6/20/2023

El pueblo empoderado, se hará escuchar

 

El pueblo empoderado, se hará escuchar

 Pedro Mellado Rodríguez

Las elecciones del 2024 podrían profundizar la ruptura entre ese México sometido, discriminado y marginado, y la oligarquía que durante décadas ha gozado de los privilegios y de la protección cómplice, corrupta y cínica de gobiernos que le han favorecido para incrementar su riqueza e influencia, en detrimento de los intereses de un pueblo que de la queja y la súplica humilde y marginal ha pasado a la enérgica exigencia del respeto a su dignidad y sus derechos.

Tienen miedo, pero al mismo tiempo están irritados, pues no comprenden cómo una parte importante y mayoritaria del pueblo está empoderada, exige ser escuchada y pretende tomar en sus manos su destino. En el gran dilema de los comicios del domingo 2 de junio del 2024 sólo existen dos posibilidades: votar por la profundización del cambio que, aunque incierto en muchos aspectos, mantiene viva la esperanza, o votar por el regreso al México de los privilegios, de la complicidad extrema entre políticos, empresarios y clérigos, del cinismo depredador, de la discriminación y el clasismo.

El filósofo griego Aristóteles, citado por Norberto Bobbio en su libro La teoría de las formas de Gobierno en la historia del pensamiento político, del Fondo de Cultura Económica (2003), advierte que la raíz clasista y racista de los regímenes oligárquicos se deriva que son la fase terminal de un proceso de degradación profunda de los regímenes aristocráticos. 

“Lo que hace diferentes a la democracia y a la oligarquía es la pobreza y la riqueza, de suerte que donde dominan los ricos, por muchos o pocos que sean, habrá necesariamente una oligarquía, y donde dominan los pobres, la democracia”, reflexiona Aristóteles.

En tanto que otro filósofo griego, Platón, citado en la misma obra, describe al hombre oligárquico: “Entréganse más y más por entero a la pasión de allegar riquezas, y cuanto más aumente el favor del que las riquezas gozan, más decrece el (favor) de la virtud”.

Por lo tanto, que la oligarquía sea el Gobierno de unos pocos privilegiados y la democracia sea el Gobierno de la mayoría del pueblo, significa la imposición del poder del dinero sobre las virtudes cívicas de las personas y el sometimiento faccioso del Gobierno. Los oligarcas aman más al dinero que a su país y sienten poco amor por la República.

En un régimen democrático prevalecen los valores superiores de la República, como describe el filósofo francés Montesquieu, en su célebre tratado “Del Espíritu de las Leyes”, publicado en 1748: “La virtud en una República, es la cosa más sencilla: es el amor a la República; es un sentimiento y no una serie de conocimientos, el último de los hombres puede sentir ese amor como el primero. Cuando el pueblo tiene buenas máximas, las practica mejor y se mantiene más tiempo incorruptible que las clases altas; es raro que comience por él la corrupción”.

En un régimen democrático, “la supremacía de lo público se basa en la contraposición del interés colectivo al interés individual, y en la necesaria subordinación, hasta la eventual supresión” del interés individual por el interés público, reflexiona el jurista y filósofo italiano Norberto Bobbio en otra de sus obras, “Estado, Gobierno y Sociedad”, del Fondo de Cultura Económica (2004).

“La primacía de lo público -advierte Bobbio- significa el aumento de la intervención estatal en la regulación coactiva del comportamiento de los individuos” (Bobbio, 2004, Op. Cit. Páginas 28 y 29).

La reflexión del jurista italiano está determinada por una dicotomía esencial entre lo público y lo privado, cuyos criterios él define como Justicia Conmutativa y Justicia Distributiva. 

La Justicia Conmutativa es la que regula los intercambios: su objetivo fundamental es que las dos cosas que se intercambien sean de igual valor, con el fin de que el intercambio pueda ser considerado justo, por lo que en una compra-venta es justo el precio que corresponde al valor de la cosa comprada, como en un contrato de trabajo, debe ser justa la paga que corresponda a la calidad y cantidad del trabajo realizado. Debe haber, en el derecho civil una justa indemnización que corresponda a la magnitud del daño causado y en el derecho penal un castigo adecuado a la gravedad del delito cometido.

Señala Bobbio que la justicia Distributiva es la que se inspira en la autoridad pública para la distribución de honores y gravámenes: su objetivo es que a cada uno le sea dado lo que le corresponde, con base en criterios que pueden cambiar, de acuerdo con la diversidad de las situaciones objetivas o de los puntos de vista; los criterios más comunes son “a cada uno según su mérito”, “a cada uno según su necesidad”, “a cada uno según su trabajo”. La Justicia Conmutativa es la que tiene lugar entre las partes; la Justicia Distributiva es aquella que tiene lugar entre el todo y las partes.

En 1965, el investigador y exrector de la Universidad Nacional Autónoma de México, Pablo González Casanova, publicó bajo el sello editorial Era, un libro icónico en el ámbito de las ciencias sociales, La democracia en México, que desnuda y describe las falacias de un país dominado por una oligarquía que entrevera los intereses y los negocios de una clase política proverbialmente corrupta, con una iniciativa privada abusivamente rapaz, que privilegia sus negocios al amparo del poder público; una prensa sometida abyectamente al poder, y una iglesia católica dominante, que contribuye al sometimiento de los corderos que no se atreven a desafiar a sus padrinos, patrones, protectores, mecenas o excelencias.

