El mundo se rige por la
soberbia del poder, Ayotzinapa está más cerca de Tlatelolco de lo que
la geografía física podría decir, el calendario de la muerte que cada
año trazan los jerarcas de la desesperanza los hermana, no hay
casualidades, no las hay, apenas en unos días se cumplirán cuatro años
de la desaparición de los 43 normalistas, tan sólo en unas semanas la
masacre del 2 de octubre cumplirá cincuenta años, tantos días, tantas
horas, tanto dolor, el silencio sigue siendo el mismo, no se sabe lo que
todos sabemos, se calla lo ya dicho, se evita nombrar lo que con sangre
a escrito su nombre, parecería que funciona, dirán riendo que han
vencido, que las pruebas se quemaron tan rápido como un instante, mas lo
que se calla en lo profundo del corazón no alcanza jamás olvido, y es
que nuestro corazón, late, cada día late más fuerte devolviéndonos la
esperanza.
El movimiento del 1968 generó un renacer social, criticó
cada una de las estructuras de aquella época, profundo reclamo de
cansancio y hastió, los roles de género, la política, la democracia, el
gobierno, el poder y mucho más fue cuestionado, los simientes de lo que
se creía sagrado fue sacudido por las pisadas certeras de la juventud
que dijo basta. Hoy vimos tiempos definitorios, de nuevo el grito que
exclama sean removidas las simientes surge desde lo profundo, desde
abajo, donde habitamos quienes damos forma a las sociedades. Ayotzinapa
es un dolor fresco, Tlatelolco es el reuma de un sistema podrido
sostenido por sus lacayos que con sus manos sostienen lo ya derruido. No
hay casualidades, no las hay, hoy seguimos exigiendo justicia y sumando
voces para este mundo transformar. Los estudiantes salen de nuevo a las
calles, organizan asambleas, exigen sus derechos, inyectan frescura a
este otoño.
Entre tanta muerte, entre tanto cinismo, hay luces
de esperanza, los padres de los normalistas ejemplifican la grandeza del
amor y la fortaleza de la conciencia que despierta en el “rojo
amanecer”, Ayotzinapa tiene en ellos su expresión de vida. En Tlatelolco
aún se enmudecen muchos nombres, los centenares de desaparecidos no
llenan libretas ni sus rostros conocemos, anónimas deudas, impunes sus
verdugos se repiten cada año, cincuenta años de un dolor inagotable y a
pesar de todo, de tanta muerte: ¡seguimos cantando!
En
Tlatelolco se pretendió aniquilar a una generación, se propuso la
bengala con sus tonos de guerra opacar las luces de la razón, esa tarde,
esa noche, nació la conciencia que hoy vamos consolidando, se fortalece
en los jóvenes que recuerdan, que hacen suyo los reclamos de un tiempo
no vivido, se reproduce en las mujeres que luchan por ser libres, en los
intelectuales que siguen declarando la verdad sin importa tanta censura
y tanto asesinato de periodistas, se refuerza en las calles
autogestivas, en los barrios autónomos, en la autogestión académica que
tanto pugno José Revueltas, en las comunidades zapatistas, en los okupa,
en los que gritan no al poder y sí a las estructuras horizontales, se
genera y se re-significa cada vez que un muchacho lee y conoce un poco
de tanta historia negada, en cada niño que aprende a observar y aprecia
lo que nadie puede negar de nuestra realidad social. Cada vez que desde
lo más adentro gritamos ¡prohibido prohibir!
Pendiente hay
mucho, tanto, avanzamos pero nos falta, no alcanzamos aún lo justo, la
justicia, se necesita reivindicar, conocer los nombres, limpiar las
cárceles de presos políticos y poner en alto, en los más alto a quienes
hoy informan, a quienes su vida entregan por el ideal, por el sueño, por
la verdad, la verdad cierta, la real, no esa mentira de telenovela, no
las frases huecas y los discursos inflados, hay que conocer, hay que
sembrar esperanza para cultivar utopías.
No hay casualidades,
no las hay, nada es casual, la muerte es presente como pasado, la burla
cínica es la cena de quienes alimentan el terror, Tlatelolco en la
memoria es signo de esperanza, y es que aunque pudiera parecer escabroso
es un hecho palpable, de la muerte viene la esperanza, cuando la
conciencia fomentamos entre tanta efeméride de dolor.
Cristóbal León Campos. Integrante del Colectivo Disyuntivas
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