La historia del sufragismo y la lucha de las mujeres que consiguieron el voto femenino
Madrid, 6 nov. 18. AmecoPress.- Hace
170 años comenzó en Estados Unidos uno de los movimientos sociales y
políticos más importantes de la historia de la humanidad: el sufragismo.
Desde la Declaración de Sentimientos de Seneca Falls (1848) hasta la
Declaración Universal de los Derechos Humanos aprobada por las Naciones
Unidas (1948), se llevó a cabo una intensa lucha a nivel mundial por los
derechos políticos de las mujeres hasta conseguir el voto femenino.
Durante la Revolución Francesa de 1789, las mujeres
denunciaron que los valores que se reivindicaban, la libertad, la
igualdad y la fraternidad, solo estaban destinados a los hombres. Una de
las voces de protesta más energéticas fue la de Olympe de Gouges,
autora de la Declaración de los derechos de la mujer y de la ciudadana,
en 1791. En este documento, la autora reclamaba para las mujeres los
mismos derechos políticos que disfrutaban los hombres, el voto entre
ellos; pero no tuvo éxito.
Antes de la Primera Guerra Mundial, las mujeres generalmente eran
consideradas intelectualmente inferiores e incapaces de pensar por sí
mismas. Por ello parecía evidente que no deberían pretender tener los
mismos derechos civiles que los hombres. Afirmaban que los asuntos
políticos, en particular, estaban fuera de alcance del el espíritu
femenino, y por tanto era impensable pretender que las mujeres pudieran
votar.
La fundación del sufragismo se sitúa en 1848, con la Declaración de Sentimientos de Seneca Falls
en Estados Unidos. La profesora de Historia en la Universidad Autónoma
de Madrid, Carmen de la Guardia, afirma que en ese momento “se reunieron
por primera vez las pioneras feministas y redactaron un manifiesto que
imitaba y corregía la Declaración de Independencia de Estados Unidos. En
él sustituyeron las palabras "Reino Unido" por "varones" y "colonias
americanas" por "mujeres". Culpaban a los varones por la situación
indigna que la historia les había deparado, y en su manifiesto exigían
derechos civiles, aquellos que les permitieran apropiarse de su
destino.”
Entonces nace el sufragismo, un “movimiento organizado de mujeres que
deciden reunirse cada año y comienzan a hablar no solo de derechos
civiles, sino también de derechos políticos, de la capacidad de elegir y
de ser elegidas".
El movimiento sufragista culmina en 1948 con la Declaración Universal de los Derechos Humanos
aprobada por las Naciones Unidas, donde finalmente se reconoció el
sufragio femenino como derecho humano universal, declarando que "toda
persona tiene derecho a participar en el gobierno de su país,
directamente o por medio de representantes libremente escogidos".
La incorporación de las mujeres al trabajo
La sociedad industrial y el liberalismo no aportaron cambios
significativos a la situación política, legal y económica de las
mujeres, que siguieron estando discriminadas respecto a los varones.
Únicamente sirvió para transformar la posición de los hombres, que
consiguieron inicialmente el sufragio censitario y más tarde el
universal.
En la Primera Guerra Mundial las mujeres se
incorporaron al mercado laboral para sustituir a los hombres que habían
marchado al frente. Por ello, las mujeres comenzaron a reivindicar más
derechos argumentando que, si eran competentes para realizar trabajos
propios de los varones, también lo eran para gozar de sus derechos.
"La consciencia de su valor social alentó sus demandas del derecho de sufragio"
Tal como afirmó la escritora y filósofa francesa, Simone de Beauvoir,
“mediante el trabajo ha sido cómo la mujer ha podido franquear la
distancia que la separa del hombre. El trabajo es lo único que puede
garantizarle una libertad completa.”
En la Gran Bretaña de principios del siglo XX, el 70% de las mujeres
solteras, entre 20 y 45 años, tenían un trabajo remunerado. Pero el
trabajo femenino en las fábricas y las minas se desarrollaba en
condiciones de extrema explotación y discriminación de salarios frente a
sus compañeros. Además, las mujeres tenían vetadas las áreas
profesionales de mayor responsabilidad y la educación superior, a la que
únicamente podían acceder las mujeres burguesas en el ámbito doméstico.
Esto provocó que el sentimiento feminista creciera porque, según
afirma Carmen de la Guardia, “estas mujeres se sintieron discriminadas y
segregadas y comenzaron a compararse con los esclavos, ya que se dieron
cuenta de que les faltaban los derechos mínimos para ejercer su
libertad individual”, puesto que no podían comprar ni vender, no podían
contratar, viajar ni trabajar sin el consentimiento marital, entre otras
muchas cosas.
