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Despenalización por la derecha
Pedro Miguel
Si
un presidente en funciones se manifestara a favor de la despenalización
de las drogas, así fuera de una despenalización parcial, el hecho sería
digno de aplauso por parte de quienes estamos convencidos de la
pertinencia ética, legal, económica y geopolítica de acabar con la
prohibición: aparte de que ésta se basa en consideraciones mercantiles
disfrazadas de moral pública, constituye la condición sine qua non
para el florecimiento del narcotráfico y las actividades delictivas
asociadas a él, favorece la multiplicación de las adicciones, crea un
terreno propicio para las intromisiones y los conflictos
internacionales y representa, en general, un factor de severa
distorsión para la economía, la política y la vida institucional de las
naciones.
Ayuda el que un ex mandatario cobre conciencia de la grotesca y
costosa hipocresía que subyace bajo la persecución de las drogas y tome
partido por suprimir la arbitraria lista de sustancias que los
ciudadanos tienen prohibido consumir. Pero cuando uno que fue
presidente no sólo aboga por la despenalización, sino que además se
apunta para sembrar mariguana y comercializarla en las tiendas Oxxo, el
posicionamiento no sólo da lugar a chistes sino que provoca vergüenza
y, con suerte, un poco de indignación, porque se evidencia que el
sujeto de marras ejecutó las leyes prohibicionistas sin convicción
alguna y que, en tanto haya dinero, lo mismo le da administrar una
explotación minera de alto impacto ecológico que encabezar una
organización ambientalista.
Pero también sería injusto llamarse a sorpresa por las recientes
declaraciones de Vicente Fox, quien ahora se dice dispuesto a cambiar
su poco exitoso papel de conferencista de clase mundial por el de
honesto mariguanero: desde antes de su llegada a la Presidencia se
definió como empresario y comerciante y en ningún momento pretendió
ostentarse como político, y menos aun como una persona con visión de
Estado. Luego se desempeñó con un claro estilo gerencial –quién dijo
que la corrupción sólo existe en el sector público–, concibió al Estado
como una corporación y nunca llegó a tener clara la diferencia entre
sociedad y mercado.
Hay que reconocer, por otra parte, que la escandalosa declaración
tiene al menos la virtud de esclarecer el sentido de las tendencias
favorables a la despenalización de las drogas que desde hace unos años
vienen surgiendo en las derechas empresariales y políticas en el mundo
y que no dejan de causar desconcierto: George Shultz, George Soros,
Mario Vargas Llosa, Ernesto Zedillo, Otto Pérez Molina, Paul Volcker,
César Gaviria, Fernando Cardoso, entre otros. Uno de los manifiestos
más claros y ejemplares en este sentido es el que formularon el pasado
21 de mayo varios de los mencionados. Tiene el feísimo título de
Nueva voz en la reforma de política de drogasy está, por cierto, redactado con las patas.
Los signatarios del texto no se detienen en ningún momento a
preguntarse si es moralmente correcto, o no, que el Estado pretenda
regular de manera coercitiva consumos que, independientemente de lo
perniciosos que resulten, caen en el ámbito de lo privado. La
prohibición de cualquier sustancia alteradora del sistema nervioso –y
hay decenas de ellas promovidas por campañas publicitarias legales–,
con el pretexto de que la adicción a ellas es un problema de salud
pública, resulta tan improcedente como lo sería el forzar al uso del
condón –ley mediante y policía al frente– en prácticas sexuales de
riesgo. Simplemente, los autores del texto retoman la obvia conclusión
que las sociedades vienen haciéndose desde hace varios lustros y desde
hace muchos muertos: que las guerras contra las drogas son, si se cree
en la honestidad de sus propósitos manifiestos, un fracaso.
La postura despenalizadora se presenta sólo como una iniciativa pragmática y
realistapara atenuar los procesos de violencia, descomposición institucional y deterioro de la seguridad y de la salud, y es ambiguo en el punto de si se debe levantar la veda para todas las drogas hoy perseguidas o sólo para la mariguana. Se debilita, así, la credibilidad del pronunciamiento, a menos que se cuente con la inocencia necesaria para creer que el legalizar el consumo y la producción de mota bastaría para
minar el poder del crimen organizadoy
romper el círculo vicioso de violencia, corrupción y prisiones abarrotadas. Y no: la mariguana representa sólo una pequeña porción del ramo del narcotráfico. Aunque Fox sí se ha manifestado explícitamente en anteriores ocasiones por la despenalización de
todaslas drogas hoy ilegales.
El
11 de noviembre de 2010 se asentó en esta columna que Zedillo y Fox,
“nuevos adalides de la despenalización, tienen en común sus vínculos
pasados o presentes con grandes trasnacionales: si antes de dedicarse a
la política el guanajuatense ocupó la gerencia latinoamericana de
Coca-Cola, el sucesor de Salinas, tras abandonar Los Pinos, ha sido
empleado de esa misma empresa, así como de Procter & Gamble,
Daimler-Chrysler, Alcoa, Grupo PRISA y Union Pacific, entre otras.
Puede ser que los pronunciamientos de ambos ex presidentes sean
resultado de meras ocurrencias personales, pero puede ser, también, que
sean expresión de intereses corporativos –los farmacéuticos y los
refresqueros, por ejemplo– dispuestos a disputar a la delincuencia
informal un enorme y vasto mercado, y a instaurar, con base en la
conversión de psicotrópicos hoy proscritos en productos de consumo
regular, ramos industriales tan intachables como lo son actualmente la
tabacalera, la licorera y la de bebidas
energetizantesque contienen taurina. Lo anterior es especulación.”
Hay que agradecerle a Fox que haya despejado, con su más reciente
declaración sobre el tema, el carácter hipotético de aquella reflexión
y que se haya tomado la molestia de confirmar, en sus propias palabras,
el espíritu empresarial que anima su respaldo a la despenalización: “La
mariguana […] puede ser una industria legal y operativa que le quitaría
millones de dólares a los criminales, ese dinero ahora va a ser de
empresarios y no de El Chapo Guzmán, basta de que todo este
asunto de la marihuana esté en manos de criminales […] Una vez que sea
legítimo y legal, claro, puedo hacerlo, yo soy agricultor. Que la droga
esté en manos de nosotros, que ayude a la economía del país y no
solamente a El Chapo [...]” Más claro, ni el agua. Tal vez
estemos en vísperas de una nueva etapa de la guerra en la que los
narcotraficantes empiecen a enfocar su poder (de corrupción, de
infiltración y de fuego) en un esfuerzo por impedir una despenalización
cuyo objetivo principal es sacarlos del mercado.
Así que si las derechas mundiales se han dividido en el tema de las
drogas es porque un sector de ellas piensa que éstas deben ser
convertidas en un negocio tan próspero como legal, en tanto que otro
considera que, pese a todo, sigue siendo mejor negocio combatir los
sicotrópicos que venderlos legalmente
en los Oxxos.
No es esa, no puede ser esa, la despenalización promovida desde una
perspectiva humanista y de izquierda. La medida no debe servir para
hacer dinero sino para acabar con la violencia y la corrupción
asociadas al narcotráfico y su combate y para enfrentar en mejores
circunstancias el drama de las adicciones. No se trata de promocionar
mota o cualquier otra droga en las vitrinas de las tiendas Oxxo; la
idea es la contraria: que las drogas dejen de ser un negocio de alta
rentabilidad.
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