La Jornada
La captura del ex
gobernador veracruzano Javier Duarte, ocurrida el sábado en Panajachel,
Guatemala, ha sido festejada por diversos actores políticos y vista
desde algunos ámbitos como un éxito en el combate a la impunidad y el
reforzamiento del estado de derecho. No es para menos, si se recuerda la
escalofriante trayectoria del ahora detenido con fines de extradición
durante los casi seis años en los que estuvo al frente del gobierno
estatal: incontables homicidios, desapariciones y secuestros que en la
inmensa mayoría de los casos no tuvieron castigo y ni siquiera
averiguación, que dejaron una cauda de decenas de miles de familias
enlutadas y cuya impronta siniestra ha venido surgiendo en decenas de
fosas clandestinas.
Por si esto fuera poco, la administración duartista se caracterizó
por el manejo del todo opaco de los recursos públicos, que se tradujo, a
su vez, en la desaparición de decenas de miles de millones de pesos, en
una gravísima afectación a los presupuestos de varias instituciones –la
Universidad Veracruzana y el Instituto de Pensiones del Estado, para
empezar–, en intolerables descuidos en los hospitales y en una situación
de quiebra de las finanzas de la entidad. Desde esa perspectiva, pues,
la detención de Duarte en tierras guatemaltecas pareciera abrir cierta
perspectiva de esclarecimiento sobre la tragedia que se ha abatido en
Veracruz durante las pasadas dos administraciones estatales.
No puede ignorarse, por otra parte, que el gobierno duartista
(2010-2016) se desarrolló a mitades entre los sexenios de Felipe
Calderón y Enrique Peña Nieto, y que la Federación no quiso o no pudo
controlar, ni siquiera investigar, los múltiples señalamientos sociales
que referían la corrupción imperante en Veracruz, la connivencia con
grupos delictivos, el descontrol de las corporaciones policiales y el
enriquecimiento vertiginoso de diversos funcionarios del primer círculo
del gobernador.
Un botón de muestra de estas actitudes omisas es el hecho de
que la Unidad de In-teligencia Financiera de la Secretaría de Hacienda y
Crédito Público estuvo al tanto de miles de movimientos
inusuales, algunos calificados como
preocupantes, en cuentas bancarias del gobierno veracruzano, como lo reconoció públicamente el propio Calderón el año pasado. El político michoacano alegó que no hizo nada al respecto porque
fuimos detenidos por la maquinaria de justicia, que nos prohibió seguir adelante.
Algo similar ocurrió en Tamaulipas durante el gobierno de Tomás
Yarrington (1999-2005), detenido en Florencia, Italia, unos días antes
que Duarte. El clamor social que refería supuestos vínculos del titular
Ejecutivo estatal con grupos de la delincuencia organizada no fue
atendido ni poco ni mucho por las presidencias de Ernesto Zedillo y de
Vicente Fox.
Así, más allá de especulaciones sobre la oportunidad y las
circunstancias en que se produjeron ambas capturas, la de Yarrington y
Duarte, lo cierto es que exhiben la inoperancia, si no es que la total
ausencia, de me-canismos de fiscalización capaces de garantizar la
vigencia del estado de derecho en las entidades de la República, o bien
la falta de voluntad política para aplicarlos.
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