Está mal visto hablar bien de quienes nos gobiernan. Vivimos en un mundo en el que el discurso del “todos son iguales” ha permeado a tal grado que reconocer la virtud de un político parece un acto de traición a la sociedad. Esa narrativa hace daño y nos impide separar el grano de la paja, lo esencial de lo accesorio, al precandidato de verdad del monigote de plástico.
Una vez fuera del gobierno, es buen momento para un corte de caja y hacer examen a la administración de Claudia Sheinbaum al frente del gobierno de la Ciudad de México. Más allá de filias y fobias y de preferencias electorales que desdibujan todo intento de matiz y de argumentación lógica, creo que hay pocas razones para no reconocer que Claudia Sheinbaum fue una buena jefa de gobierno. Administró la ciudad de forma racional, con carácter y autonomía. Lo hizo sin frivolidad ni demagogia y, hasta donde sabemos, sin la corrupción rampante que dejó su predecesor. Sheinbaum no deja una metrópoli sin problemas y retos monstruosos, pero sí en mejor estado que aquel en que la recibió. Y, por fortuna, eso es medible.
Su administración fue de calidad. He preguntado a varios de sus colaboradores más cercanos en dónde ven ellos la principal virtud de su ahora exjefa. Todos, sin excepción, refieren a su método de gestión como casi obsesivo, eso que los administradores llaman micro-management. Me sorprende que off the record y en completa confidencialidad repitan siempre los mismos atributos: consistencia, técnica, exigencia, disciplina, atención hasta el último detalle. “No se traga las mentiras ni la simulación”.
En todas las áreas de política pública hay avances contundentes. Acaso el mayor de todos estuvo en la seguridad pública. En comparación con 2019, la CDMX pasó a tener de 4.4 homicidios diarios a sólo 1.5. En todos los delitos —absolutamente todos— hubo reducciones importantes, casi milagrosas. El robo con violencia se redujo en 70% y las lesiones dolosas por disparo de arma de fuego en 65%. Además, los números oficiales están acompañados por una sustancial mejora en la percepción de seguridad. Así lo escribí en este espacio hace unos meses: “La capital no sólo es más segura; se percibe más segura”.[1]
Durante la administración de Sheinbaum, la CDMX se convirtió en la metrópoli con mayor reducción absoluta de homicidios en el país y posiblemente en toda América Latina. No conozco un caso de éxito similar. Quizás no lo haya. No fue casualidad: es el resultado de reformas profundas, designaciones acertadas en puestos clave, inversión pública y buena gestión administrativa —justo lo que explicaba líneas arriba. En otras áreas de la política hubo resultados similares: educación, movilidad, vivienda, sustentabilidad, innovación pública y gobernanza. ¿Resultados igual de buenos en todas las áreas? Seguramente no. ¿Suficientes para los retos de la Ciudad? Tampoco.
Frente a la corrupción, Sheinbaum actuó con dureza. Remito a un ejemplo que sirve como botón de muestra: en noviembre de 2021, cuando se hizo público que su Secretaría de Turismo había viajado a Guatemala en avión privado y con varios miles de dólares encima, Sheinbaum ni siquiera espero a escuchar explicaciones; la despidió fulminantemente. Además, aprovechó la coyuntura para mandar un mensaje claro: “Nada de usar aviones privados, aquí somos ciudadanos gobernando ciudadanos”. El discurso calo hondo en los colaboradores.
La política de “cero tolerancia” a la corrupción permitió a Sheinbaum extender el gasto ahí donde más se necesitaba. A pesar de la caída en ingresos por COVID, en la Ciudad no aumentaron los impuestos en términos reales ni se incrementaron las tarifas de transporte público en los sistemas operados por la Ciudad. Lo que es todavía más impresionante: la inversión pública fue 20% mayor que en la administración de Mancera. Es decir, en un contexto más complejo y con menos recursos disponibles se invirtió más y mejor. Así lo reconocieron las calificadoras internaciones y en particular la agencia calificadora HR Ratings que, en noviembre de 2022, ubicó a la CDMX como el gobierno subnacional mejor evaluado en toda América Latina.
Es justo decir que, ante situaciones extremas, Sheinbaum actuó con carácter y autonomía. Contra la caricatura que algunos hacen de ella de alinease siempre con el presidente, durante la crisis por COVID, no se plegó a las directrices federales. Todo lo contrario: asumió las decisiones que consideró mejores para una ciudad inmensa y difícil. El esfuerzo logístico de vacunación quedará siempre como ejemplo de eficiencia y buen uso de recursos. Su gestión durante la pandemia puede ser criticada desde muchas aristas, pero no su firmeza e independencia para tomar decisiones.
En los últimos cinco años, la Ciudad de México obtuvo más de 30 reconocimientos y distinciones de prestigio, más que cualquier otra metrópoli en el continente. Muchos de los premios reconocen los proyectos de innovación tecnológica del gobierno y el uso eficiente de recursos. Otros se centran en los avances de movilidad e infraestructura. De todo, sin embargo, me quedo con los proyectos que desde el gobierno de la CDMX se formaron para reducir la desigualdad. Todos con una orientación clave: ir de la periferia al centro. Los proyectos “Mi Beca para Empezar”, “PILARES”, “La escuela es Nuestra, Mejor Escuela” y el “Instituto de Educación Medio Superior” son solo unos cuantos ejemplos del carácter social, de izquierda y redistributivo de la administración de la Ciudad de México durante el último quinquenio.
Habrá quienes en las próximas semanas busquen los “negritos en el arroz” en el gobierno de Claudia Sheinbaum. Los encontrarán. Gobernar es priorizar y priorizar es atender algunas causas por encima de otras; gobernar es mirar con atención lo que se considera relevante y desatender lo que se considera residual. No hay gobiernos perfectos porque no hay recursos ilimitados. Gobernar es también elegir y elegir es optar por inconvenientes.
No sé si haber sido una buena gobernante de Ciudad de México sea suficiente para ganar una precandidatura o una elección presidencial. Mucho menos sé si será suficiente para ser una buena presidenta. Lo hecho en la gran capital difícilmente es escalable a la presidencia de la República. Las habilidades que llevaron a Sheinbaum a realizar un buen gobierno en la CDMX pueden hacerla fracasar en otra cancha. La política es dinamismo y el éxito en ese oficio pasa por leer correctamente momentos siempre cambiantes. Lo que funciona hoy puede agotarse mañana.
Por cierto, así como creo que Claudia Sheinbaum fue una buena jefa de gobierno, tengo para mi que Marcelo Ebrard fue un buen canciller. Pronto —espero— poder escribir sobre esto. Otra vez: reconocer virtudes en el otro no solo debería ser una práctica común en nuestra conversación pública, sino un rasgo de honestidad intelectual.
[1] Hace poco escribí al respecto. Véase: Carlos A. Pérez Ricart, “El milagro de la seguridad en la CDMX”, Sin Embargo, 3 de mayo de 2023. Disponible en: https://www.sinembargo.mx/03-05-2023/4356231
Carlos A. Pérez Ricart
Carlos A. Pérez Ricart es Profesor Investigador del CIDE. Es uno de los integrantes de la Comisión para el Acceso a la Verdad y el Esclarecimiento Histórico (COVeH), 1965-1990. Tiene un doctorado en Ciencias Políticas por la Universidad Libre de Berlín y una licenciatura en Relaciones Internacionales por El Colegio de México. Entre 2017 y 2020 fue docente e investigador posdoctoral en la Universidad de Oxford, Reino Unido.
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