedas. Yo me sentía más seguro en la inseguridad de La Habana que en un medio en el que me sintiese un extraño. Al final, me detuvieron y me torturaron.
Me salvó mi padre. Él era Gran Maestro de la masonería. El movimiento estudiantil estaba protestando: yo estaba desaparecido. La palabra desaparecido, como se usa hoy, no existía entonces, pero lo estaba. Me habían detenido Carratalá y Peñate. Carratalá me había entregado a este último. Estuve en la estación de Zapata y C, una estación de policía. Cuando paso por ahí me horrorizo nada más de mirarla, porque fue donde acabaron conmigo. Logré avisar gracias a un policía. Yo era un guiñapo, un hematoma viviente. El policía se pone de espaldas, porque no podía hablarme, y me susurra: «¿tú sabes que te van a matar?» Le digo «sí». Dice: «si me das un teléfono aviso, porque la clave es que te vean». Todo esto sucedió en medio segundo. Se me ocurre la idea salvadora: llamar a un primo mío, que era cónsul en Buenos Aires, y que era de la carrera diplomática formal, porque era premio Sánchez Bustamante en Derecho Internacional en la Universidad, y se logró colar en el Ministerio de Estado desde la época de Prío. Y recordé también a Alicia, su esposa, que todavía vive con noventa y tantos años. Ellos estaban fuera de la lucha y yo no tenía por qué recordar el teléfono, pero me vino a la memoria el número, lo dije y se avisó. Mi familia se comunicó con mis contactos, muchos de ellos bien colocados entre la burguesía habanera que ayudó a la Revolución.
Alfredo Guevara
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Entrevista con Alfredo Guevara
El encuentro con Alfredo Guevara (1925) en mayo de 2007 fue extraño, pero mucho más raro ha sido el resultado de aquella conversación fraccionada, por cuestiones inexplicables, en dos secciones. Una transcurrió en su oficina del Festival de Nuevo Cine Latinoamericano. La otra, en el recibidor de su casa en el Vedado. Entablamos el diálogo entre cuadros de los más notorios artistas (coleccionarlos es una de sus pasiones) que ofrecen un fresco de lo que entendemos por Cuba, la Revolución y estos años que le han convertido en una figura polémica. Aquí transcrito, apenas podríamos llamarlo entrevista. Luce más como un testimonio. Y, por supuesto, lo es. Ambos encuentros, de los cuales nos separan dos años en los que Alfredo Guevara ha tenido tiempo para reflexionar sobre lo dicho allí, y sobre la vida en general, fueron un descenso a la memoria. Quisimos traer de vuelta algunos temas, “romper ciertos silencios”, le llama él. Esos silencios que abrazan la realidad cual animal inhóspito que aquella noche nos acechaba.
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Creo que a mi generación, es decir, la de Fidel —generación que tiene la responsabilidad de haber pensado y echado a andar, con el sacrificio suyo y de otros que han desaparecido- la Revolución, no la ha defendido como debía. Ha habido demasiado silencio, demasiado hablar hacia el exterior y no sé por qué razón, entre nosotros, se ha esquivado la polémica, se ha esquivado la refutación.
Hace una cierta cantidad de años planteé a Fidel que no quería seguir en los cargos, renuncié. No cómo se renuncia en otros lugares, sino que le pedí que me liberara de todo lo que se pudiera menos del Festival —quería seguir en el trabajo latinoamericano—. Quería tener tiempo para escribir y para seleccionar documentos y publicarlos. Me dio esa autorización y es lo que estoy haciendo. En estos últimos tiempos, con esa polémica que tú sabes que se armó, ha quedado muy claro que este pensamiento que tengo es más que correcto. Los protagonistas teníamos que hablar.
