Claudio Lomnitz
En julio de 2014 apareció la
noticia de la razia que la Policía Federal hizo en La Gran Familia, una
institución fundada por una señora de 80 años, conocida como Mamá Rosa.
La intervención del gobierno se hizo con el ojo puesto en los medios,
por la situación tan revuelta de Michoacán. La Gran Familia estaba
custodiada apenas por un guardia, y hubiera sido fácil intervenirla con
un policía municipal y un agente de salubridad. En vez, optaron por un
operativo espectacular, con todo y helicóptero y tanqueta. Pertrechados
con uniformes camuflados, las fuerzas especiales escalaron los muros del
establecimiento, como si se jugara la captura de Osama Bin Laden.
En aquel operativo tampoco faltó el brazo judicial: agentes del
Ministerio Público que pusieron mesas donde invitaban a los niños a
declarar en contra de sus cuidadores. Otro brazo del gobierno venía
capitaneado por sicólogos, médicos y trabajadores sociales, anunciados
con grandes fanfarrias, saliendo de relucientes camionetas oficiales.
Tampoco faltó el despliegue de limpieza social, materializada en unos
carros de basura que durante cinco largos días hicieron alarde de su
labor recolectora de la
basurade La Gran Familia. Todo lo tiraron, y a La Gran Familia no le quedó nada sino un candado en la puerta, y un letrero que dice
Cerrada por crimen organizado. Todo ese ejercicio fue acompañado de una cobertura mediática escandalosa, cuyo propósito era registrar el mugrero de La Gran Familia y la supuesta labor protectora del Estado.
Yo no había escuchado hablar de Mamá Rosa cuando todo esto
sucedió, pero me lancé a Zamora al día siguiente de la noticia, con la
idea de escribir un reportaje. En ese entonces trabajaba sobre la crisis
de la familia, y esta historia me pareció relevante: una Gran Familia,
con alrededor de 600
hijos, hecha para hacer frente a las miles de familias que cada día tronaban como ejotes, y que a su vez había terminando tronando en un escándalo público.
Hice entrevistas durante varios días. Gracias al apoyo del Colegio de
Michoacán, dos estudiantes de maestría me acompañaron en la indagación y
se quedaron levantando datos durante un par de meses. Así fue que supe
de Rosa Verduzco – Mamá Rosa– quien resultó ser una figura
legendaria. Las imágenes que salían de la gente de Zamora llevaron a que
me la figurara como un cruce entre la Madre Teresa de Calcuta y Gonzalo
N. Santos: una figura de sacrificio cristiano, con dotes de cacique
revolucionario. Algunos de sus hijos remarcaban la dureza de las
condiciones que privaban en esa institución. Lo estricto de la señora y
sus cuidadores. Hablaban de golpes recibidos en tal o cual ocasión y,
sobre todo, de la dureza de las condiciones materiales de ese hogar.
Otros hablaban de lo mucho que le debían, y reconocían la educación que
habían recibido. Decían que sin Rosa y La Gran Familia, les habría ido
muchísimo peor.
Recuerdo especialmente una entrevista con un hijo de La Gran Familia,
realizada en un mercado sobre ruedas. El hombre tendría entonces 50
años. Las noticias del escándalo todavía se veían en las pantallas de
televisión de Zamora: colchones apilados, paredes pintarrajeadas, niños
encerrados... El señor me recordaba a Tin Tan; tenía su mismo
bigotito, y no poco del carisma de aquel famoso personaje. Decía que lo
de la televisión era cierto. Que la vida en La Gran Familia era
demasiado dura. Que ojalá a él lo hubieran sacado de ahí. Pero decía
también que cuando lo metieron, él estaba en la calle y que, si eran
duros con él, era porque no entendía de otra manera.
Se dolía de que hubieran sido tan duros con él, y luego reviraba diciendo que si no fuera por Mamá Rosa,
él no sabría leer ni escribir. Y así vacilaba entre el dolor de aquella
infancia, y el reconocimiento de una deuda con La Gran Familia durante
casi una hora. Nunca consiguió decidirse de si Rosa y sus ayudantes eran
buenos o malos. Los resentía y les debía todo a la vez. Al final dijo
que no estaba de acuerdo en que se fueran presos, y que sólo Dios los
podía juzgar.
Pero el gobierno lo que quería eran culpables. Al final cedió a las presiones y decidió no encarcelar a Mamá Rosa,
que era una mujer con influencia y popularidad. Para calmar las aguas,
adujo que Rosa sufría de demencia senil. Yo conocí a Rosa Verduzco
después de la razia, y conversé con ella largas horas y en varias
ocasiones. Era una dama muy impresionante, que de demente no tenía ni
una pizca.
Como el gobierno y la sociedad clamaban por culpables, echaron a la
cárcel a seis ayudantes de La Gran Familia: María de Lourdes Verduzco
Verduzco, Enrique Hernández Valdovinos, Felipe Serrano Gómez, David
Rogelio Álvarez Murillo, Felix Durán y Miguel Ángel Ibarra Valencia,
quienes llevan más de cuatro años en prisión, sin haber sido procesados.
Son chivos expiatorios que penan por un problema que ellos no crearon
ni inventaron.
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