Hablar de comida es bajo. Y se comprende porque ya han comido. Bertolt Brecht
La
izquierda en México parece haber asumido la encomienda posmoderna de
fragmentarse y hacer sus análisis y propuestas políticas desde el
calidoscopio que todo confunde y nada entiende.
Después de tres
décadas de imposición del proyecto neoliberal por parte de una clase
política criminal y de una lumpenburguesía mafiosa en contra de los
derechos de la mayoría de la población trabajadora, indígena y
campesina, la izquierda-mexicana-posmoderna ha sido incapaz de confluir
unitariamente para hacer girar la rueda de la historia en contra de la
barbarie que se reactualiza día con día en lo que alguna vez fue el
“territorio nacional mexicano”.
Pueden encontrarse diferentes
intentos de construcción de organizaciones políticas de izquierda a lo
largo de estos últimos 30 años, pero ninguna de ellas ha logrado
articular una lucha real y efectiva en contra del despojo de los
derechos sociales, la entrega del patrimonio nacional a los diferentes
capitales trasnacionales y la configuración contrainsurgente de la
política de seguridad nacional; de igual manera, ningún intento
organizativo ha logrado construir un proyecto político a mediano y largo
plazo que supere la lucha siempre reactiva y coyuntural de las que son
fruto y, de esa manera, avanzar en la edificación de un proyecto
político progresista a escala nacional.
En mucha menor medida
pueden encontrarse proyectos anticapitalistas que hayan crecido y hayan
conjuntado fuerzas a nivel nacional con un programa político de igual
alcance, a excepción del EZLN, que después de su época de gloria quedó
recluido no sólo en una zona geográfica desconectada del resto del país,
sino también encerrado en un sectarismo y en unos principios
metafísicos que no han logrado conectar, práctica y organizativamente,
con los múltiples sectores del movimiento social en lucha generando una
alternativa de alcance nacional y realista. En el caso de los
movimientos guerrilleros, si en realidad existen más allá de sus
comunicados, parecen no haber construido, después de más de tres
décadas, ningún movimiento de masas ni tener la fuerza suficiente como
para generar un proceso insurgente significativo de alcance nacional. A
diferencia de otros grupos guerrilleros, en otras latitudes de América
Latina, que en el mismo lapso de tiempo pudieron tener el control
político y territorial de amplias zonas, los movimientos guerrilleros
mexicanos no lo han logrado.
El partido comandado por AMLO,
MORENA, si bien no define su proyecto político en los términos en los
que cierta izquierda plantea, es decir, como socialista e incluso como
anticapitalista, es la fuerza política institucional que dentro del
campo de la así llamada “real politik” podría tener la posibilidad de
establecer políticas económicas y sociales de alcance nacional que
pudiesen modificar el armazón jurídico y político sobre el que se han
construido y aprobado las leyes y reformas que facilitan la entrega de
la riqueza natural y la sobre-explotación de la mano de obra cualificada
al capital norteamericano y europeo. Sin embargo, ello es sólo una
posibilidad que queda definida por la correlación de fuerzas que lograse
construir el movimiento social organizado. No es gratuito que en los
dos comicios electorales, celebrados en 2006 y 2012, se haya orquestado
un fraude en contra de la voluntad popular, que guste o no, salió a
votar por un proyecto político muy diferente -ni radical ni
anticapitalista, pero tampoco necropolítico- a los que representan los
partidos políticos del Pacto por México. Muestra inequívoca de que las
mínimas reglas de la formalidad democrático-burguesa no se cumplen en
los países neo-coloniales como México y que los trabajadores mismos no
han podido vencer la inercia de la lógica política que se ha impuesto en
el país.
A cierto sector de la izquierda, que podríamos denominar izquierda posmoderna o aconcep tual,
por cuanto lo que la define es la autofragmentación ideológica y
organizativa, junto a la nula voluntad y capacidad de generar procesos
unitarios para frenar la embestida neoliberal en todos sus frentes, el
pensamiento aconceptual parece constituir el fundamento de sus análisis,
propuestas y praxis. Este pensamiento, al que le es incapaz captar
totalidades y procesos complejos, que sólo ve oposiciones y meras
contradicciones irresolubles en la realidad, que carece de mediaciones,
separa y fija, en representaciones mistificadas los elementos que
organizan la realidad en la que se encuentra, construye programas
políticos con gran utopismo sin tomar en cuenta el nivel de conciencia
efectivo de aquellos que pretende guiar, liberar u organizar.
