Detrás de la Noticia
Ricardo Rocha
Estuve en Villahermosa todavía con el recuerdo de haber vivido en 2006 su triunfo contundente en la elección por la gubernatura. De ser el primer periodista que lo entrevistó al colarme a su camioneta cuando se supo de su triunfo. De conmoverme menos de un año después cuando desde el helicóptero me narraba con la voz quebrada el desastre de la inundación; lo que luego me llevaría a escribir con toda la cursilería de que soy capaz que “el agua de allá abajo le había llegado a los ojos”. En fin, la comida con su familia, amable esposa y muchachos bonitos: “habrás de disculpar la sopita y el guisadito, pero ya ves cómo están las cosas”. Más tarde, la llegada espectacular de camiones gigantescos con cientos de toneladas de alimentos y medicinas para el reparto inmediato de miles de despensas ahí mismo, en la Quinta Grijalva, la casa oficial del gobernador en turno de Tabasco. El propio gobernador cargando bultos y cajas: más que adorado por su pueblo.
Pero yo no fui a Tabasco a hacer remembranzas. Fui a buscar respuestas a una sola pregunta: ¿en qué momento se quebró un hombre como Andrés Granier? Planteada de otro modo ¿Cuándo fue que decidió traicionar su destino como un gobernador recordado y respetado, para pasar a la historia como el gran pillo?
Hablé con personajes y gente muy diversa. Y tuve que esforzarme para escuchar primero los episodios conmovedores y luego tragarme sin hacer gestos los testimonios pestilentes de la codicia desenfrenada y la corrupción sin llenadero.
Granier, me cuentan, fue un hombre bueno hasta que le llegó la maldición del poder. De joven, presumía su militancia en el Comité de Lucha de la beligerante Facultad de Química de la UNAM en el mismísimo año del 68. Luego, el ya entonces “químico” forjaría su mito como el bueno del pueblo; aquel que no cobraba los análisis a los pobres en su laboratorio; el mismo que fue empujado por sus amigos para hacerse candidato y luego presidente municipal benefactor de El Centro–Villahermosa. Y más tarde, gobernador del estado del que Pellicer decía: “no es mi tierra, es mi agua”.
Por desgracia, muchas otras cosas que me cuentan nada tienen qué ver con fortalezas y sí con debilidades. Su hijo, Fabiancito Granier, despachó de los 27 a los 32 años como un vicegobernador en funciones. Instalado en una oficina, junto a la de papi, tramitaba todo tipo de licencias, permisos y negocios sin el menor escrúpulo, al grado de amasar una repentina fortuna que le alcanzó para comprar “El Pueblito”, un hotel de 50 millones de dólares y 350 habitaciones en Cancún; 10 departamentos en la Torre Emerald, junto a su amigo El Niño Verde, yate de lujo y fiestas interminables que incluían viajes a Las Vegas en los aviones oficiales de papá. En cambio, sus hermanas fueron más discretas: de Paulina, que gastaba mucho pero a escondidas; y de Mariana, que con esa misma discreción fue haciendo depósitos hasta sumar 3 mil millones de pesos en sus cuentas bancarias, cuya procedencia no ha podido explicar, por lo que están congeladas por la Comisión Nacional Bancaria y de Valores.
Por lo que hace a su equipo de gobierno, no se salva nadie. El saqueo fue generalizado, me dicen. Por eso la deuda estatal creció de 450 a 20 mil millones y tan sólo en 2012 el desfalco fue de 2 mil 400 millones, sobre todo en el sector salud. Y a las tropelías ya conocidas del ex secretario de Finanzas José Manuel Saíz Pineda —el de los 88 millones en la refaccionaria de su empleada— me añaden el nombre de Amílcar Sala, quien —me dicen— fue el poder tras el trono y amasó una fortuna todavía mayor.
Y entre tantas otras cosas, un dato escalofriante: el dinero de donativos internacionales y del gobierno federal para atender a los damnificados por inundaciones pasadas y futuras lo transferían a sucursales bancarias comunes y de ahí iban sacando paquetes y bultos de billetes en cajas o costales. “Son más de mil millones en efectivo los que todavía andan escondidos”.
Pero, de todo lo que me cuentan, un amigo desde su infancia me relata una anécdota que resulta la clave que andaba buscando: cuando Granier tenía 12 años se cayó de una azotea jugando con otros niños; el golpazo le produjo 14 fracturas y le ocasionó una inmovilidad de meses. Un episodio que él siempre se ha negado a recordar porque le atormenta el terror a la muerte. Al grado de ponerse una máscara con la que nos engañó durante estos años. hasta que creyó que ya había repartido suficientes despensas, que la vida le debía todo y que él merecía cobrárselo. Y se volvió a quebrar, ahora moralmente.
ddn_rocha@hotmail.com
@RicardoRocha_MX
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