11/10/2018

Sufragistas: las primeras heroínas feministas

La historia del sufragismo y la lucha de las mujeres que consiguieron el voto femenino



Madrid, 6 nov. 18. AmecoPress.- Hace 170 años comenzó en Estados Unidos uno de los movimientos sociales y políticos más importantes de la historia de la humanidad: el sufragismo. Desde la Declaración de Sentimientos de Seneca Falls (1848) hasta la Declaración Universal de los Derechos Humanos aprobada por las Naciones Unidas (1948), se llevó a cabo una intensa lucha a nivel mundial por los derechos políticos de las mujeres hasta conseguir el voto femenino. 


Durante la Revolución Francesa de 1789, las mujeres denunciaron que los valores que se reivindicaban, la libertad, la igualdad y la fraternidad, solo estaban destinados a los hombres. Una de las voces de protesta más energéticas fue la de Olympe de Gouges, autora de la Declaración de los derechos de la mujer y de la ciudadana, en 1791. En este documento, la autora reclamaba para las mujeres los mismos derechos políticos que disfrutaban los hombres, el voto entre ellos; pero no tuvo éxito.

Antes de la Primera Guerra Mundial, las mujeres generalmente eran consideradas intelectualmente inferiores e incapaces de pensar por sí mismas. Por ello parecía evidente que no deberían pretender tener los mismos derechos civiles que los hombres. Afirmaban que los asuntos políticos, en particular, estaban fuera de alcance del el espíritu femenino, y por tanto era impensable pretender que las mujeres pudieran votar.

La fundación del sufragismo se sitúa en 1848, con la Declaración de Sentimientos de Seneca Falls en Estados Unidos. La profesora de Historia en la Universidad Autónoma de Madrid, Carmen de la Guardia, afirma que en ese momento “se reunieron por primera vez las pioneras feministas y redactaron un manifiesto que imitaba y corregía la Declaración de Independencia de Estados Unidos. En él sustituyeron las palabras "Reino Unido" por "varones" y "colonias americanas" por "mujeres". Culpaban a los varones por la situación indigna que la historia les había deparado, y en su manifiesto exigían derechos civiles, aquellos que les permitieran apropiarse de su destino.” 


Entonces nace el sufragismo, un “movimiento organizado de mujeres que deciden reunirse cada año y comienzan a hablar no solo de derechos civiles, sino también de derechos políticos, de la capacidad de elegir y de ser elegidas".

El movimiento sufragista culmina en 1948 con la Declaración Universal de los Derechos Humanos aprobada por las Naciones Unidas, donde finalmente se reconoció el sufragio femenino como derecho humano universal, declarando que "toda persona tiene derecho a participar en el gobierno de su país, directamente o por medio de representantes libremente escogidos".

La incorporación de las mujeres al trabajo

La sociedad industrial y el liberalismo no aportaron cambios significativos a la situación política, legal y económica de las mujeres, que siguieron estando discriminadas respecto a los varones. Únicamente sirvió para transformar la posición de los hombres, que consiguieron inicialmente el sufragio censitario y más tarde el universal.
En la Primera Guerra Mundial las mujeres se incorporaron al mercado laboral para sustituir a los hombres que habían marchado al frente. Por ello, las mujeres comenzaron a reivindicar más derechos argumentando que, si eran competentes para realizar trabajos propios de los varones, también lo eran para gozar de sus derechos.
"La consciencia de su valor social alentó sus demandas del derecho de sufragio"

Tal como afirmó la escritora y filósofa francesa, Simone de Beauvoir, “mediante el trabajo ha sido cómo la mujer ha podido franquear la distancia que la separa del hombre. El trabajo es lo único que puede garantizarle una libertad completa.”


En la Gran Bretaña de principios del siglo XX, el 70% de las mujeres solteras, entre 20 y 45 años, tenían un trabajo remunerado. Pero el trabajo femenino en las fábricas y las minas se desarrollaba en condiciones de extrema explotación y discriminación de salarios frente a sus compañeros. Además, las mujeres tenían vetadas las áreas profesionales de mayor responsabilidad y la educación superior, a la que únicamente podían acceder las mujeres burguesas en el ámbito doméstico.

Esto provocó que el sentimiento feminista creciera porque, según afirma Carmen de la Guardia, “estas mujeres se sintieron discriminadas y segregadas y comenzaron a compararse con los esclavos, ya que se dieron cuenta de que les faltaban los derechos mínimos para ejercer su libertad individual”, puesto que no podían comprar ni vender, no podían contratar, viajar ni trabajar sin el consentimiento marital, entre otras muchas cosas.

