Balsam Mustafa
COVENTRY, Reino Unido – Las autoridades iraníes están reprimiendo las protestas que estallaron tras la muerte bajo custodia de una mujer de 22 años que fue detenida por la policía de la moral por no llevar el hiyab adecuadamente. La muerte de Mahsa Amini, que al parecer fue golpeada tras ser detenida por llevar el pañuelo “de forma inadecuada”, desató protestas callejeras.
Los disturbios se han extendido por todo el país después de que muchas mujeres quemaran sus pañuelos para protestar contra las leyes que les obligan a llevar el hiyab. Según los informes, siete personas han sido asesinadas, y el gobierno ha cerrado casi por completo Internet.
Pero en el mundo árabe –incluido Irak, donde me crié– las protestas han llamado la atención y las mujeres se están citando en internet para ofrecer solidaridad a las mujeres iraníes que luchan bajo el duro régimen teocrático del país.
La imposición del hiyab y, por extensión, la tutela sobre los cuerpos y las mentes de las mujeres, no son exclusivas de Irán. Se manifiestan en diferentes formas y grados en muchos países.
En Irak, y a diferencia del caso de Irán, el uso forzado del hiyab es inconstitucional. Sin embargo, la ambigüedad y las contradicciones de gran parte de la Constitución iraní, en particular el artículo 2 que dice que el Islam es la fuente principal de legislación, ha permitido forzar el uso de hiyab.
Desde la década de 1990, cuando Saddam Hussein lanzó su Campaña de la Fe en respuesta a las sanciones económicas impuestas por el Consejo de Seguridad de la ONU, se ha generalizado la presión sobre las mujeres para que lleven el hiyab. Tras la invasión del país liderada por Estados Unidos, la situación empeoró bajo el gobierno de los partidos islamistas, muchos de los cuales tienen estrechos vínculos con Irán.
En contra de la afirmación hecha en 2004 por el presidente estadounidense George W. Bush de que el pueblo iraquí estaba “aprendiendo ahora las bendiciones de la libertad”, las mujeres han estado soportando la pesada mano del patriarcado perpetuado por el islamismo, la militarización y el tribalismo, exacerbado por la influencia de Irán.
Salir sin hiyab en Bagdad se convirtió en una lucha diaria para mí después de 2003. Tenía que ponerme un pañuelo en la cabeza para protegerme siempre que entraba en un barrio conservador, especialmente durante los años de violencia sectaria.
Los recuerdos de los carteles y pancartas prohiyab que colgaban en los alrededores de mi universidad en el centro de Bagdad siempre me han perseguido. La situación no ha cambiado en dos décadas, con el hiyab obligatorio en las escuelas primarias y secundarias.
Una nueva campaña contra el uso obligatorio del hiyab en las escuelas públicas iraquíes ha surgido en las redes sociales. Natheer Isaa, una de las principales activistas del grupo Women for Women, que lidera la campaña, me dijo que el hiyab es apreciado por muchos miembros conservadores o tribales de la sociedad y que la reacciones violentas son previsibles.
Campañas similares fueron suspendidas debido a amenazas y ataques en línea. Las mujeres que publican en las redes sociales con el hashtag de la campaña #notocompulsoryhijab (“no al hiyab obligatorio”), han atraído tuits reaccionarios acusándolas de ser antiislámicas y antisociales.
Acusaciones similares se lanzan contra las mujeres iraníes que desafían al régimen quitándose o quemando sus pañuelos. El clérigo chiíta iraquí Ayad Jamal al-Dinn arremetió contra las protestas en su cuenta de Twitter, calificando a las mujeres iraníes que protestan de “putas antihiyab” que buscan destruir el Islam y la cultura.
Ciberfeministas y hombres reaccionarios
En mi trabajo etnográfico digital sobre el ciberfeminismo en Irak y otros países, me he encontrado con numerosas reacciones similares ante las mujeres que cuestionan el hiyab o deciden quitárselo. Las mujeres que utilizan sus cuentas en las redes sociales para rechazar el hiyab suelen recibir ataques sexistas y amenazas que intentan avergonzarlas y silenciarlas.
Las que hablan abiertamente de su decisión de quitarse el hiyab reciben las reacciones más duras. El hiyab está vinculado al honor y la castidad de las mujeres, por lo que quitárselo se considera un desafío.
La lucha de las mujeres contra el hiyab obligatorio y la reacción contra ellas desafía la narrativa cultural predominante que dice que llevar el hiyab es una elección libre. Mientras que muchas mujeres deciden libremente si lo llevan o no, otras se ven obligadas a llevarlo.
Por ello, los académicos deben revisar el discurso en torno al hiyab y las condiciones que perpetúan su uso obligatorio. Al hacerlo, es importante alejarse de las falsas dicotomías de cultura frente a religión, o de lo local frente a lo occidental, que oscurecen en lugar de iluminar las causas fundamentales del hiyab obligatorio.
En su investigación académica sobre la violencia de género en el contexto de Oriente Medio, la académica feminista Nadje al-Ali hace hincapié en la necesidad de romper con esta dialéctica y reconocer las diversas y complejas dinámicas de poder implicadas, tanto a nivel local como internacional.
La cuestión de obligar a las mujeres a llevar el hiyab en las sociedades conservadoras debería estar en el centro de cualquier debate sobre la lucha más amplia de las mujeres por la libertad y la justicia social.
La lucha de las mujeres iraníes contra el uso obligatorio del hiyab, a pesar de las medidas de seguridad, forma parte de una lucha más amplia de las mujeres contra los regímenes conservadores autocráticos y las sociedades que les niegan su autonomía. La indignación colectiva en Irán e Iraq nos invita a desafiar el hiyab obligatorio y a quienes se lo imponen a las mujeres o perpetúan las condiciones que lo permiten.
Como me dijo una activista iraquí: “Para muchas de nosotras, el hiyab es como las puertas de una cárcel, y nosotras somos las prisioneras invisibles”. Es importante que los medios de comunicación internacionales y las activistas saquen a la luz su lucha, sin suscribir la narrativa de que las mujeres musulmanas necesitan ser salvadas por la comunidad internacional.
Este artículo se publicó originalmente en The Conversation.
RV: EG
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