Ante
hechos crueles, devastadores, una se pregunta, ¿cómo pudo? ¿cómo
pudieron? ¿cómo es posible destruir a pasos acelerados el planeta en
aras de una cada vez mayor acumulación de riqueza para unos cuantos?
¿cómo es posible alterar los medicamentos para los niños con
enfermedades graves para obtener un beneficio económico sacrificando sus
vidas? ¿cómo es posible acechar en una frontera a
personas en estado de completo desamparo para arrancarles lo poquísimo
que tienen? Para abusar sus cuerpos. Para tratarlos como material de
desecho. ¿Cómo es posible despojar a pueblos enteros, orillarlos al
hambre, a la desesperación? ¿cómo es posible desatar niveles tan
elevados de violencia?
En palabras del psicoanalista Gustavo Dessal: "a los canallas
podemos encontrarlos en todo el espectro clínico. Los neuróticos, los
perversos, los psicóticos. Canalla es aquel que se afirma, digamos, en
el goce que ejerce sin ninguna clase de responsabilidad ni de
limitación, que es consciente de ello, y que no le importa en absoluto
las consecuencias que eso tenga para los otros". ¿Qué acota al canalla?
Nada que exista adentro suyo. Nada, porque su manera de habitar el mundo
es la negación de la existencia de los otros en tanto que personas y la
convicción de su derecho absoluto a un goce tan sin límites como le sea
posible.
La impunidad le sirve banquetes. Si lo suyo es probar
que la ley no existe para él, o que con ella puede hacer lo que le viene
en gana, la impunidad se lo confirma. La confirmación de la
inexistencia de la ley desata la crueldad omnipotente. Disfrazada o
explícita. ¿Qué los detendría? El psicoanalista Octavio Chamizo dedicó
uno de sus seminarios en el Colegio de Saberes al tema de la culpa. ¿Es
la culpa necesaria para crear vínculos? Sin duda. ¿Qué seríamos sin
culpa? ¿qué seríamos sin esa emoción intensa que nos revela, nos
recuerda que el otro existe y que existen los límites en nuestra
relación con los otros? La culpa nos susurra o nos grita que no tenemos
derecho a infligir daños. Nos detiene. Nos acota. Nos lleva a humanizar y
a humanizarnos.
¿Cuál era la finalidad de la tragedia griega sino
el acceso a la "catarsis" a través de la aceptación de la culpa?
Aceptación que abriría un camino posible hacia otras nuevas maneras de
ser. Si la culpa crea vínculos es porque nos permite mirar al rostro de
otro ser humano y reconocerlo, reconocernos en ese, "¿por quién doblan
las campanas?" del poeta John Donne. Ese, "ningún hombre es una isla".
Ejercen la trata de personas. Se otorgan el derecho a disponer de vidas, subjetividades, cuerpos. Los canallas se pasean por los espacios del dinero y del poder con sus cuellos blancos.
Con tanta frecuencia son personas respetadas. Admiradas. Temidas. La
ley no los alcanza, porque la ley está en venta. Nada que no sea ellos
mismos, su bienestar, su ejercicio de poder les quita
el sueño. Y esa pulsión de muerte que desatan contra su entorno.
Intentamos entender y no entendemos. Ese más allá de la comprensión
tiene que ver con la dificultad para asimilar los mecanismos recurrentes
de la crueldad.
"No es frecuente que esta clase de personas se
presenten y demanden un análisis. No ocurre con mucha frecuencia. Esta
clase de individuos, como son personas que principalmente no tienen
relaciones ni con su inconsciente ni experimentan el sentimiento de
sentirse divididos ni cuestionados frente a su propio accionar, son
personas que no se preguntan nada", explica Dessal. Anoche vi una serie
que narra la vida de Pablo Escobar. La escalada de poder
y la impunidad. La escalada de una mente criminal. En una escena
–después del avión que Escobar hace estallar en un intento por asesinar
al presidente Gaviria– la madre del narcotraficante le pregunta a su
nuera: "él no fue, ¿verdad? Él no haría estallar un avión". La nuera
responde: "Claro que sí lo hizo. Tendría sus razones".
¿Cuáles
podrían ser "las razones" del canalla? El imperativo de sus pulsiones.
La duda no cabe. Como afirma Dessal: duda quien sabe que está dividido.
Quien es capaz de experimentar culpa. Quién es capaz de cuestionarse y
soportar sus preguntas. "Estamos hechos de palabras y, por lo tanto, no
hay nadie, ningún ser humano, que esté liberado de la implicación en el
mal. Por supuesto que la labor civilizatoria, lo que llamamos el proceso
cultural, hace que efectivamente las pulsiones se encaucen de tal
manera que, a partir del lazo social, la gente pueda convivir..."
Amanecemos con la imagen de los canallas armados esperando a la caravana migrante en la frontera. ¿A cuántos canallas
han tenido que sobrevivir los migrantes en su éxodo? "Que se vayan de
regreso a su país". ¿Hacia dónde irían ellos, los sobrevivientes de una
devastación tal? Y mientras caminan sobra quienes se pregunten: ¿de qué
más es posible despojarlos? ¿qué queda aún por arrebatarles? La guerra y
sus canallas. El capitalismo salvaje y sus canallas. La xenofobia, la homofobia, el racismo, el clasismo y sus canallas. Los canallas del narco y sus poderes paralelos. Trump ganó una elección. Ganó una elección Bolsonaro.
Echar hacia atrás ese "proceso civilizatorio" que nos permite convivir.
El temible avance –a veces pareciera imparable– de la deshumanizante
lógica canalla. "Ningún hombre es una isla". Ningún hombre, ninguna
mujer es una isla. Y sin embargo...
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