“El discurso de odio es la circulación de ideas sobre la inferioridad de grupos históricamente oprimidos, como los indígenas, las mujeres, los discapacitados, los inmigrantes, los pobres, los morenos”.
El domingo pasado, en la víspera del masivo concierto en el Zócalo que brindó el Grupo Firme comenzó en tuiter una campaña de odio que debiera preocuparnos a todos. La tendencia se llamó “Nacos” y trataba de denostar a los asistentes al espectáculo que fue presenciado por 280 mil personas en vivo y casi dos millones de personas lo vieron por Internet. Sin haberlos escuchado, los usuarios de tuiter que hicieron la tendencia se refirieron a su espectáculo como “Música agropecuaria”, “narco-corridos”, “música de delincuentes”. Digo que no habían escuchado al Grupo Firme porque no cantan “narco-corridos feminicidas” —como escribió una usuaria que se dice “feminista”—, sino baladas, canciones de despecho, y las van mezclando con rap, “chúntaro”, música de banda, regional y pop.
El momento icónico de ese concierto fue cuando uno de los cantantes, Jhonny Caz, se puso la bandera del arcoiris LGTB en la espalda. Es el primer cantante de música de banda gay que ha ganado un premio Grammy, que aceptó casarse durante un concierto, y cuyas sus canciones de desamor son hacia los varones. Pero a los usuarios de tuiter lo que les importaba era generalizar el discurso de odio del clasisimo racializado. Sin que la empresa que maneja Twitter en México hiciera nada contra ese discurso de odio, los usuarios señalaron que el Zócalo era una “sopa de nacos”, “concierto de simios” “puro Shrek y Fionas de la 4T”, o que —cito— “durante el concierto se instalarán módulos de la SEP para que tramites tu certificado de primaria. Aprovecha”, Alguien que se ostenta como La Catrina Anti Obradorista develó lo que quizás era la intención de esta tendencia. Escribió: “Normalicemos decirles nacos a los nacos sin que se ofendan. Volvamos a ser ese maravilloso país donde aguantábamos y no nos ofendíamos de todo. Decirle naco a alguien no es ni racista ni clasista, hay nacos de todos los colores”.
La idea era que estaba bien llamarles nacos a los asistentes al Zócalo para, de alguna manera, regresarlos a ese lugar del México de las clases sociales racializadas, regresar a los nacos al lugar de aguante que se les dio en décadas del PRIAN, a que se resignen y se callen. Regresarlos, en fin, a no sentirse con poder, a no votar, porque ellos, los nacos, son ignorantes y caprichosos y pusieron a la 4T en la silla Presidencial, un lugar que no es para los morenos, sino para los señoritos distinguidos, aunque se roben el petróleo y la luz. Pero la tendencia comenzó a tomar una dirección todavía más reprobable cuando un usuario subtituló una foto del Zócalo lleno con su propuesta: “un napalm y se acabó” Otro más, también fantaseó con desaparecer a la gente reunida escribiendo: “Con razón la ciudad se veía mejor hoy: toda la chairiza estaba en el Zócalo viendo al Grupo Firme. Fusilamientos ya”.
El discurso de odio es la circulación de ideas sobre la inferioridad de grupos históricamente oprimidos, como los indígenas, las mujeres, los discapacitados, los inmigrantes, los pobres, los morenos. No todo es discurso de odio de igual forma que no existe el racismo “al revés”, es decir, a los herederos de la blanquitud colonial. Es un prejuicio que hace generalizaciones negativas sobre un grupo históricamente oprimido por su color de piel, género, o nivel de ingreso. Es una forma violenta de expresarse de los individuos por su relación con un grupo que a tus ojos sería el responsable de todo lo malo existente.
Así, a ojos de la derecha, los gays son pederastas, los musulmanes son terroristas, los judíos sólo ven por su dinero, los inmigrantes son invasores, y los morenos son pobres, groseros, ignorantes y atraen el delito. El odio político es algo que comienza en una generalización de un grupo al que se le evade, por ejemplo, segregándolo o evitando incluso que pueda pasar por “tu colonia” porque las afea o atrae el delito, para, después, negarle el acceso a servicios y oportunidades, y finalmente, atacarlo físicamente y exterminarlo. Hay, por supuesto, un tránsito entre sentirse amenazado por un color de piel, un acento, una apariencia, e ir a agredirlo.
Pero justo eso sucedió dos días después. Es lo que se ha llamado “Lord Cuchillo” y es más que la locura repentina de un adulto mayor que hizo el gesto de degollar a un empleado público empuñando un cuchillo de dimensiones irreales. La historia tiene que ver con el Cartel Inmobiliario que Acción Nacional había montado durante treinta años en la hoy Alcaldía Benito Juárez y que, ahora, se ha mudado a la Miguel Hidalgo. Del 21 de noviembre al 18 de agosto pasado, Mauricio Tabe, que es el alcalde de esta última alcaldía, puso una sucursal de su negocio de tacos árabes, Doneraki, en las calles de la colonia Escandón. El alcalde tiene el 20 por ciento de las acciones de la empresa y otro 20% su padre, que es el señor del Cuchillo; el resto la tienen sus otros hermanos. Los vecinos se quejaron porque no tenía uso de suelo establecido para los locales comerciales porque es habitacional, pero a la autoridad de la demarcación no les importó esa prohibición.
Es más: el director jurídico de la alcaldía Miguel Hidalgo, Mauricio César Garrido, el 31 de diciembre del año pasado, le otorgó el permiso y acabaron adjuntando 6 locales sin permiso, demoliendo muros, y tirando árboles. El licenciado Garrido fue inhabilitado durante 90 días el pasado 19 de septiembre por la Contraloría General de la Ciudad de México, debido a que quitó los sellos a una obra que estaba clausurada por riesgosa. Ante esta inhabilitación, el alcalde, Mauricio Tabe, dijo que era “una persecusión política”. Garrido era parte del equipo de Luis Vizcaíno que fue encarcelado por las irregularidades de las construcciones de inmuebles en Benito Juárez y que terminaron en explosiones de gas y edificios nuevos que se derrumbaron durante el sismo del 2017.
Garrido pasó de Benito Juárez a la Miguel Hidalgo para servir como tapadera a la corrupción inmobiliaria. Ante las denuncias del Comité Vecinal sobre la irregularidad de la taquería del alcalde, el Instituto de Verificación Administrativa llegó a suspender las actividades del negocio. Ahí fue cuando el padre del alcalde, Daniel Tabe, salió de su local con un cuchillo, tomó por el cuello al verificador, un empleado público de la ciudad, y amagó con degollarlo. Esto que podría parecer una reacción de intento de homicidio, penada por las leyes, se enrelaza con el discurso de odio cuando el anciano del cuchillo enarbola su arma contra los demás empleados públicos de verificación administrativa y dice:
-Órale jijos de la chingada. Pinche bola de arrastrados.
El Lord Cuchillo no hubiera tenido negocio si su hijo no fuera de Acción Nacional y el alcalde en funciones. Tampoco se hubiera atrevido a portar un arma blanca contra un funcionario público en la calle. Menos tratar a quienes hacen cumplir los reglamentos de uso de suelo de inmuebles como perros o sirvientes, con la prepotencia del hacendado contra los peones. Es por eso que ambas cosas están relacionadas: el discurso de odio que campea sin que Twitter haga nada y las expresiones físicas a las que ya está llegando.
Se ha exhibido que la cuenta del Lord Cuchillo en esa red social está plagada de insultos contra el Presidente López Obrador. Por ejemplo, escribió el 26 de noviembre de 2021, un día después de los enfrentamientos de encapuchadas con las policías: “Dieron a sus narco-súbditos la orden de rafaguear a las feministas” o, cinco días antes: “Desaparecer a Morena y su dueño es el único camino que México tiene para empezar a recuperar lo perdido”.