Yo me horroricé hace unos años con la muerte de Bilito Castellanos. Me di cuenta que de aquel grupito que nos conocimos en nuestro primer año de la Universidad y que, poquito a poco, incluso turbulentamente, fuimos intimando y acabamos por ser un grupo de amigos para siempre, había desaparecido casi todo el mundo. Pero, Bilito me interesaba mucho, no solo por el cariño, casi amor, que le tenía, sino porque era uno de los que podía escribir. Y dije, bueno, qué es lo que queda…
Creo que de aquellos primerísimos años, los años en que se preparó la Revolución y en que se gestaron otros momentos —momentos decisivos como el Moncada y, después, el Granma, la Sierra…—, los protagonistas que podían reseñar, con conocimiento verdadero, profundo, detallado de las cosas, ya casi no existen. Es por eso por lo que estimulé hasta donde pude —porque en estas cosas Fidel toma sus decisiones él— la entrevista con [Ignacio] Ramonet. En realidad, ya había habido un intento hace muchos años; pero, y sé que no le gustaría esto a quien queda de entonces…, me alegro que no haya sido en la época. Giangiacomo Feltrinelli intentó que se hiciera una entrevista en forma a Fidel, pero era muy temprano. Realmente, esta entrevista de Ramonet ha llegado en el momento oportuno, en el momento en que ya habíamos tenido la experiencia de la Revolución, un proceso que quería construir una sociedad más justa, que ha soñado con ser socialista.
El socialismo, en realidad, nadie sabe qué es hasta ahora, puesto que no hay ninguna experiencia válida de socialismo, ni siquiera la nuestra. En realidad, sigue siendo una utopía. Una utopía en la cual todavía creo, y en la cual ya muchos no creen. Muchos dicen que sí, pero tú, que eres joven, sabes muy bien que hay mucho escepticismo y muchas preguntas que se hace la gente, los que siguen queriendo que exista, pero se hacen preguntas. Entonces, como yo sí creo que vamos a llegar, llegará una generación, no sé si esta u otra, pero llegará…, sigo queriendo hacer una contribución a esta edad ya avanzada que tengo. Y en este caso, aceptar tu entrevista, sin conocerte, sabiendo que me expongo a que me utilices, acepté correr el riesgo. Para mí, lo peor es no correrlo. Por eso, estoy haciendo esta introducción. No sé si tú vienes con preguntas, pero yo quiero hacer una pequeña exposición.
Yo creo que la época a la que tú te quieres referir, puntualmente a Lunes de Revolución, no puede ser comprendida sin un análisis político, que es también histórico. Es decir, de cómo se construyó la Revolución.
Al triunfo de la Revolución, el Movimiento 26 de Julio, al que pertenecía ya en ese momento, no tenía una influencia marcada —sí emocionalmente, pero no estructuralmente desde el punto de vista ideológico— sobre la generación intelectual. No tenía a las capas de la intelectualidad artística. El Partido Socialista Popular había hecho un buen trabajo en esa dirección, porque no había manejado la tesis soviética del realismo socialista. Había sido inteligente su política con los intelectuales. Más bien, se había centrado en la identidad. En lo que a mí me tocó conocer, con la edad que tenía entonces. El PSP fue beneficiado para desarrollar esa influencia por el hecho de que el final de la Guerra Mundial, antes de que empezara le Guerra Fría, que empezó casi enseguida, desarrolló un clima de esperanza en el mundo. La Unión Soviética había jugado un papel muy importante en la derrota del nazi-fascismo y tenía la simpatía mundial. La tenía también de los judíos y de la intelectualidad judía del mundo, que era más que importante. Una parte de ella, la que se salvó, se había refugiado en los Estados Unidos. El viejo Partido, el Partido Socialista Popular que, confeso o no confeso, seguía los lineamientos de los restos más o menos encubiertos de la Internacional —que, en definitiva, era Stalin y el estalinismo—, y que perjudicó su imagen por su alianza con Batista, se benefició en imagen porque la Alianza Mundial Antifascista se creó para apoyar a los países en lucha; pero, en realidad y en particular a la Unión Soviética, y condujo al Partido Comunista Norteamericano, bajo la dirección de Earl Browder, a suavizarse. Y mientras Stalin no cambiaba su política interna respecto a los intelectuales, hacía afuera desarrollaba una forma de apertura, de alianza, de frente único. Por lo tanto, la política del Partido Comunista cubano, con nombre de PSP, fue la del frente único. Y el frente único no se logra nada más que haciendo concesiones. Roosevelt estaba en los Estados Unidos. Earl Browder era el dirigente del Partido y marcó ciertas líneas, esas líneas también se adoptaron aquí. Estas cosas aunque las seguía en la época, era tan joven que no quiere decir que las comprendía bien. Fui comprendiéndolas más tarde, cuando me tocó vivirlas conflictualmente.
