11/07/2018

Los presuntos culpables del caso Mamá Rosa



En julio de 2014 apareció la noticia de la razia que la Policía Federal hizo en La Gran Familia, una institución fundada por una señora de 80 años, conocida como Mamá Rosa. La intervención del gobierno se hizo con el ojo puesto en los medios, por la situación tan revuelta de Michoacán. La Gran Familia estaba custodiada apenas por un guardia, y hubiera sido fácil intervenirla con un policía municipal y un agente de salubridad. En vez, optaron por un operativo espectacular, con todo y helicóptero y tanqueta. Pertrechados con uniformes camuflados, las fuerzas especiales escalaron los muros del establecimiento, como si se jugara la captura de Osama Bin Laden.
En aquel operativo tampoco faltó el brazo judicial: agentes del Ministerio Público que pusieron mesas donde invitaban a los niños a declarar en contra de sus cuidadores. Otro brazo del gobierno venía capitaneado por sicólogos, médicos y trabajadores sociales, anunciados con grandes fanfarrias, saliendo de relucientes camionetas oficiales. Tampoco faltó el despliegue de limpieza social, materializada en unos carros de basura que durante cinco largos días hicieron alarde de su labor recolectora de la basura de La Gran Familia. Todo lo tiraron, y a La Gran Familia no le quedó nada sino un candado en la puerta, y un letrero que dice Cerrada por crimen organizado. Todo ese ejercicio fue acompañado de una cobertura mediática escandalosa, cuyo propósito era registrar el mugrero de La Gran Familia y la supuesta labor protectora del Estado.
Yo no había escuchado hablar de Mamá Rosa cuando todo esto sucedió, pero me lancé a Zamora al día siguiente de la noticia, con la idea de escribir un reportaje. En ese entonces trabajaba sobre la crisis de la familia, y esta historia me pareció relevante: una Gran Familia, con alrededor de 600 hijos, hecha para hacer frente a las miles de familias que cada día tronaban como ejotes, y que a su vez había terminando tronando en un escándalo público.
Hice entrevistas durante varios días. Gracias al apoyo del Colegio de Michoacán, dos estudiantes de maestría me acompañaron en la indagación y se quedaron levantando datos durante un par de meses. Así fue que supe de Rosa Verduzco – Ma­má Rosa– quien resultó ser una figura legendaria. Las imágenes que salían de la gente de Zamora llevaron a que me la figurara como un cruce entre la Madre Teresa de Calcuta y Gonzalo N. Santos: una figura de sacrificio cristiano, con dotes de cacique revolucionario. Algunos de sus hijos remarcaban la dureza de las condiciones que privaban en esa institución. Lo estricto de la señora y sus cuidadores. Hablaban de golpes recibidos en tal o cual ocasión y, sobre todo, de la dureza de las condiciones materiales de ese hogar. Otros hablaban de lo mucho que le debían, y reconocían la educación que habían recibido. Decían que sin Rosa y La Gran Familia, les habría ido muchísimo peor.
Recuerdo especialmente una entrevista con un hijo de La Gran Familia, realizada en un mercado sobre ruedas. El hombre tendría entonces 50 años. Las noticias del escándalo todavía se veían en las pantallas de televisión de Zamora: colchones apilados, paredes pintarrajeadas, niños encerrados... El señor me recordaba a Tin Tan; tenía su mismo bigotito, y no poco del carisma de aquel famoso personaje. Decía que lo de la televisión era cierto. Que la vida en La Gran Familia era demasiado dura. Que ojalá a él lo hubieran sacado de ahí. Pero decía también que cuando lo metieron, él estaba en la calle y que, si eran duros con él, era porque no entendía de otra manera.
Se dolía de que hubieran sido tan duros con él, y luego reviraba diciendo que si no fuera por Mamá Rosa, él no sabría leer ni escribir. Y así vacilaba entre el dolor de aquella infancia, y el reconocimiento de una deuda con La Gran Familia durante casi una hora. Nunca consiguió decidirse de si Rosa y sus ayudantes eran buenos o malos. Los resentía y les debía todo a la vez. Al final dijo que no estaba de acuerdo en que se fueran presos, y que sólo Dios los podía juzgar.
Pero el gobierno lo que quería eran culpables. Al final cedió a las presiones y decidió no encarcelar a Mamá Rosa, que era una mujer con influencia y popularidad. Para calmar las aguas, adujo que Rosa sufría de demencia senil. Yo conocí a Rosa Verduzco después de la razia, y conversé con ella largas horas y en varias ocasiones. Era una dama muy impresionante, que de demente no tenía ni una pizca.
Como el gobierno y la sociedad clamaban por culpables, echaron a la cárcel a seis ayudantes de La Gran Familia: María de Lourdes Verduzco Verduzco, Enrique Hernández Valdovinos, Felipe Serrano Gómez, David Rogelio Álvarez Murillo, Felix Durán y Miguel Ángel Ibarra Valencia, quienes llevan más de cuatro años en prisión, sin haber sido procesados. Son chivos expiatorios que penan por un problema que ellos no crearon ni inventaron.

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