Esta izquierda posmoderna
es incapaz de observar que las luchas de los movimientos sociales, por
más disímiles que sean, responden todas ellas a una problemática
engendrada por una dinámica de acumulación de capital que irradia sus
órdenes desde los países y bloques colonialistas; cuya aceptación y
efectivización práctica la lleva a cabo, con sumo agrado y cuantiosas
ganancias, la burguesía y la clase política mexicana. Precisamente, esta
falta de claridad teórico-política es la que, en un primer momento,
imposibilita comprender que el enemigo que tiene delante no opera sólo
en un aspecto determinado o fragmentado de la realidad; en segundo
momento, encubre las posibilidades de articular, en un plano
estratégico, la confluencia de los diferentes procesos sociales en un
movimiento unitario que construya un proyecto político acorde a la
resolución de las necesidades más inmediatas del conjunto de la
población. Pues, es de suma importancia entender que los sectores que se
movilizan y salen a las calles lo hacen porque han sido afectados por
la aplicación de alguna reforma neoliberal que atenta contra sus
condiciones inmediatas de vida, y no porque en sus corazones, o en su
conciencia ética pura y revolucionaria, se encuentre un mundo
radicalmente nuevo que quieran realizar aquí y ahora. Lukács, al
referirse a la forma de existencia, tanto objetiva como subjetiva, del
proletariado decía,
“El proletariado, como producto del capitalismo, tiene que estar necesariamente sometido a las formas de existencia del que lo ha engendrado. Esa forma de existencia es la inhumanidad, la cosificación.” [1]
Es esta misma
izquierda la que, debido a la cosificación de su conciencia, pierde el
horizonte de totalidad y fetichiza su particularismo ideológico y
organizativo al momento de generar procesos de lucha y de establecer
alianzas estratégicas que defiendan los derechos históricos de la clase
trabajadora. Enuncia objetivos sin establecer las mediaciones adecuadas
para llevarlos a cabo. Al hacer esto, pierde de vista el terreno real,
el nivel de desarrollo de las condiciones objetivas y subjetivas que
podrían hacer fructificar sus objetivos, y termina, cuando impone su
programa, por ser un catalizador del fracaso y del retroceso político de
la conciencia de los trabajadores. Al escindir y fragmentar los
diferentes niveles y procesos constitutivos de la realidad, a los
sujetos concretos que la conforman, imposibilitan cualquier tipo de
praxis que asuma un carácter de clase. Pierden la batalla, aún antes de
empezarla, porque no han logrado transgredir el marco cosificado de su
conciencia y de su praxis.
La conciencia cosificada se queda forzosamente presa en los dos extremos del empirismo grosero y de la utopía abstracta, análogamente y con la misma falta de perspectivas. Con ello la consciencia se convierte en mero espectador pasivo de un movimiento de las cosas según leyes externas, sin poder intervenir de ningún modo en él, o bien se considera a sí misma como un poder que consigue, a su objetiva voluntad, dominar el movimiento de las cosas… [2]
La consecuencia práctica de no haber
superado la conciencia cosificada se refleja de manera diáfana en las
reiteradas ocasiones en las que esta izquierda, aún sin ser consciente
de ello o en su inconsciencia de clase, le hace el juego a la burguesía
más rancia; ataca procesos unitarios donde hay consensos mínimos, fija a
sus enemigos dentro del mismo espectro en el que ella se mueve,
obstaculiza cualquier intento de cambiar la correlación de fuerzas
dentro del Estado burgués en beneficio de la clase a la que dice
defender y representar. O bien, subordina la totalidad de su lucha
política a la defensa de los intereses gremiales, o de su organización, y
al resguardo de las migajas y recursos que enriquecen a sus
dirigencias, llevando a cabo una nula labor de formación política con
sus bases y manteniendo a las mismas dentro de sus filas a cambio de la
resolución de sus derechos más básicos.
Para un gran sector de la izquierda aconceptual mexicana,
la total incomprensión de las dinámicas complejas de las diferentes
dimensiones de la realidad económica, política y cultural redunda en un
ofuscamiento de las posibilidades reales que tienen los procesos
sociales en los que intentan incidir. Creen comprender la realidad que
pretenden transformar repitiendo las tesis más generales del marxismo;
postulados que si pudiesen retomar y aplicar de manera adecuada
posibilitarían la elaboración de un análisis concreto de la situación y
la elaboración de una estrategia efectiva de clase.
¿Es capaz la
clase trabajadora mexicana de aclararse a sí misma y de resolver los
problemas que le presenta el curso histórico para desarrollar una praxis
que asegure su reproducción y, eventualmente, su auto superación y
disolución?
Quizá sea pertinente sacar las lecciones de otros
procesos como el boliviano, el ecuatoriano o el venezolano, que si bien
no se han propuesto como fin inmediato acabar con el capitalismo, han
logrado avanzar de manera progresista en la conquista de derechos y
niveles de vida dignos para sus clases populares. Pues, la conciencia de
clase, para florecer y determinar su praxis revolucionaria en tanto
praxis anticapitalista, requiere no sólo comer y dormir, sino tiempo
para conquistar su independencia teórico-política y organizativa; y ello
requiere, en primer lugar, poder garantizar su reproducción al menos
como fuerza de trabajo. México es el caso ejemplar de que en 10 años
hubo más de 200.000 personas “sobrantes” que tuvieron que ser eliminadas
violentamente, 30 mil más fueron desaparecidas. A la izquierda
posmoderna pareció no importarle ni vio en ello la urgencia de que
cualquier medio que detenga la necropolítica, incluida la participación
política electoral y las alianzas con sectores progresistas, es eficaz
para afirmar la vida de las clases desposeídas.
Las revoluciones las realizan los sujetos, pero, ¿si no hay sujetos concretos, vivos y con conciencia de clase, quién las hará?
Notas
[1] Lukács, G, “Consciencia de clase” en Historia y consciencia de clase, Barcelona, Orbis/Grijalbo, 1985, p. 145.
[2] Ibíd., p. 146.
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