Hace dos años, más o menos, alguien hizo un estudio en Francia sobre esa época y las cosas relacionadas con la vida intelectual, basado en correspondencias, etcétera, de las que dispone y de las que no dudo. Casi al mismo tiempo, recibí una llamada extrañísima de una persona que decía —puedes fijar la fecha, pues fue exactamente con la muerte de Guillermito Cabrera Infante— que quería lograr que alguien, al que yo conocí, se reconciliara conmigo. Resulta que ese alguien que quería reconciliarse conmigo era Germán Puig. Él quería reconciliarse conmigo ahora que había muerto Guillermito. Yo me quedé asombrado.
En el año 49, parcialmente, estuve por Europa. El 50 y 51 me lo pasé en Europa, básicamente en París, Praga y Roma. Entonces, para mí era… Había conocido a Germán Puig en Cuba, pero lo reencontré en la Ciudad Universitaria de París y me pareció muy simpático. Entonces, resulta que yo he tenido enemigos que no sabía quiénes eran. No sabía que tenía un enemigo. Un muchacho que había conocido aquí, que me parecía simpático también y que le gustaba mucho el cine. A mí me gustaba mucho el cine también, más nada. Pero, él había tratado de organizar cine-clubs y cinematecas, había tratado de organizar cosas, etcétera, y había tenido un conflicto con Titón [Tomás Gutiérrez Alea], a quien excluye de este conflicto, en este lío del que me enteré yo tarde. Es decir, me he enterado, ahora que tengo ochenta, no antes, de que yo había tenido un enemigo hace cuarenta o cincuenta años, no sé cuantos. Yo no sabía que tenía un enemigo con el que tenía que reconciliarme. Y de las cosas que habla el estudioso de Francia, que me parece una persona honesta, limpia, que está trabajando con papeles… Hago un paréntesis para decirte que por eso estoy haciendo esto, porque sé que a quien trabaja con papeles puede armársele una confusión tremenda. Los papeles dan pistas, pero hay que hablar con los protagonistas, y ya no tienes cómo hablar con casi ningún protagonista. Hay unos cuantos protagonistas aquí con los que tal vez ya hayas hablado, pero no van a decirte lo que yo te voy a decir ahora. Es decir, tengo experiencias extrañísimas de esas cosas. He descubierto que tenía un enemigo, con el cual tenía que reconciliarme. Voy a aceptar, pero necesito tiempo para hacerle una carta diciéndole que vivo asombrado de que hayamos sido enemigos. Esto, para decirte cuán complejas son estas cosas.
Cuando conocí a Fidel teníamos 19 años. Ya yo había empezado a caminar hacia el marxismo rápidamente; pero, yo venía de la anarquía. La imagen del anarquismo es de un tipo loco con cuatro bombas en el bolsillo, sembrando el terror por todas partes. Mi anarquismo y mis ideas no estuvieron exentas de eso, pero eran ante todo libertarias. Fui formado por mis profesores en la Universidad, básicamente, y bajo la influencia también de algunos… Fernando Ortiz no fue mi profesor y María Zambrano fue profesora en la medida en que asistía a sus conferencias… la admiraba mucho. También, por ciertos profesores republicanos. Pertenecía a una organización anarquista del puerto. Nada más que había negros, además, estibadores. Fue una experiencia. Si alguien, algún día cuando yo muera, empieza a indagar en mí, dirá: este es un cambia casaca que no tenía nombre. Porque pertenecí a la Juventud Auténtica, a la Juventud Ortodoxa y pertenecí a la Juventud Socialista. Y mientras era de la Juventud Ortodoxa y de la Juventud Auténtica, pertenecí a la Alianza Revolucionaria, que era la organización anarquista. Pero lo que cualquier investigador tendrá que aprender es que la realidad no es monolítica, ni en las personas ni en la sociedad. Está llena de conflictos y mi caso era el caso de alguien que estaba buscando y que a esa edad eso es lo único que puede hacer alguien: buscar. Estaba buscando un asidero intelectual, ideológico, político. Finalmente lo encontré en el marxismo. Pero, no encontré, salvo raras excepciones, idóneas personalidades del marxismo que representaran el marxismo que empezó a adentrarse en mí.