Mujeres burguesas y de clase media

Las mujeres de la burguesía comenzaron a organizarse en torno a la lucha por el reconocimiento del derecho al sufragio, lo que explica su denominación como sufragistas, en la segunda mitad del siglo XIX. Las sufragistas no solamente lucharon por los derechos políticos de las mujeres, sino también por la igualdad en otros aspectos y campos. Dieron prioridad a la lucha por el voto porque consideraban que, una vez conseguido, accederían a los parlamentos y podrían cambiar las leyes e instituciones. Pero solo luchaban por el voto libre, no por el voto universal, aquel que eliminaría la discriminación por raza, ya que pensaron que aquella lucha sería demasiado revolucionaria.

Carmen nos cuenta que "las pioneras feministas eran mujeres de clase media alta, mujeres acomodadas, profundamente religiosas, con un discurso romántico no tan universal y con valores rompedores en cuanto a los derechos y a la dignidad del ser humano, pero tradicionales en cuanto a la familia y la nación." Por ello, cuando aparecieron mujeres como Victoria Woodhull, se escandalizaron con sus ideas de "el amor libre, la exploración de la sexualidad, el interés por la prostitución... Temas que estas mujeres consideraban que quizá no era todavía el momento". 


El movimiento sufragista no se constituyó en grandes masas y arraigó con más fuerza en las mujeres urbanas de clase media que poseían un cierto grado de educación. Las obreras antepusieron sus reivindicaciones de clase a sus propios intereses como mujeres. Las campesinas, debido a su baja formación, su dedicación íntegra al trabajo, la carencia de tiempo libre y su aislamiento, fueron las últimas y más reacias a incorporarse a los movimientos emancipadores. Aún así, se trató de un “movimiento que trascendía fronteras nacionales, ya que las sufragistas de todos los países estaban organizadas y en contacto”. Por lo demás, las principales abanderadas del sufragismo y posteriormente del feminismo fueron británicas y estadounidenses, seguidas de escandinavas y holandesas.

Las sufragistas fueron a menudo miembros de diferentes asociaciones con el mismo objetivo, pero usando diferentes tácticas. Por ejemplo, las sufragistas británicas se caracterizaban por un tipo de defensa más combativa. En otros países el sufragio femenino se logró desde las instituciones del estado mediante leyes que fueron impulsadas directamente por mujeres en la política como el caso de España con Clara Campoamor, Argentina con Eva Perón o México con Elvia Carrillo Puerto.

Conocidas figuras del movimiento por la emancipación femenina fue la británica Emmeline Pankhurst, fundadora de la Unión Social y Política de Mujeres (WSPU) e inspiradora de diversos tipos de protesta (manifestaciones, huelgas de hambre, etc). Otra conocida activista fue Emily Davison, que murió en 1913 en una de sus acciones de protesta al arrojarse a los pies del caballo del Rey Jorge V en una carrera celebrada en Derby. Desde ese momento tanto la prensa como la sociedad asimilaron que las sufraggettes no eran un grupo de “solteronas desquiciadas”, como solían burlarse, sino que eran capaces de entregar su vida por una causa que competía a todas: el sufragio femenino.


En España destacó Concepción Arenal (1829-1893), que asistió a la Universidad Complutense disfrazada de hombre para evitar la prohibición que impedía la enseñanza universitaria a la mujer; y Clara Campoamor, que gracias a su lucha consiguió la aprobación en el Congreso de los Diputados del voto femenino.

Clara Campoamor. "Mi ley es la lucha"

Durante la II República española se consiguió el voto femenino, pero sobre todo gracias a la dedicada labor de Clara Campoamor. En 1931 las mujeres podían ser elegidas pero no electoras. Clara Campoamor fue elegida diputada en las listas del Partido Radical, al que se afilió por ser "republicano, liberal, laico y democrático", su propio ideario político, ya que ella defendía que la república era "la única forma de gobierno más conforme con la evolución natural de los pueblos".

Formó parte de la Comisión Constitucional, de 21 diputados, y allí peleó eficazmente por establecer la no discriminación por razón de sexo, la igualdad legal de los hijos habidos dentro y fuera del matrimonio, el divorcio y el sufragio universal, generalmente llamado voto femenino. Todo lo consiguió menos el voto, que tuvo que debatirse en el Parlamento. Y allí es donde Clara Campoamor se ganó un puesto imperecedero en la memoria de la libertad española, ya que consiguió el sufragio universal y la igualdad de derechos electorales entre hombres y mujeres. 


