CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- En los últimos 27 años el
número de personas ejecutadas en linchamientos creció 666%. Mientras en
el periodo de 1988 a 1995 el promedio mensual de presuntos delincuentes
que murieron a consecuencia de la violencia colectiva fue de 0.15
personas, en los primeros cinco meses de este año, con los dos presuntos
secuestradores asesinados en Teotihuacán, Estado de México, el pasado
martes 24, al menos ya suman cinco los fallecidos; uno al mes, en
promedio.
Policías rescatan a la presunta secuestradora del linchamiento en Santiago Atlatongo, Edomex. Foto: David Deolarte
El primer dato se obtiene de un artículo de Raúl Rodríguez
Guillén y Norma Ilse Veloz Ávila, publicado en el número de
septiembre-octubre de 2014 de la revista El Cotidiano, donde hacen un
recuento de los linchamientos en México entre 1988 y 2014.
El segundo, de una simple búsqueda en Google, que arrojó
cuatro eventos que concluyeron con cinco fallecidos: el primero, el 27
de enero en Acatlán de Osorio, Puebla, con un fallecido; el segundo, el
29 de febrero, en Chapulco, Puebla, un fallecido y dos lesionados; el
tercero, el 31 de marzo, en Nezahualcóyotl, Estado de México, con otro
fallecido; y, finalmente Teotihuacán, Estado de México, con el saldo de
dos fallecidos.
En un artículo publicado en 2001 en la Revista Mexicana de
Sociología, Carlos M. Vilas, a propósito de la irrupción de los
linchamientos en México, señalaba: “Cuando las instituciones del Estado
no llegan, o llegan tarde o mal en la percepción de los actores, y esta
situación persiste en el tiempo, la delegación del poder coactivo en el
Estado pierde sentido y reaparece el ejercicio de la violencia por parte
de los actores”.
Y continúa: “En estos escenarios, la violencia opera como
una forma normal de mediación de las relaciones sociales cotidianas.
Cuando el monopolio estatal de la violencia es inexistente o imperfecto,
o no es percibido como legítimo, la sobrevivencia física y el prestigio
social pueden depender de la capacidad de los individuos para desplegar
una amenaza verosímil de violencia. La debilidad del monopolio estatal
de la violencia, la tolerancia del Estado frente a despliegues de
violencia privada, la extralimitación de las agencias estatales de
prevención y coacción, la inseguridad del mundo de la pobreza, refuerzan
la… resolución violenta de conflictos familiares, vecinales o de otra
índole”.
Esto es precisamente lo que ocurre en México. Basten dos
datos para respaldarlo: el pasado febrero, el Centro de Estudios sobre
Impunidad y Justicia, de la Universidad de las Américas Puebla, dio a
conocer el Índice Global de Impunidad México 2016, donde se incluye
entre los resultados más significativos: “Del total de delitos
consumados, solamente existe un 4.46% de sentencias condenatorias. Lo
cual nos arroja una impunidad cercana al 95% de los delitos que fueron
acreditados por la autoridad como consumados”.
A continuación señala: “La cifra anterior (delitos
consumados) en perspectiva con la cifra negra (delitos que no fueron
denunciados por los ciudadanos) arrojaría que la impunidad simple y
llana, entendida como delito sin castigo, estaría en los márgenes del
99% en México. Es decir, menos del 1% de los delitos en México son
castigados”.
Por otra parte, al revisar la versión del linchamiento en
Chapulco, Puebla, en el portal de noticias e-consulta.com, se desprende
que cuando los pobladores del lugar descubrieron a los cinco presuntos
delincuentes solicitaron el apoyo de la policía municipal, que se
enfrentó a balazos con la banda, pero únicamente pudo detener a dos; los
pobladores persiguieron y detuvieron a los otros tres.
La inoperancia de las instituciones del Estado para
brindar seguridad a la población es más que evidente: se castigan 4.46
de cada 100 delitos consumados –es decir que la autoridad acreditó que
sí se cometieron–, y cuando llegan a tiempo para auxiliar a ciudadanos
en problemas, son incapaces de detener a los delincuentes, los vecinos
de la víctima –sin armas– son más efectivos.
Ante la contundencia de las evidencias, se expanden los
linchamientos, el vigilantismo y las autodefensas. Rodríguez y Veloz
retoman el concepto del linchamiento del Diccionario de la Real Academia
de la Lengua: “Castigar, usualmente con la muerte, sin proceso y
tumultuariamente, a un sospechoso o a un reo”. Y de Carlos Vilas, el de
vigilantismo: cuando los participantes en un linchamiento “se conocen
entre sí generalmente porque habitan en la misma localidad y cuentan con
formas organizativas y estrategias de acción para enfrentar por sí
mismos eventos delictivos…”
Básicamente la diferencia es cuando el linchamiento es
resultado de una acción espontánea e improvisada, o bien, cuando es una
respuesta organizada. Las autodefensas serían la expresión de un
vigilantismo extremo, en el que los pobladores se arman y realizan
funciones de vigilancia y prevención y, al menos, en México mientras las
dos primeras surgen en respuesta a la delincuencia común; la tercera lo
hace para defenderse del crimen organizado.
En México en los años recientes están presentes las tres
expresiones, precisamente por los abusos e incapacidad del Estado
mexicano para garantizar la seguridad de la población. Aunque
ciertamente algunos inocentes han sido víctimas de cualquiera de estas
tres manifestaciones (como el caso de los agentes de la Federal
Preventiva linchados en Tláhuac, en 2004; o los dos encuestadores, en
Ajalpan, Puebla, en octubre de 2015), en la gran mayoría de los casos
finalmente se confirma que las víctimas sí eran delincuentes.
En 2014 los investigadores Rodríguez y Veloz concluían su
artículo: “Podemos afirmar que mientras las condiciones de la injusticia
prevalezcan y las autoridades encargadas de brindar seguridad pública
no lo logren, es muy probable que estos casos de acción colectiva se
sigan registrando con una mayor frecuencia, si no mayor intensidad”.
Los investigadores dividían su estudio en tres periodos:
1988 a 1995, 1996-2004 y 2005-2014; al dividir el número de muertos por
los linchamientos consumados entre el número de meses en cada uno de
ellos, en el primer periodo el promedio era 0.15; en el segundo, 0.44;
y, en el tercero, de 0.61. En los primeros cinco meses del año ya está
en uno por mes.
Así que la tendencia es clara y las causas de la misma
(inseguridad, abusos de las fuerzas de seguridad, impunidad y
corrupción) se agudizan, por lo que no hay razones para pensar que puede
revertirse o detenerse. Al contrario.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario