Ninguno de los aspirantes no partidarios a la Presidencia de la República (llamarlos independientes es obsequiarle a la simulación un galón extra) debió haber sido registrado. En todos, el problema fue no sólo la obtención de las firmas exigidas para el registro, sino –y esto es lo grave– los ilícitos en que incurrieron para obtenerlas. Como dijo el ex consejero del INE, Jaime Cárdenas, si tales ilegalidades no tienen consecuencia alguna, ¿para qué está la autoridad electoral?
Este episodio se agrega a los empeños frustrados de los mexicanos por democratizar la vida pública del país. La moda de los llamados candidatos independientes aterrizó en la agenda legislativa federal. Y al igual que otras modas, justificadas ahora por la incapacidad de los partidos políticos como primera instancia de representación ciudadana, resultó en un fracaso. Candidatos no partidarios, que han sido el reverso de esta mala experiencia en el ejercicio de su función, como Pedro Kumamoto, Manuel Clouthier y otros pocos, son excepción.
Los menos informados llegaron a pensar que los candidatos no partidarios podían llegar a ser la alternativa a los partidos políticos. La única alternativa de cambio es la democratización de su vida interna. Sin embargo, por mínimo que sea su remanente positivo, en nuestra legislación electoral deben permanecer las candidaturas no partidarias. Pero restringidas a los cargos de representación parlamentaria. Tales candidaturas deben ser eliminadas, por lo menos, del ámbito ejecutivo estatal y federal. El caso del gobernador de Nuevo León con licencia, Jaime Rodríguez Calderón, es suficiente argumento para ello. Colcha de parches políticos, al cabo su equipo de gobierno fue convertido en un partido dedicado a promocionar sus aspiraciones. Por si algo faltare, el gobernador interino, Manuel González, por lo regular un político prudente, exhortó a los integrantes del gobierno estatal a trabajar en función de la candidatura de Rodríguez Calderón. Inadmisible una distorsión de tales proporciones.
Hasta ahora las candidaturas no partidarias más visibles han sido desprendimientos de los partidos existentes. Y para probarlo de la manera más palmaria, ahí está la candidata Margarita Zavala de Calderón. Sus méritos se reducen a modificar levemente la suerte de la consorte, como lo diría Sara Sefchovitch. El suyo es un movimiento que tiene detrás, como en su condición de Primera Dama, a su ambicioso marido y al grupo antiAMLO que anida en el PAN y del que forman parte otros personajes siniestros como Diego Fernández de Cevallos.
Las voces de ese grupo coinciden con las de la derecha republicana de Estados Unidos y la derecha golpista de España. El presidente venezolano Hugo Chávez hizo la acusación en público y el ex rey Juan Carlos I hizo una zarzuela. ¿Como jefe de Estado y responsable de las relaciones exteriores de su reino, nada supo del apoyo dado por el entonces presidente José María Aznar a quienes intentaron derrocar al gobierno de Venezuela?. Y es que las antiguas metrópolis europeas y la nueva de Norteamérica no quieren dejar de vernos como colonias, como parte de su riqueza explotable. Por supuesto, en cada uno de nuestros países hay voces empresariales semejantes a las del Consulado de Comerciantes de la época colonial; partidarias como las de los conservadores del siglo XIX, e intelectuales que les dan voz en diversos medios como los de siempre.
Esas voces calientes por poner en manos de la oligarquía el petróleo de Venezuela, para luego entregarlo al capital extranjero, son las que en México le han dado cobertura a las llamadas reformas estructurales: entre ellas la energética que ya ha echado atrás muchos de los efectos de las expropiaciones y nacionalizaciones de la industria energética realizadas por Lázaro Cárdenas y López Mateos.
De ahí las acusaciones a López Obrador y Morena. El calificativo de Mesías tropical (Enrique Krauze), entre otros, se ha topado, en los hechos, con el único partido que funciona como tal. Y que en su deliberación y acuerdos ha decidido defender la soberanía nacional a partir de sus recursos energéticos. En esta defensa, López Obrador no tiene traza de ser el caudillo, el mesías, el jefe máximo de Morena. Porque si un empresario como Alfonso Romo piensa que tranquilizar los mercados y mantener las reformas estructurales es prioridad del discurso de campaña de AMLO y tendría que ser, en consecuencia, la principal política de su gobierno, Paco Ignacio Taibo II, uno de los intelectuales destacados de Morena, señala, sin pelos en la lengua –nunca los ha tenido– que esa manera de pensar y actuar nada tiene que ver con las decisiones del partido al que pertenece López Obrador. Hay que decirlo, en ese sentido son más caudillos, y más incontestable su jefatura, Peña Nieto del PRI, Dante Delgado de Movimiento Ciudadano o Jesús Ortega del PRD, que AMLO de Morena.
Todo radica en la libertad de expresión y en la discusión y acuerdos cumplidos dentro de un partido para saber qué tanto es lo democrático que se ostenta.
Y como esa no ha sido ni por asomo la tradición de los partidos en México, los opinantes de uno y otro lado muestran su asombro ante diferencias de opinión y, más aún, ante la opinión de la figura prominente de un partido y uno de los cuadros de su militancia. Cuando esto es lo que le da fuerza a cualquier organización donde las decisiones se toman colectivamente. Así que no es tanto el camino por aprender. Primero, como lo ha visto Noam Chomsky, tenemos que desaprender.
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