Orlando Delgado Selley
En su reciente visita a
México, el secretario general de la OCDE se reunió con diputados de los
diferentes grupos parlamentarios. En su conferencia señaló que:
el gobierno mexicano es chiquito, porque los recursos que recibimos en impuestos son pocos, y como somos responsables fiscalmente, no nos queremos endeudar, que los déficits sean reducidos. Eso está muy bien, tenemos entonces un gobierno chiquito; cuando hay que invertir más en salud, educación, infraestructura o Pemex nos encontramos con esa restricción. Hay que fortalecer el ingreso mexicano y despetrolizarlo.
Un gobierno chiquito existe como producto deliberado de acciones
políticas, en las que participó destacadamente José Ángel Gurría,
llevadas a cabo durante un prolongado lapso. El gobierno mexicano no era
chiquito, lo es después de 36 años de desmantelamiento persistente de
la presencia estatal en la economía. En los tiempos del priísmo clásico,
en 1981, el tamaño del gobierno mexicano, medido por los ingresos
corrientes del gobierno federal entre el PIB, era de 18.5 por ciento,
muy próximo al promedio de los países de ingresos medios que fue de 22
por ciento, pero claramente menor que países de ingresos altos, como
Bélgica (29.8), España (26) o Reino Unido (36.9).
Si medimos el tamaño del gobierno por el gasto del gobierno como
porcentaje del PIB, para el mismo año de 1981, tenemos que México tenía
un cociente de 26.8, en tanto para Bélgica fue de 43.5, España 30, Reino
Unido 41.1. Estas comparaciones permitían afirmar que el sector público
mexicano tenía un tamaño intermedio, acorde con su reconocida condición
de país de ingresos medios. Con la llegada de los neoliberales en la
administración de Miguel de la Madrid se inició un proceso de reducción
que se denominó de
adelgazamiento estatal.
Consecuentemente con esta política de disminución de la capacidad del
gobierno para intervenir en la economía es que tenemos que aceptar que,
como dijo Gurría, defensor e implementador del neoliberalismo en
México,
persiste la vulnerabilidad del gobierno mexicanoya que, frente a desafíos considerables, como los de Pemex y CFE, la respuesta del gobierno mexicano es débil. Después de tres decenios, en los que paulatinamente se fue eliminando la presencia estatal en la producción industrial, en la defensa de la capacidad adquisitiva de los salarios y en muchas áreas relevantes de la economía, los neoliberales consiguieron que el gobierno se limitara a unas cuantas actividades económicas.
Gurría repitió el conocido dato de que, como bien sabemos, mientras
la recaudación en México es del orden de 16 por ciento del PIB, el
promedio en los países de la OCDE es de 35 por ciento. Francia, para
citar un gobierno fuerte, tiene un cociente recaudación/PIB de 50 por
ciento. Respecto al promedio de la OCDE tenemos una recaudación menor a
50 por ciento y de sólo una tercera parte si nos comparamos con Francia.
La conclusión es evidente: el gobierno mexicano efectivamente tiene una
capacidad muy restringida para hacer frente a los requerimientos que le
plantea la reconstrucción de país.
Aumentar esta capacidad de intervención sólo puede lograrse
incrementando los recursos de los que dispone el Estado para actuar.
Fortalecer los ingresos públicos es indispensable para revertir el
proceso de desmantelamiento de los sistemas de protección social que
fueron creados en la época de industrialización de nuestro país. No se
trata de un planteamiento nostálgico que sostiene que todo tiempo pasado
fue mejor. Se trata de –hay que repetirlo– que el Estado recupere
capacidades que le amputó el neoliberalismo y que son condición sine qua non para reconstruir la economía y, con ella, el tejido social que está absolutamente destruido.
El fortalecimiento estatal demanda, por supuesto, un amplio conjunto
de acciones. La lucha contra la corrupción es de indudable trascendencia
y hay algunos avances. El control de la operación gubernamental es
claro y la disciplina presupuestal se ha sostenido. Los programas
sociales insignia están funcionando y han logrado aminorar los impactos
negativos del estancamiento económico. Sin embargo, hace falta un
impulso fuerte y sostenido, que sólo puede darse a través del gasto y la
inversión pública. Si no habrá endeudamiento neto adicional, es
indispensable agrandar la capacidad del Estado y, con eso, posibilitar
que la acción estatal resulte trascendente. De otro modo, el gobierno
seguirá siendo chiquito, mientras los problemas siguen siendo inmensos.
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