Mujeres burguesas y de clase media
Las mujeres de la burguesía comenzaron a organizarse en torno a la
lucha por el reconocimiento del derecho al sufragio, lo que explica su
denominación como sufragistas, en la segunda mitad del siglo XIX. Las
sufragistas no solamente lucharon por los derechos políticos de las
mujeres, sino también por la igualdad en otros aspectos y campos. Dieron
prioridad a la lucha por el voto porque consideraban que, una vez
conseguido, accederían a los parlamentos y podrían cambiar las leyes e
instituciones. Pero solo luchaban por el voto libre, no por el voto
universal, aquel que eliminaría la discriminación por raza, ya que
pensaron que aquella lucha sería demasiado revolucionaria.
Carmen nos cuenta que "las pioneras feministas eran mujeres de clase
media alta, mujeres acomodadas, profundamente religiosas, con un
discurso romántico no tan universal y con valores rompedores en cuanto a
los derechos y a la dignidad del ser humano, pero tradicionales en
cuanto a la familia y la nación." Por ello, cuando aparecieron mujeres
como Victoria Woodhull, se escandalizaron con sus ideas de "el amor
libre, la exploración de la sexualidad, el interés por la
prostitución... Temas que estas mujeres consideraban que quizá no era
todavía el momento".
El movimiento sufragista no se constituyó en grandes masas y arraigó con
más fuerza en las mujeres urbanas de clase media que poseían un cierto
grado de educación. Las obreras antepusieron sus reivindicaciones de
clase a sus propios intereses como mujeres. Las campesinas, debido a su
baja formación, su dedicación íntegra al trabajo, la carencia de tiempo
libre y su aislamiento, fueron las últimas y más reacias a incorporarse a
los movimientos emancipadores. Aún así, se trató de un “movimiento que
trascendía fronteras nacionales, ya que las sufragistas de todos los
países estaban organizadas y en contacto”. Por lo demás, las principales
abanderadas del sufragismo y posteriormente del feminismo fueron
británicas y estadounidenses, seguidas de escandinavas y holandesas.
Las sufragistas fueron a menudo miembros de diferentes asociaciones
con el mismo objetivo, pero usando diferentes tácticas. Por ejemplo, las
sufragistas británicas se caracterizaban por un tipo de defensa más
combativa. En otros países el sufragio femenino se logró desde las
instituciones del estado mediante leyes que fueron impulsadas
directamente por mujeres en la política como el caso de España con Clara
Campoamor, Argentina con Eva Perón o México con Elvia Carrillo Puerto.
Conocidas figuras del movimiento por la emancipación femenina fue la
británica Emmeline Pankhurst, fundadora de la Unión Social y Política de
Mujeres (WSPU) e inspiradora de diversos tipos de protesta
(manifestaciones, huelgas de hambre, etc). Otra conocida activista fue
Emily Davison, que murió en 1913 en una de sus acciones de protesta al
arrojarse a los pies del caballo del Rey Jorge V en una carrera
celebrada en Derby. Desde ese momento tanto la prensa como la sociedad
asimilaron que las sufraggettes no eran un grupo de “solteronas
desquiciadas”, como solían burlarse, sino que eran capaces de entregar
su vida por una causa que competía a todas: el sufragio femenino.
En España destacó Concepción Arenal (1829-1893), que asistió a la
Universidad Complutense disfrazada de hombre para evitar la prohibición
que impedía la enseñanza universitaria a la mujer; y Clara Campoamor,
que gracias a su lucha consiguió la aprobación en el Congreso de los
Diputados del voto femenino.
Clara Campoamor. "Mi ley es la lucha"
Durante la II República española se consiguió el voto femenino, pero
sobre todo gracias a la dedicada labor de Clara Campoamor. En 1931 las
mujeres podían ser elegidas pero no electoras. Clara Campoamor fue
elegida diputada en las listas del Partido Radical, al que se afilió por
ser "republicano, liberal, laico y democrático", su propio ideario
político, ya que ella defendía que la república era "la única forma de
gobierno más conforme con la evolución natural de los pueblos".
Formó parte de la Comisión Constitucional, de 21
diputados, y allí peleó eficazmente por establecer la no discriminación
por razón de sexo, la igualdad legal de los hijos habidos dentro y fuera
del matrimonio, el divorcio y el sufragio universal, generalmente
llamado voto femenino. Todo lo consiguió menos el voto, que tuvo que
debatirse en el Parlamento. Y allí es donde Clara Campoamor se ganó un
puesto imperecedero en la memoria de la libertad española, ya que
consiguió el sufragio universal y la igualdad de derechos electorales
entre hombres y mujeres.