Describe González Casanova: “Frente al México organizado del Gobierno -con su sistema presidencialista, su partido, sus uniones de trabajadores- y frente a los factores de poder, también organizados -como el Ejército, la iglesia, los empresarios nacionales y extranjeros- hay un México que no está organizado políticamente”.

Habla el exrector de la UNAM de una realidad que, trasladada de los años 60 a las más recientes tres décadas de gobiernos neoliberales, tuvo pocos cambios.

Argumenta: “Frente a los grupos de interés y los grupos de presión que utilizan con más o menos eficacia la Constitución, la Presidencia, el Congreso, la Corte, los gobiernos locales y estatales, los partidos, los sindicatos, las cámaras industriales y comerciales, las embajadas, la prensa, hay un México cívicamente desarmado, para el que las instituciones y las leyes no son un instrumento que ellos manipulen, con el que ellos luchen, con el que ellos presionen”.

De tal forma que la Ley, desde la óptica de la oligarquía dominante, fue sólo un instrumento para legitimar despojos y robos de los bienes de la Nación, en beneficio de los siempre privilegiados y en perjuicio del pueblo.

Advierte también don Pablo: “Frente al México político hay un México impolítico; que no lucha cívicamente, que carece de instrumentos políticos. Y este México impolítico, que no es sujeto político, sino objeto político, no se limita a aquel sector de la población que, por falta de cultura, de experiencia, es dominado, manipulado en sus propias organizaciones por las clases gobernantes, y que, organizado, efectivamente en sindicatos, ligas, asociaciones, ve como esos organismos son controlados desde fuera o desde arriba” (G. Casanova, 1965, Op. Cit. Pág. 144).

En los nuevos tiempos, los canales de expresión y de queja se han multiplicado en favor del pueblo, algo que a las tradicionales clases dominantes no les conviene.

González Casanova describe hechos terribles: “Como la inconformidad del México marginal no se expresa por las formas constitucionales y constitucionalmente previstas para ese efecto, las demandas populares del México marginal sobreviven bajo formas tradicionales de súplica y petición a las agencias gubernamentales, de queja, en los organismos políticos paragubernamentales, en que la súplica se hace más humilde y la queja se acentúa más, conforme más humilde y marginal es el ciudadano o grupo de ciudadanos que la formulan, o a cuyo nombre se formula”.

Habla, en la década de los años 60 de prácticas que todavía no son desterradas de nuestra vida pública: “Trátase de un sistema muy antiguo, que se ha combinado con formas republicanas de petición y lucha, en las que operan personajes popularmente llamados ‘padrinos’, ‘valedores’, ‘tatas’, ‘compadritos’, ‘coyotes’, ‘influyentes’, nombres que corresponden a los estereotipos del buen y el mal gestor. Y estos intermediarios que están en el Gobierno o fuera del Gobierno, que tienen ideas revolucionarias o conservadoras, siguen jugando sus papeles antiguos en un México en el que las nuevas fuerzas de empresarios públicos y privados dominan ya las formas de lucha y los instrumentos de la sociedad moderna, y conservan parte de las formas tradicionales de control político”.

Describe González Casanova un México sometido y envilecido: “La inconformidad del México marginal sólo se manifiesta así a través de sus mediadores, de sus intermediarios, de sus negociadores que pertenecen al México participante y a los grupos dirigentes del México participante. Opera bajo un curioso sistema de control y lucha política en el que los intermediarios son de dos tipos principales, los que forman parte del Gobierno o de las organizaciones gubernamentales, con la ideología oficial más o menos radicalizada, y los que operan por su cuenta, como amigos del Gobierno con actitudes ideológicas más moderadas que la extrema izquierda o la extrema derecha” (G. Casanova, 1965, Op. Cit. Págs. 152 y 153).

En el libro La democracia en México se hace una descripción brutal de los usos y costumbres en la vida pública de un país discriminador y clasista, en el que todavía están enraizados hábitos, usos y costumbres de una oligarquía abusiva y depredadora, a la que le irrita que el pueblo pueda expresarse libremente y actuar sin tutelas o patrones.

“Actuar políticamente cuando se pertenece al México marginal, aparece como pecado de soberbia, como atentado contra el principio de autoridad o intento de rebeldía. El mexicano marginal espera sin exigir, o suplica sin esperar demasiado, o se atiene a la tensión, a la irritación de los propios procuradores -padrinos o compadres-, y naturalmente de los funcionarios o dirigentes”, explica el maestro González Casanova (G. Casanova, 1965, Op. Cit. Pág. 157).

Las elecciones del 2024 podrían profundizar la ruptura entre ese México sometido, discriminado y marginado, y la oligarquía que durante décadas ha gozado de los privilegios y de la protección cómplice, corrupta y cínica de gobiernos que le han favorecido para incrementar su riqueza e influencia, en detrimento de los intereses de un pueblo que de la queja y la súplica humilde y marginal ha pasado a la enérgica exigencia del respeto a su dignidad y sus derechos.

Pedro Mellado Rodríguez

Periodista que durante más de cuatro décadas ha sido un acucioso y crítico observador de la vida pública en el país. Ha cubierto todas las fuentes informativas y ha desempeñado todas las responsabilidades posibles en medios de comunicación. Su columna Puntos y Contrapuntos se ha publicado desde hace más de tres décadas, en periódicos como El Occidental, Siglo 21 y Mural, en Guadalajara, Jalisco. Es profesor de periodismo en el ITESO, la Universidad jesuita de Guadalajara.


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