Durante los 20 meses previos al anuncio, el proyecto se negoció en el
más absoluto sigilo. Ni en el Plan Nacional de Infraestructura del
sexenio ni en los anuncios de inversiones multimillonarias para la
construcción de carreteras o trenes de pasajeros se incluyó la
posibilidad de una nueva terminal área.
El sigilo es la esencia de la opacidad de este faraónico proyecto. No
es para menos. Desde el sexenio de Vicente Fox, el grupo Atlacomulco,
comandado entonces por Arturo Montiel, invirtió millones de pesos para
publicitar el nuevo aeropuerto internacional en Texcoco. El gobierno de
Fox expropió 5 mil 400 hectáreas a 4 mil familias.
Los comuneros de San Salvador Atenco crearon el Frente de Pueblos en
Defensa de la Tierra (FPDT) para expresar su oposición al proyecto.
Fueron reprimidos y estigmatizados mediáticamente con brutalidad. “Los
macheteros” de Atenco, les dijeron los mismos comentaristas que hoy
defienden la inamovilidad del proyecto.
El sigilo y la opacidad tienen como contracara la represión. El
proyecto de poder de Peña Nieto está estrechamente ligado a un acto de
brutalidad policiaca y gubernamental cometido en mayo de 2006, cuando
fueron reprimidos de manera violenta los comuneros de San Salvador
Atenco. El saldo fue de dos jóvenes muertos, más de 30 mujeres abusadas
sexualmente, cuyo caso llegó a los tribunales internacionales, y 200
detenidos. Ahí quedó sellado el estilo personal de reprimir de Peña
Nieto y la importancia del NAICM.
Durante el sexenio de Felipe Calderón se “congeló” el proyecto de su
antecesor, pero el director de la Comisión Nacional del Agua (Conagua),
José Luis Luege Tamargo, se convirtió en uno de los más firmes
opositores al nuevo aeropuerto en el exlago de Texcoco, porque será más
costoso y de alto riesgo en materia de seguridad hídrica.
La Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad (UCCS) dijo que
un nuevo aeropuerto en esta zona afectará al colindante lago Nabor
Carrillo, ejemplo de restauración ecológica y hogar de más de 120 mil
aves migratorias, incluido el pato canadiense, en peligro de extinción.
Todas estas críticas y cuestionamientos quedaron sepultados cuando
Peña Nieto anunció que se eligió el proyecto de diseño del célebre
arquitecto británico Norman Foster, junto con el arquitecto mexicano
Fernando Romero. El aeropuerto en Texcoco iba y con todo: seis pistas
construidas en 4 mil 430 hectáreas, con 94 puertas de contacto, que
transportará a “cerca de 120 millones de pasajeros al año”, que será
“uno de los 3 más grandes del mundo” y se convertirá en “referencia
global de sustentabilidad”.
Su costo mínimo era de 169 mil millones de pesos, de los cuales 120
mil millones se destinarían a la construcción de la infraestructura
aeroportuaria (terminal, torre de control, pistas e instalaciones
auxiliares), 20 mil 500 millones de pesos al diseñador, a la ingeniería y
a la gestión de proyectos, y 16 mil 400 millones a las obras
hidráulicas. De aquel monto original, 98 mil millones de pesos serán
aportados por recursos fiscales multianuales y 71 mil millones de pesos
por el sector privado, a través de créditos bancarios y emisiones de
bonos como las famosas Fibras E (Fideicomiso de inversión en
infraestructura o energía).
Hoy sabemos que 45% de los 30 mil millones de pesos que se captaron a
través de las Fibras E para el nuevo aeropuerto provienen de las Afores
de los trabajadores, 54% de los fondos de inversión y sólo 1% de fondos
internacionales, según la información del propio Grupo Aeroportuario de
la Ciudad de México (GACM).
La danza de las cifras y de los contratos comenzó entre 2015 y 2017,
convirtiendo a la obra estelar del sexenio peñista en un modelo para
armar de opacidad y de corrupción.
Las seis pistas
El escándalo generado por el candidato presidencial de Morena, Andrés
Manuel López Obrador, por su disposición de revisar los contratos del
NAICM y de replantear este proyecto, junto con un comité técnico de 15
especialistas, tiene como precedente las siguientes “pistas” del
aeropuerto:
1. Desde septiembre de 2017, la organización México Evalúa cuestionó
que el proyecto del NAICM hubiera ascendido de 169 mil a 180 mil
millones de pesos (y ahora se habla de un costo de 210 mil millones de
pesos) sin que existan los elementos presupuestales y evaluaciones
claras para sustentar este sobrecosto.
2. El diputado Rafael Hernández Soriano, del PRD, presidente de la
Comisión de Seguimiento del proyecto del aeropuerto, denunció el
sobrecosto de 50 mil millones de pesos y puso como ejemplo de la
opacidad y la presunta corrupción en el proyecto que el 70% de los
contratos fueron adjudicados de manera directa, sin licitación.
3. Un claro ejemplo de este sobrecosto lo difundió el 26 de marzo el
portal digital Aristegui Noticias. La investigación de este sitio
informativo logró documentar que existe un sobrecosto de la barda
perimetral y que ésta se levantó sin tener un proyecto ejecutivo (como
en el Paso Exprés de Cuernavaca). La barda, construida por la Sedena y
empresas fantasmas involucradas, tuvo un costo 89% mayor (como en los
casos de la Estafa Maestra).
4. Otro ejemplo claro fue la denuncia interpuesta por la compañía
portuguesa Mota Engil, encabezada por el portugués Antonio Mota, que se
inconformó ante la Secretaría de la Función Pública en contra de las
licitaciones que suman 160 mil millones de pesos. Su denuncia obligó al
Grupo Aeroportuario de la Ciudad de México a publicar por primera y
única vez la segunda licitación del techo de la terminal por 3 mil 876
millones de pesos.
La compañía portuguesa tiene un largo historial de rezago en sus
contratos, pero su litigio ayudó a abrir las compuertas de
irregularidades que no se conocían. Incluso, varias de las compañías
involucradas en el NAICM consideran que la techumbre de la nueva
terminal es uno de los casos más delicados.
5. La Auditoría Superior de la Federación (ASF) detectó
irregularidades por más de 1 mil millones de pesos en su revisión de la
cuenta pública de 2016. La ASF realizó seis auditorías al GACM, la
empresa de participación estatal responsable de la administración del
proyecto, y encontró que se han cometido irregularidades en pagos a
contratistas, gastos innecesarios en comunicación social (¿cuánto
chayote se ha cultivado en estos meses de infomerciales en noticieros y
comentaristas a favor del inamovible NAICM?), servicios que no se
comprobaron con documentación y pagos por materiales de obra a precios
fuera de mercado.
6. La nuez de la opacidad y la corrupción es la conformación del
propio GACM. El presidente del Consejo de Administración de esta
“empresa estatal” es el propio titular de Comunicaciones y Transportes,
Gerardo Ruiz Esparza, el “esteta de la corrupción” de este sexenio, como
lo calificó Pablo Díez Gargari, el abogado de Infraiber. Ruiz Esparza
es el “responsable del financiamiento y la construcción de la nueva
terminal área de la Ciudad de México”. Ahí está la principal pista que
puede descarrilar todo el proyecto faraónico del Grupo Atlacomulco.
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