Carlos González García*
Desde que Miguel
Hidalgo y Costilla expidió el decreto relativo a la devolución de
tierras de los pueblos originarios, se ha hecho patente que el
asunto de las tierrases un asunto que atañe a la vida pública de este país. En tan crucial cuestión está cifrado el pasado, el presente y el futuro de los pueblos de México.
A pesar de ello, las reformas al artículo 27 constitucional en 1992,
junto con la abrogación de la Ley Federal de Reforma Agraria, cancelaron
el
reparto agrario, y forzaron el triunfo de la lógica liberal en el sentido de que la tierra, antes que un derecho, es una mercancía. Sobre dicha base, que rompió los fundamentos éticos de la Nación construidos a partir de la Revolución, se ha gestado la profunda y salvaje transformación que, en los pasados 25 años, el capitalismo neoliberal ha impuesto a nuestro país.
A contrapelo de la historia libertaria de los pueblos de México, pero
dando continuidad a la contrarreforma agraria salinista, el pasado 23
de octubre del presente año, el senador Ricardo Monreal, en nombre del
grupo parlamentario de Morena, presentó una iniciativa que contempla la
abrogación de la actual Ley Agraria y la expedición de la Ley para el
Desarrollo Agrario.
La iniciativa de reforma presentada por Monreal tiene como fin
armonizar las disposiciones legales en materia agraria con las reformas
estructurales en materia energética y de hidrocarburos, así como con los
privatizadores regímenes de concesiones mineras, de aguas y de bienes
nacionales.
La reforma salinista al artículo 27 constitucional tuvo como fines
principales: (1) separar a los campesinos de la tierra y forzar su
migración masiva a las ciudades y al extranjero; (2) facilitar el saqueo
y el despojo de los territorios indígenas y campesinos por parte de los
consorcios y empresas privadas; (3) convertir en mercancías
susceptibles de apropiación recursos naturales; (4) dar cobijo a los
procesos intensivos de explotación de la fuerza de trabajo agrícola y
abaratar la mano de obra en el campo y las ciudades; y (5) desmantelar
las antiguas culturas y autogobiernos indígenas y campesinos.
La iniciativa de Ley para el Desarrollo Agrario, da continuidad a la
reforma salinista. En los hechos, forma parte de una estrategia para
despojar y destruir los territorios indígenas y campesinos, poniendo en
manos privadas los recursos del país a la vez que los pueblos
originarios son, simple y llanamente, exterminados.
La iniciativa de Monreal enuncia derechos de los pueblos originarios
contenidos en diversos convenios y tratados internacionales. También
flexibiliza favorablemente los procedimientos para el nombramiento de
representantes agrarios en ejidos y comunidades pertenecientes a pueblos
indígenas (artículos del 33 al 35 de la iniciativa). Abre la
posibilidad de designar herederos en cotitularidad (artículo 108,
fracción IV), hipótesis legal que permite preservar la transmisión
comunitaria de las tierras en ejidos y comunidades formalmente
parcelados. Sin embargo, su propósito central es reforzar los mecanismos
para la privatización de las tierras ejidales y comunales y la
destrucción de la propiedad social, así como la armonización del
contexto legal agrario. Se trata, en los hechos, de una nueva reforma
estructural neoliberal que convalida el poner la producción de
hidrocarburos, de energía eléctrica y minera por encima de cualquier
otra.
Además de convalidar el fraude del Procede, resulta grave y regresivo
que el artículo 61 de la iniciativa no prohiba la asistencia de
mandatarios a las asambleas ejidales y comunales de formalidades
especiales o las que contemplen en su orden del día cuestiones
relevantes para la vida interna de los núcleos agrarios, siendo que una
de las estrategias más usadas por las empresas mineras para imponer
contratos de ocupación temporal en tierras de propiedad social ha
consistido en la compra de cartas poder para generar mayorías simuladas
en su favor.
Estamos ante una iniciativa que anuncia, como ha ocurrido con todas
las reformas liberales en el campo mexicano desde las llamadas Reformas
Borbónicas hace casi tres siglos, el aún más vertiginoso despojo de las
tierras ejidales y comunales. Lo hace reforzando el entramado legal que
otorga certeza a los mecanismos del mercado abierto de tierras, como son
los contratos de usufructo (artículo 112 de la iniciativa), los
derechosa la asociación (artículo 113), a la enajenación de las tierras ejidales (artículo 114), al dominio pleno (artículos 115 al 120), el otorgar las tierras en garantía (artículos 121 y 122), así como las modalidades para participar en proyectos de inversión pública y privada (artículos 123 al 125) o aportar tierras ejidales y comunales a sociedades mercantiles o civiles (artículo 130).
Se trata, sin dudarlo, de una continuación de las
reformas estructuralesimpulsadas por el régimen saliente. Es, al parecer, el ejemplo palpable de que los grupos ecónimos y políticos que dirigen las riendas del país no tienen la intención de frenar la guerra capitalista impuesta, desde hace décadas, al México de abajo y a los pueblos que lo integran.
* Abogado, integrante del Congreso Nacional Indígena
No hay comentarios.:
Publicar un comentario