La izquierda, con excepción de un grupo de socialistas y algunos
republicanos, no quería que las mujeres votasen porque se suponía que
estaban más influidas por la Iglesia e iban a favorecer a las derechas.
En 1931, durante los debates que hubo en las Cortes Constituyentes
de la Segunda República Española, el catedrático de patología de la
Universidad de Madrid y diputado por la Federación Republicana Gallega,
Roberto Novoa Santos, argumentó que “la mujer es toda pasión, toda
figura de emoción, es todo sensibilidad; no es, en cambio, reflexión, no
es espíritu crítico, no es ponderación”. Y, debido a que las mujeres se
hallaban supuestamente bajo la presión de las Instituciones religiosas,
se preguntaba: “¿Cuál sería el destino de la República si en un futuro
próximo, muy próximo, hubiésemos de conceder el voto a las mujeres?
Seguramente una reversión, un salto atrás”.
A pesar de ello, Clara Campoamor rebatió y consiguió el apoyo de una
minoría derechista, la mayoría del PSOE y algunos republicanos. En su
debate argumentó: "tenéis el derecho que os ha dado la ley, la ley que
hicisteis vosotros, pero no tenéis el Derecho Natural, el Derecho
fundamental que se basa en el respeto de todo ser humano, y lo que
hacéis es detentar un poder; dejad que la mujer se manifieste y veréis
como ese poder no podéis seguir detentándolo".
Después de conseguir el voto femenino, en 1933 no consiguió renovar
su escaño y abandonó el Partido Radical. Finalmente no fue admitida en
ningún partido político. Entonces escribió y publicó en mayo de 1935 "Mi
pecado mortal. El voto femenino y yo", testimonio de sus luchas
parlamentarias y uno de los libros políticos más admirables y menos
divulgados del siglo XX español.
Emmeline Pankhurst. “Hechos, no palabras”
Emmeline Pankhurst fue una activista política británica líder del movimiento sufragista. En 1903 fundó la Unión Social y Política de las Mujeres
(WSPU) junto a sus dos hijas, Christabel y Sylvia, así como con otras
mujeres británicas que rápidamente fueron llamadas suffragettes.
Entonces comenzó un enfrentamiento más violento para tratar de conseguir
más igualdad entre hombres y mujeres con sabotajes, incendio de
comercios y establecimientos públicos o agresiones a los domicilios
privados de destacados miembros del Gobierno y del Parlamento. Además
fueron conocidas sus numerosas huelgas de hambre que perjudicaron
gravemente su salud.
Destaca el episodio de “los cristales rotos”, donde lapidaron
escaparates y se enfrentaron a los cuerpos de seguridad. Pero para
Pankhurst aquello fue necesario para reclamar una política justa, según
había declarado: “interrumpimos un gran número de reuniones y fuimos
violentamente expulsadas e insultadas. Con frecuencia quedábamos
dolorosamente heridas y magulladas. La condición de nuestro sexo es tan
deplorable que es nuestro deber violar la ley con el fin de llamar la
atención sobre los motivos por lo que lo hacemos”.
A pesar de que sus tácticas fueron criticadas, su trabajo es reconocido
como un elemento crucial para lograr obtener el sufragio femenino en
Gran Bretaña.
Murió en 1928 y el periódico The New York Herald Tribune la describió
como “la más notable agitadora política y social de la primera parte
del siglo XX y la suprema protagonista de la campaña de emancipación
electoral de las mujeres”.
En 1999 la revista Time nombró a Pankhurst como una de las 100
personas más importantes del siglo XX, afirmando que "ella moldeó una
idea de mujeres para nuestra época; impulsó a la sociedad hacia una
nueva estructura de la cual ya no podía haber vuelta atrás”.
Fotos: Archivo AmecoPress.
Pie de fotos: 1) Sufragistas en una manifestación;
2) Lucretia Mott, Susan B. Anthony y Elizabeth Cady Stanton en la
Declaración de Sentimientos de Seneca Falls, 1848; 3) Mujeres
trabajadoras de fábricas durante la Primera Guerra Mundial; 4) Mujeres
sufragistas burguesas; 5) Periódico que anuncia el accidente en el
Hipódromo de Derby, 1913; 6) Clara Campoamor en un discurso político; 7)
Emmeline Pankhurst (izquierda) junto a sus hijas Christabel y Sylvia,
en la estación de Waterloo (Londres, 1911).
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género. 6 nov. 18. AmecoPress.
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