Aescasos 23 días de concluir el régimen prianista,
el balance resulta tétrico: México cuenta con inmensa riqueza, pero
altamente concentrada y con una población mayoritariamente pobre; un
país donde uno por ciento de los habitantes acumula fortunas de ensueño,
mientras al grueso de los mexicanos no les alcanza el ingreso, en una
economía que
creceno más allá de 2 por ciento para los mortales, pero que lo hace a un ritmo cuatro veces mayor para la minoría que todo lo acapara.
En los pasados 36 años el bienestar ha sido, y en qué medida, para
una selecta minoría, mientras para el resto de los mexicanos los
resultados están a la vista: en ese periodo, el Índice de Desarrollo
Humano se hundió del escalón número 38 al 77; la corrupción creció de
forma espeluznante (México es uno de los países más corruptos del
mundo); el número de pobres se incrementó permanentemente; la
desigualdad es abismal, y en la práctica el ingreso real de la mayoría
no ha avanzado en cinco lustros, mientras los magnates marca Forbes acumulan fortunas de ensueño.
Eso y mucho más heredan seis gobiernos neoliberales al hilo, de tal
suerte que la tarea para la administración entrante resulta descomunal,
aunque no imposible. De allí la urgencia –advierte el Instituto para el
Desarrollo Industrial y el Crecimiento Económico (IDIC, del que se toman
los siguientes pasajes)– de que
el objetivo, como lo ha planteado el presidente electo, debe ser la obsesión por el crecimiento económico, si es que se quiere recuperar el potencial de avanzar 6 por ciento anual, o más.
Para lograr mayor crecimiento económico se requiere de la
participación de las personas y empresas que generan valor agregado, al
mismo tiempo que se crean las condiciones de desarrollo educativo,
social y laboral para todo el país. Los primeros permiten que la
economía avance; la inclusión de los segundos permite que el beneficio
social sea mayor y con ello garantizar la estabilidad del pacto
nacional. Mayor crecimiento requiere de inversión, pública y privada.
Esta última sólo se alcanza cuando hay un diálogo abierto para alcanzar
acuerdos que trasciendan el ciclo político.
México requiere de una visión de Estado que por su naturaleza sea
integral e incluyente, las ópticas parciales ya demostraron sus
limitantes. Durante los pasados 50 años la consecuencia fue el cierre de
empresas, la pérdida de empleo y el aumento de la informalidad y la
pobreza.
El único camino para revertirlo es el impulso de las capacidades
productivas del país: sólo la inversión pública y la confianza para
invertir por parte del sector privado pueden lograrlo. Uno solo de los
componentes resulta insuficiente.
Después de 1986 se estimó que el desmantelamiento del Estado y una
apertura comercial basada en la ortodoxia neoliberal bastarían para
retomar el crecimiento vigoroso con baja inflación. El resultado ha sido
la construcción de una enorme base maquiladora de bajo contenido
nacional con un crecimiento precario.
Se llegó al extremo de aplicar políticas condenadas a fallar. En la
administración Fox se implementó una estrategia para atender a los
micronegocios (changarrizar al país), para, en teoría, abatir a la
informalidad, mejorar las condiciones de empleo y fortalecer el ritmo de
crecimiento económico. Contrario a las recomendaciones de la
experiencia internacional, se excluyó al resto del sector productivo.
¿Resultado? Cada vez menor crecimiento.
Probablemente la mayor deuda que enfrentará la próxima administración
será la de un país que no encuentra la fórmula para cimentar un
presente de bienestar y un futuro próspero, que revierta la
polarización, inseguridad y corrupción que han permeado en la estructura
política, social y económica del país.
Las rebanadas del pastel
El mantenimiento del Sistema Cutzamala es útil para
demostrar cómo funciona el gobierno: exitoso en el discurso, pifia tras
pifia en los hechos.
Twitter: @cafevega
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