Es la misma ansia de violencia que el novelista Francisco Martín Moreno exhibió justo un 2 de octubre de 2020 en el programa de radio de Pedro Ferriz cuando confesó: “ “Yo por eso propongo, que si se pudiera regresar a la época de la inquisición, yo colgaba a cada uno, no colgaba, quemaba vivo a cada uno de los morenistas en el Zócalo capitalino”. Añadió: “Quien vote por Morena el año que entra, será también un traidor a la patria, porque si no se duelen tampoco los votantes por lo que está sucediendo en este país y votan por ellos, habrán perdido el derecho a quejarse y serán iguales que ellos, que cada uno de los morenistas”. Es la misma violencia verbal que el 11 de julio de 2020 exhibió el lider de FRENA, Gilberto Lozano cuando llamó a “encuerar y linchar” a los trabajadores de la Comisión Federal de Electricidad que le cobran la luz.
Es la misma que exhibieron las senadoras de Acción Nacional el 26 de octubre de 2021 cuando le regalaron una lápida al secretario de Salud, Jorge Alcocer, argumentando que, “como no hay filtros para gente que ingresa a México, se está dando entrada a infinidad de variantes de COVID”. De estas tres expresiones que cito al azar de una enorme cantidad de deseos de muerte no incluyo, por ejemplo, la del actual presidente de Tribunal Electoral, Reyes Mondragón, que le deseó al Presidente que se muriera de COVID el 6 de octubre de 2020 o la de Jorge G. Castañeda pidiendo que se quitara a López Obrador “por las buenas o por las malas” o cualquier discurso de las senadoras Tellez, Kenia López o Gálvez. Todas tienen algo en común y es la idea de que, si los pobres, los morenos, los obradoristas desaparecieran, fueran ejecutados, borrados del mapa, la vida de esos ejecutores sería mejor. La idea de que esa mayoría del país debería callarse, aguantarse, permanecer en su lugar de la escalera de las castas, no salir a manifestarse o a votar, porque son portadores de la ignorancia, la violencia, y la irresponsabilidad.
El discurso de odio de la derecha existe desde el Porfiriato que inventó al “peladito”, al “lépero”, “el desarrapado”, “el indio bajado del cerro a tamborazos”, que hoy es el “naco”. Ese término despectivo que usan ahora contra los plebeyos politizados, el “chairo”, es justo lo que les molesta del breve empoderamiento que han tenido las clases que se consideraban subalternas hasta en la vida pública. No soportan su presencia en las calles, en el relajo de bailar una cumbia chúntara, riendo sin ortodoncia, subidas al cuello del novio, encendiendo las luces de su celular madreado para acompañar al Grupo Firme. No soportan, tampoco, su presencia en labores de cumplimiento de la ley. Porque la ley es la ley sólo cuando no me toca a mí pagar los impuestos, la luz. Es sólo cuando esos plebeyos se sublevan que es menester sacar el cuchillo.
Como sociedad no podemos permitir que se normalicen los discursos de odio y menos los actos de violencia. Ellos quisieran que regresáramos en el tiempo a las castas, los peones acasillados, los “léperos” expulsados a los confines de la ciudad. No regresaremos. Y hay que decírselos: normalicen nuestra presencia pública y en la vida pública de nuestros nuevo arraigo. Nosotros, sépanlo bien, somos también la república.
Fabrizio Mejía Madrid
Es escritor y periodista. Colabora en La Jornada y Aristégui Noticias. Ha publicado más de 20 libros entre los que se encuentran las novelas Disparos en la oscuridad, El rencor, Tequila DF, Un hombre de confianza, Esa luz que nos deslumbra, Vida digital, y Hombre al agua que recibió en 2004 el Premio Antonin Artaud.
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