Lydia Cacho
En 1970, cuando yo tenía siete años, en casa sabíamos que en este lugar que llamaban patria cohabitaban dos países: uno de la pobreza, el racismo brutal, el de las rebeliones estudiantiles y el movimiento feminista en el que vivían mis tíos y mi madre. Y ese otro que narraba Jacobo Zabludovsky en Televicentro. En línea directa desde Los Pinos las noticias se reconstruían, se manipulaban, desparecían evidencias y se fabricaban enemigos a modo. Sin duda mi generación creció escuchando a quienes construían una sociedad civil incluyente a cada paso, en contraste con los que hacían todo lo posible para pulverizar esos esfuerzos, para desacreditar los movimientos que buscaban pluralidad, democracia, educación progresista, igualdad y todas esas quimeras libertarias que siguen cobrando vida en nuestros labios cuarenta y tres años después.
Hace unos meses mi sobrina me dijo que le indigna la manera en que Televisa y algunos diarios dispuestos a reinventar la realidad a modo de los gobernantes retratan al país y sus problemas. A ella como a millones de jóvenes le inquieta esa narrativa mentirosa que teme a los pasamontañas, que promueve un Estado policiaco que se vanagloria en perseguir a la libertad a punta de golpes y balazos, que ridiculiza el disenso. Que usa la justicia como escarmiento y el micrófono como amplificador de la ignominia.
Pensé en darle a leer La terca memoria, un pequeño libro cuyo autor, Julio Scherer, confiesa cómo él y otros periodistas que ahora son adalides de la libertad de expresión, se casaron con el poder. Recibían obsequios a manera de cochupo; el presidente les daba órdenes, los gobernadores lisonjas. Pero llegó otro libro, el que ella y su generación necesitaban. Una biografía novelada de la vida y obra de la familia Azcárraga, propietarios de Televisa, la revelación de cómo y por qué llegamos a este momento en que esas dos patrias, la real y la ficticia, se enfrentan como nunca. El nombre no podía ser mejor: Nación TV, la novela de Televisa (Ed. Grijalbo).
Su autor, Fabrizio Mejía Madrid, nació en 1968 junto al movimiento estudiantil. Como algunos de mi generación se ha convertido en crítico de la escuela de periodismo corruptor que hoy se resiste a morir. Ese que reinventa la historia bajo el suave manto, también, de una izquierda poco crítica cuando de sus santones se trata; esos patriarcas de medios que no le han pedido perdón al país por haber sido parte de esa nación que Fabrizio describe con la puntualidad del cronista más avezado, del biógrafo que no da concesiones.
Paso una a una sus 192 páginas casi olvidándome de respirar. Se reconstruye una historia conocida, se acomodan las piezas faltantes para comprender lo que hace dos décadas parecía incomprensible. Claro, me digo en voz alta como si esto no fuese una lectura solitaria sino un diálogo con el valiente autor que no se guarda un sólo nombre real, que no se arredra ante las anécdotas más escalofriantes de cómo, desde Gustavo Díaz Ordaz hasta la fecha, la presidencia ha creado sus propios medios y los medios su propia presidencia.
Qué necesario e importante es este libro. Justo mientras se debate la ley de medios, y algunos se niegan a la autocrítica, porque aunque no sean Televisa han sido prohijados por esa escuela de las infamias que vende, como dice Mejía, la fantasía como realidad rentable. Esos comunicadores de las élites favorecidas por el poder que, desde su atalaya intelectual, o pseudo-intelectual en algunos casos, venden versiones blanquinegras de un país multicolor.
Fabrizio nos recuerda que los medios en nuestro país han sido un cuarto poder, interconectados para cumplir la función de falsear ciertas historias a cambio de amasar fortunas; que como ajedrecistas mueven las piezas electorales. Pienso al terminar el libro que la prensa socialmente útil no es el cuarto poder, debe ser un contra-poder, como ha dicho una colega española.
Y qué bien que justo ahora llega este libro, que se suma a otros críticos de la corrupción mediática, porque si bien ha sido novelado como recurso narrativo, la urdimbre anecdótica y la base histórica son más que reales.
Habremos de cuidar al autor de Nación TV, quien recibió una amenaza por esta obra. Vale la pena leer el libro que los medios cercanos al poder no quieren que sea visitada por las nuevas generaciones. Mejía pone en nuestras manos la historia que faltaba para comprender al poder detrás de algunos medios y a esos medios como instrumentos de ocultamiento de la realidad.
@lydiacachosi
Periodista
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