La izquierda, con excepción de un grupo de socialistas y algunos republicanos, no quería que las mujeres votasen porque se suponía que estaban más influidas por la Iglesia e iban a favorecer a las derechas. En 1931, durante los debates que hubo en las Cortes Constituyentes de la Segunda República Española, el catedrático de patología de la Universidad de Madrid y diputado por la Federación Republicana Gallega, Roberto Novoa Santos, argumentó que “la mujer es toda pasión, toda figura de emoción, es todo sensibilidad; no es, en cambio, reflexión, no es espíritu crítico, no es ponderación”. Y, debido a que las mujeres se hallaban supuestamente bajo la presión de las Instituciones religiosas, se preguntaba: “¿Cuál sería el destino de la República si en un futuro próximo, muy próximo, hubiésemos de conceder el voto a las mujeres? Seguramente una reversión, un salto atrás”.

A pesar de ello, Clara Campoamor rebatió y consiguió el apoyo de una minoría derechista, la mayoría del PSOE y algunos republicanos. En su debate argumentó: "tenéis el derecho que os ha dado la ley, la ley que hicisteis vosotros, pero no tenéis el Derecho Natural, el Derecho fundamental que se basa en el respeto de todo ser humano, y lo que hacéis es detentar un poder; dejad que la mujer se manifieste y veréis como ese poder no podéis seguir detentándolo".
Después de conseguir el voto femenino, en 1933 no consiguió renovar su escaño y abandonó el Partido Radical. Finalmente no fue admitida en ningún partido político. Entonces escribió y publicó en mayo de 1935 "Mi pecado mortal. El voto femenino y yo", testimonio de sus luchas parlamentarias y uno de los libros políticos más admirables y menos divulgados del siglo XX español.

Emmeline Pankhurst. “Hechos, no palabras”

Emmeline Pankhurst fue una activista política británica líder del movimiento sufragista. En 1903 fundó la Unión Social y Política de las Mujeres (WSPU) junto a sus dos hijas, Christabel y Sylvia, así como con otras mujeres británicas que rápidamente fueron llamadas suffragettes. Entonces comenzó un enfrentamiento más violento para tratar de conseguir más igualdad entre hombres y mujeres con sabotajes, incendio de comercios y establecimientos públicos o agresiones a los domicilios privados de destacados miembros del Gobierno y del Parlamento. Además fueron conocidas sus numerosas huelgas de hambre que perjudicaron gravemente su salud.

Destaca el episodio de “los cristales rotos”, donde lapidaron escaparates y se enfrentaron a los cuerpos de seguridad. Pero para Pankhurst aquello fue necesario para reclamar una política justa, según había declarado: “interrumpimos un gran número de reuniones y fuimos violentamente expulsadas e insultadas. Con frecuencia quedábamos dolorosamente heridas y magulladas. La condición de nuestro sexo es tan deplorable que es nuestro deber violar la ley con el fin de llamar la atención sobre los motivos por lo que lo hacemos”.


A pesar de que sus tácticas fueron criticadas, su trabajo es reconocido como un elemento crucial para lograr obtener el sufragio femenino en Gran Bretaña.

Murió en 1928 y el periódico The New York Herald Tribune la describió como “la más notable agitadora política y social de la primera parte del siglo XX y la suprema protagonista de la campaña de emancipación electoral de las mujeres”.
En 1999 la revista Time nombró a Pankhurst como una de las 100 personas más importantes del siglo XX, afirmando que "ella moldeó una idea de mujeres para nuestra época; impulsó a la sociedad hacia una nueva estructura de la cual ya no podía haber vuelta atrás”.
Fotos: Archivo AmecoPress.
Pie de fotos: 1) Sufragistas en una manifestación; 2) Lucretia Mott, Susan B. Anthony y Elizabeth Cady Stanton en la Declaración de Sentimientos de Seneca Falls, 1848; 3) Mujeres trabajadoras de fábricas durante la Primera Guerra Mundial; 4) Mujeres sufragistas burguesas; 5) Periódico que anuncia el accidente en el Hipódromo de Derby, 1913; 6) Clara Campoamor en un discurso político; 7) Emmeline Pankhurst (izquierda) junto a sus hijas Christabel y Sylvia, en la estación de Waterloo (Londres, 1911).
Internacional - Sociedad - Historia - Feminismo - Situación social de las mujeres - Mujeres del mundo - Derechos humanos - Política y género. 6 nov. 18. AmecoPress.

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