¡Que
noche la del 26 de noviembre en Iguala, Guerrero! Una pesadilla que
invade la vigilia. Un terremoto con epicentro en la Escuela Normal
Rural Raúl Isidro Burgos cuyo tremor rebasa incluso el territorio
mexicano. Las acciones de los sobrevivientes y familiares de nuestros
jóvenes desaparecidos encarnan una epopeya de dignidad. Un amplio
segmento de la sociedad mexicana ha reaccionado con empatía y
solidaridad. Como en el terremoto del 85 muchos mexicanos asumieron que
el asunto les concierne y volvieron a decir: “nada humano me es ajeno”.
Esa actitud de involucramiento podríamos denominarla un bonus optimum, eso que el filósofo Ernst Bloch, describía como una sorpresa positiva en la historia, un bien inesperado.
En contrapunto existe un sector minoritario y privilegiado de la
sociedad mexicana que ve las manifestaciones de solidaridad como una
amenaza para el proyecto “modernizador”, intenta dar vuelta a la página
lo más pronto posible y ha puesto en marcha una especie de “ Operación normalidad
”. En ese marco se inscriben diversos discursos del presidente Enrique
Peña Nieto en los cuales en vez de conciliar, brindar consuelo y
comprometerse a revisar a fondo lo ocurrido, profiere expresiones que
lastiman y polarizan a la ciudadanía y hieren a la democracia mexicana.
El 18 de noviembre, en Cuautitlán Itzcalli, durante la
inauguración de la Ciudad de Salud para la mujer pronunció un discurso
visiblemente enojado y con pésima sintaxis, durante el cual realizó
varias operaciones preocupantes: i) metió en un mismo costal a quienes
han realizado acciones violentas, a quienes han hecho acciones
directas, a quienes han protestado pacíficamente y están indignados por
lo que ocurrido en Ayotzinapa, a quienes se oponen a las reformas y a
los periodistas que realizan su trabajo ii) señaló que pareciera
existir “un afán orquestado por desestabilizar y por oponerse al
proyecto de Nación” iii) afirmó que “pareciera que algunas voces,
unidas a esta violencia y a esta protesta… quisieran que el país
frenara su desarrollo” y iv) en tono iracundo agregó que las reformas:
“No son varita mágica. Nunca las hemos ofertado como tales”. Sus
expresiones califican de desestabilizadores a quienes ejercen la
democracia y criminalizan tanto la libertad de expresión como la
libertad de prensa.
El 27 de noviembre en su discurso para
presentar su decálogo para afrontar los sucesos de Ayotzinapa EPN
planteó una severa contracción de la república, al disminuirle
funciones e importancia, al nivel municipal de gobierno y solicitar
ahora si cabe el término, una “varita mágica” para desaparecer las
policías municipales y dotar al ejecutivo de atribuciones para
formalizar el modelo de virreinal aplicado en Michoacán. El 27 de
noviembre en su discurso para presentar su decálogo para afrontar los
sucesos de Ayotzinapa EPN planteó una severa contracción de la
república, al disminuirle funciones e importancia, al nivel municipal
de gobierno y solicitar ahora si cabe el término, una “varita mágica”
para desaparecer las policías municipales y dotar al ejecutivo de
atribuciones para formalizar el modelo de virreinal aplicado en
Michoacán. En el mismo discurso el presidente calificó en repetidas
ocasiones de atrasados a los estados de Guerrero, Oaxaca y Chiapas.
Además planteó la creación de zonas económicas exclusivas, que
dispensará más subsidios y privilegios de clase, a los poderosos grupos
empresariales y a las élites políticas, que se abalanzarán a esta nueva
piñata de recursos públicos, en busca de lucrativos negocios y recursos
para crear clientelas políticas, como ya ocurrió con los 50 mil
millones de pesos ejercidos en el Plan Nuevo Guerrero. El proyecto de
las zonas económicas especiales parte de una visión clasista que asocia
automáticamente la fortuna empresarial con el bienestar popular. El
presidente no mencionó la necesidad de escuchar la opinión de los
habitantes de esos estados sobre la manera en que quieren resolver los
problemas.
El 4 de diciembre en Acapulco el presidente
Enrique Peña Nieto pronunció un discurso en el que en clara alusión a
las manifestaciones que exigían abrir nuevas líneas de investigación
por lo ocurrido en Ayotzinapa afirmo: “son más, pero muchos más los
guerrerenses que quieren paz, que quieren tranquilidad y que quieren
orden en su estado”.
El martes 27 de noviembre en un acto
solemne en el antiguo campo de concentración de Auschwitz la canciller
alemana Angela Merkel dijo que Alemania tiene la obligación de recordar
eternamente lo que ocurrió, para no volver a traicionar a la humanidad.
En contrapunto Enrique Peña Nieto afirmó el jueves 29 de noviembre
afirmó que: “Este momento en la historia de México de pena, de tragedia
y de dolor, no puede dejarnos atrapados. No podemos quedarnos ahí”. El
gran filósofo Paul Ricoeur plantea que la ecuación del perdón comienza
por el reconocimiento de la profundidad de la falta. Si algo requiere
en este momento una sociedad en shock por la tragedia es una revisión
profunda de todo lo que falló y no una huída hacia adelante que
fincaría el progreso en un huracán de barbarie.
Las palabras
pueden motivar, conciliar, tranquilizar, cautivar, herir, intimidar,
confundir. Las expresiones proferidas por un presidente gozan de
visibilidad mediática, sirven de pauta para la burocracia, son órdenes
del Jefe de las fuerzas armadas, tienen gran peso político e impactan
los mercados. Por ello resulta indignante que Enrique Peña Nieto hable
como líder de una facción y no como lo exigiría su investidura como
presidente de todos los mexicanos. En su discurso se dibuja a “sí
mismo” como alguien atrapado en su propia insensibilidad.
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