¿Por qué te digo todas estas cosas que no es lo que te interesa? Llega el triunfo de la Revolución. Yo me he ido del Partido, en medio de la clandestinidad. Lo discutí con el Partido. Me pasaron algunas cosas que me decidieron a romper. Primero, el grupo mío, de amigos, no estaba en el Partido. Eran los que rodeaban a Fidel. Eran Pedrito Miret, Léster Rodríguez, Melba [Hernández], Yeyé [Haydeé Santamaría] menos, aunque estuve bajo el mando de Yeyé después. Y Fidel y Raúl. Fidel y Raúl estaban en las mismas ideas. Pero, como yo era el que estaba más lanzado, nunca en público, pero ellos, en relajo, porque éramos unos jovencitos —no pienses en Fidel el estadista de ahora, ni en la figura histórica, ni en nada de eso—, me decían Guevaroski y Alfredoski; nunca en público, porque entonces se rompía la unidad que teníamos, el papel que jugábamos en la Universidad. Cuando estábamos solos me decían esas cosas, porque yo era el que estaba más lanzado.
Salgo del Partido, porque en una reunión del Partido, que era una reunión de Nuestro Tiempo, donde yo estaba militando, planteé que estaba de acuerdo con la invasión de Hungría, que estaba de acuerdo con la actitud del Partido de Hungría, que había llamado a las tropas soviéticas, pero que no lograba entender cómo al día siguiente, una vez dominada la insurrección, la dirección del Partido no se había suicidado. Yo, si hubiera sido dirigente del Partido húngaro, probablemente hubiera estado de acuerdo en parar la insurrección, pero después me hubiera cuestionado: «he disparado contra el pueblo, no puedo vivir». Me hubiera tenido que pegar un tiro. Entonces, Mirta Aguirre, pidió mi expulsión. Y su hermano, que también estaba allí, Sergio Aguirre, ellos dos, me expulsaron. No te diré los otros que estaban militando allí, porque te quedarías patidifuso si dijera los nombres. Solo que no soy hombre de odios y fueron mis compañeros después hasta que murió cada uno. Creo que se confundieron entonces, y se confundieron más tarde. Allí estaba militando María Antonieta Enríquez, una musicóloga que era la esposa, en ese momento, de Carlos Rafael Rodríguez, que ya se había separado de Edith García Buchaca. María Antonieta, no sé cómo, pudo avisarle a Carlos Rafael. Esto era en plena clandestinidad. Y Carlos Rafael, violando las normas de la clandestinidad, se presentó e impidió mi expulsión. Y además Carlos Rafael se preguntó en público, un público de 15 personas más o menos, un público clandestino, se preguntó cómo yo había aguantado aquella reunión. Acepté que no me expulsaran. Agradecí a Carlos Rafael muchísimo, pero Carlos Rafael tenía sus razones para hacerlo. Yo me había convertido para Carlos Rafael, por todos estos antecedentes míos, en el contacto con [Carlos] Prío, con la Triple A, con Aureliano Sánchez Arango, que estaba clandestino en un yate, y después en un supersótano en lo que es hoy Siboney. Yo era el contacto de él con las organizaciones, con el 26, con los Ortodoxos, pues en la dirección Ortodoxa estaban mis profesores de Filosofía y Letras de la Universidad.
A mi regreso de Europa me tocó vivir otra experiencia. Flavio Bravo, el líder de la Juventud Comunista, me puso a vender el periódico Hoy, voceado por las calles. Lo acepté porque, precisamente, soy tan engreído, tan seguro de mí mismo, que me daba lo mismo vocearlo que hacer otra cosa. Eso no cambiaba nada en mí, pero en un momento dado me sentía viviendo el absurdo. Me encontré con un bedel de la Universidad en el parque Maceo. Yo estaba voceando el periódico y me dijo: «ay, Alfredo, no sabía que estabas tan jodido». Entonces, me dije: «esto es demasiado ridículo», y se acabó la experiencia. Les dije: «si quieren utilizarme, a partir de ahora las condiciones las pongo yo». En la Universidad puse por condición que seguía las líneas de la Juventud, pero se discutía conmigo directamente y no formaba parte de nada. Por eso no milité. En Nuestro Tiempo llegué a militar entre intelectuales, pero ya no milité nunca más.
