MONEDERO
Según
la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), el “bono
de género laboral” se refiere al beneficio económico potencial que se
obtiene por el incremento de la participación de las mujeres en la
actividad laboral.
La magnitud económica de este bono se define como el incremento del producto per cápita que se logra en la medida en que se avanza hacia la equidad de género en la participación económica.
En la medida en que la participación laboral de las mujeres esté vinculada a empleos de calidad, puede traducirse en un aumento sustancial del ingreso de los hogares, y por tanto, al crecimiento económico y a la reducción de la pobreza.
Para este organismo internacional, el “bono de género” es casi tan grande como el bono demográfico, complementa y fomenta a este último.
Como ejemplo de la importancia de los aportes de la participación laboral femenina a la economía de los hogares, en una simulación realizada por Cepal (2010) se encontró que la incorporación de las mujeres al mercado de trabajo implicaba un aumento significativo del volumen total de ingresos de sus hogares, y que la supresión de tales ingresos en los hogares biparentales haría aumentar la pobreza entre un 6 y 22 por ciento en 14 países examinados.
Es un hecho que la participación de las mujeres en la actividad económica se ha incrementado en toda América Latina.
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El factor determinante principal de este impulso a la participación femenina ha sido el descenso de la fecundidad asociado al proceso de transición demográfica.
Se entiende por transición demográfica al proceso durante el cual la población de un país pasa de una situación de altos niveles de mortalidad y fecundidad, pero bajo crecimiento poblacional, a otra de mortalidad y fecundidad bajas y también bajo crecimiento poblacional.
El cambio se inicia con la disminución de la mortalidad y es seguido por la reducción de la fecundidad, así como una serie de transformaciones interrelacionadas con esta disminución, como la reducción del tamaño y el cambio de la estructura de los hogares, y el aumento del nivel educativo de las mujeres
El impacto del incremento de la participación femenina sobre el crecimiento económico y la mejora de las condiciones de vida de sus hogares depende de la medida en que tal participación se traduzca efectivamente en la vinculación de las mujeres a empleos de CALIDAD, y en la obtención de ingresos que respondan a su calificación.
OBSTÁCULOS
La magnitud y la duración del “bono de género” dependen de una serie de factores que se relacionan principalmente con el tamaño y la estructura de los hogares, con la distribución de los roles productivo y reproductivo dentro de ellos, y con el funcionamiento del mercado de trabajo. Es decir, hay barreras dentro y fuera del mundo laboral.
En México las mujeres enfrentan fuertes barreras dentro del mercado de trabajo, que se expresan en empleos precarios y bajos salarios, además discriminatorios como la brecha salarial.
Su participación en empleos temporales, en la informalidad y con duración de jornadas menores de 15 horas a la semana es muy alta, 15.54 versus 8.94 por ciento en los trabajadores varones. Su tasa de informalidad laboral es de 57.70, mientras que la masculina es de 56.91.
Por lo consiguiente están más afectadas por el desempleo, la Tasa de Desocupación Abierta (TDA) femenina para mayo en el agregado urbano (32 ciudades) fue de 5.99, frente a 5.80 masculina (datos de la Enoe-Inegi, mayo 2014).
Otro factor igual de importante es su baja tasa de sindicalización, menor a la masculina que es de 10 por ciento de la población ocupada. Por cierto también inferior a la de países como Brasil, Chile o Uruguay, y al 25 por ciento que tienen los países de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE).
Está demostrado que los niveles de sindicalización y la existencia de sindicatos están asociados a la estabilidad laboral, mayor capacitación, mejor nivel de ingresos, mayores compensaciones no salariales (prestaciones), y mayor productividad. (Jaime Ros:
“Algunas tesis equivocadas sobre el estancamiento económico de México”, 2013).
De hecho la reducción de la sindicalización fue la principal razón de la caída en los salarios reales en el periodo 1984-2000. De 1992 a 2002 la tasa de sindicalización pasó de 22.1 a 11.6 por ciento.
El problema es que 57.7 de cada 100 trabajadoras están en la informalidad, por lo consiguiente no están sindicalizadas. No tienen empleos de CALIDAD y su “bono de género” es limitado, aunque sea creciente su participación económica.
Por lo que concierne a las barreras de género fuera del mercado laboral destaca en primer término su excesiva carga de trabajo doméstico no remunerado en su función reproductiva.
Aquí el tamaño y estructura de los hogares es determinante, en aquellos donde hay menores de cinco años la carga de cuidados es muy alta para las mujeres, y les impide su inserción laboral remunerada.
Un factor adicional es la fecundidad temprana. Se ha demostrado que la maternidad adolescente actúa como un obstáculo al desarrollo de las mujeres, reduce sus oportunidades educativas y por tanto las de empleo productivo.
En este sentido son muy importantes las políticas de salud sexual y reproductiva, sobre todo orientadas a las y los adolescentes.
Incentivar la participación económica femenina y generar un “bono de género” es posible siempre y cuando las mujeres accedan a empleos de calidad y existan políticas públicas tendientes a suprimir las inequidades de género. De esta forma se abona al crecimiento económico y a la reducción de la pobreza.
Twitter: @ramonaponce
*Economista especializada en temas de género.
Especial
Por: Carmen R. Ponce Meléndez*
Cimacnoticias | México, DF.-
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