Algo similar, o peor, sucedió con Carlos Franqui, quien fue expulsado del PSP. Franqui había trabajado en el periódico del PSP antes del triunfo de la Revolución. El PSP había sido con él tan injusto como conmigo. Franqui se confundió conmigo, pensando que tendríamos las mismas reacciones. Es decir, él había salido con odio, pero con razón. Su odio era justo. Había sido maltratado de verdad. Lo menciono porque ese es el origen de muchos problemas futuros, a los cuales me referiré más adelante.
Después encontrarás el nexo de todas estas cosas. Decidí, en mi alma, salir del Partido. Empecé a caminar, para no salir abruptamente, y en la primera oportunidad que pude considerar oportuna, planteé mi desacuerdo con la política del Partido.
La política del Partido seguía siendo el frente único, el movimiento de masas, no la insurrección. En realidad, estaba convencido, desde el Moncada, que después de la sangre del Moncada se había acabado esa política. Pero me era muy difícil, porque yo seguía siendo un marxista. Yo salí del Partido y al día siguiente ya estaba militando junto a Fidel; no digo junto a Fidel persona, sino en la misma línea, en el 26.
El problema es que estaba militando virtualmente desde antes y conocía todo. Estuve en el entrenamiento del Moncada, siempre estuve con ellos. Cuando el asalto al Moncada, quien limpia las casas, porque tenía acceso a ellas, soy yo. Me detienen unos días después, pero alcancé a limpiar las casas, porque allí había textos marxistas. Ellos estaban estudiando el marxismo. No quiere decir que todos los asaltantes al Moncada supieran esto, pero era parte de la evolución intelectual de Fidel, de Raúl, de Pedrito, de Léster...
—… de Abel. En su casa también había libros marxistas.
De Abel [Santamaría] también, pero yo no tenía el acceso para llegar allí y hacer lo que me diera la gana. Pero, en todas las demás casas yo “acabé”. Incluso, en el cuarto en que vivían Raúl y Pedrito, una casa de huésped, entré, me llevé las cosas, llegó el SIM y yo, que ya estaba un poquito lejos, me acordé de que había un travesaño en el que Raúl a veces tenía cosas. Me dije, «ay mi madre». Volví a la casa. Ya se había ido el SIM. Me llevé lo que estaba en el travesaño. Yo logré limpiar todas las casas a las que tenía acceso. Unos días después me detuvieron. Esto, para decir que yo salí del PSP directo para las acciones del 26. Salí del PSP para correr más riesgos todavía. La pasé peor en la clandestinidad urbana que si hubiera estado en el monte. Yo no me veo en el monte. Pertenezco al asfalto. Corrí riesgos en La Habana, pero no vivía en un sótano, vivía en las casas burguesas más ricas de Cuba, aunque igual podían matarme al día siguiente. En otro medio me habrían agarrado a los tres minutos. Tú tienes que ser pez en tu agua y ahí debes actuar hasta donde puedas. Yo me sentía más seguro en la inseguridad de La Habana que en un medio en el que me sintiese un extraño. Al final, me detuvieron y me torturaron.
Me salvó mi padre. Él era Gran Maestro de la masonería. El movimiento estudiantil estaba protestando: yo estaba desaparecido. La palabra desaparecido, como se usa hoy, no existía entonces, pero lo estaba. Me habían detenido Carratalá y Peñate. Carratalá me había entregado a este último. Estuve en la estación de Zapata y C, una estación de policía. Cuando paso por ahí me horrorizo nada más de mirarla, porque fue donde acabaron conmigo. Logré avisar gracias a un policía. Yo era un guiñapo, un hematoma viviente. El policía se pone de espaldas, porque no podía hablarme, y me susurra: «¿tú sabes que te van a matar?» Le digo «sí». Dice: «si me das un teléfono aviso, porque la clave es que te vean». Todo esto sucedió en medio segundo. Se me ocurre la idea salvadora: llamar a un primo mío, que era cónsul en Buenos Aires, y que era de la carrera diplomática formal, porque era premio Sánchez Bustamante en Derecho Internacional en la Universidad, y se logró colar en el Ministerio de Estado desde la época de Prío. Y recordé también a Alicia, su esposa, que todavía vive con noventa y tantos años. Ellos estaban fuera de la lucha y yo no tenía por qué recordar el teléfono, pero me vino a la memoria el número, lo dije y se avisó. Mi familia se comunicó con mis contactos, muchos de ellos bien colocados entre la burguesía habanera que ayudó a la Revolución.
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