6/24/2023

Piso parejo

 Violeta Vázquez-Rojas Maldonado

Hace poco más de una semana se reunió el Consejo Nacional de Morena, junto con dos representantes de sus partidos aliados -el Partido del Trabajo y el Verde Ecologista-, para acordar los lineamientos que guiarán la selección de una figura a la que llaman “Coordinador(a) de la Defensa de la Transformación”. La letra no escrita en esos acuerdos, que para todos queda entendida, es que la persona así designada se registrará, a partir del comienzo oficial del proceso electoral -en septiembre de este año-, como precandidato o precandidata de la coalición, y posteriormente como candidata o candidato presidencial.
Los acuerdos que se formalizaron en ese consejo ya habían sido pactados unos días antes, en presencia del presidente López Obrador, cuando se reunió con los gobernadores de Morena y los cuatro eventuales aspirantes a la candidatura presidencial. Ahí, parte de los acuerdos tomados fue que nadie llevaría “porras” a la reunión del domingo en el Consejo Nacional.
Sin embargo, a Claudia Sheinbaum la recibieron en el Consejo Nacional coreándole en la cara una consigna: “¡Piso Parejo!”. Cualquiera que haya seguido las noticias los últimos seis meses sabe que esas son las palabras con las que Marcelo Ebrard, Ricardo Monreal y sus seguidores suelen exigir equidad en la contienda. Lo curioso es que va dirigida a una aspirante en particular. No se trata, entonces, de una demanda general -que sería muy sensata y legítima-, sino de una especie de grito de guerra dirigido a una persona específica, con el fin de abonar a la impresión de que esa persona, por alguna razón, contiende partiendo de una ventaja desleal.
¿Cuál puede ser la ventaja que tenga Claudia Sheinbaum sobre el resto de sus compañeros? Quizá -concediéndoles el beneficio de la duda- el hecho de que su imagen empezó a difundirse por el territorio nacional antes que la de los demás. O quizá el rumor de que el presidente ya la escogió como “su favorita”.
Pero recordemos que, como Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Sheinbaum tiene un campo de acción acotado, una limitación territorial que ha tratado de compensar con visitas dominicales a diferentes estados, con el fin de que la gente la conozca y -sobre todo- a la hora de la encuesta, la reconozca. Esa delimitación política y territorial de su ámbito de influencia no la tienen los Secretarios de Estado, que son visibles para todo el país, ni tampoco el senador Monreal, que como representante del Pacto Federal no está acotado a ser visto en un solo estado.
Sobre el rumor de que Sheinbaum es la favorita del presidente, no hay nada verificado; y con un presidente que no es parco al comunicarse, que no suele guardarse sus pensamientos ni sus preferencias, y que, en sus propias palabras, tiene un pecho que no es bodega, es raro que un rumor así siga en calidad de eso, por más señales que digan percibir de que el presidente ya se decantó por su predilecta. Al contrario: si en algo nos hemos devanado los sesos los últimos meses ha sido en interpretar si cuando el presidente en tal o cual discurso dijo tal o cual cosa se refería a Claudia o a Marcelo, o -menos frecuentemente- a Monreal o a Adán Augusto. Y al final, cada quien interpreta las alegorías presidenciales como mejor le conviene.
A muchas mujeres, la consigna de “Piso Parejo” nos resuena distinto. Nos hace pensar, justamente, en ese lugar desde donde nunca comienza la carrera política de una mujer. Las mujeres en política -y en todos los ámbitos profesionales- tienen que demostrar una capacidad que en los hombres rara vez se pone a prueba. Se les somete a un doble estándar imposible de satisfacer: por un lado, tienen que salir del estereotipo de mujeres frágiles y dependientes; por otro, si se salen de ese estereotipo se las juzga duramente como histéricas y mandonas.
Las reacciones emocionales de los hombres, por el contrario, no se juzgan del mismo modo. Si Marcelo Ebrard no muestra emociones, por ejemplo, al iniciar un litigio internacional, o al contestar declaraciones ignominiosas como las que varios políticos republicanos han proferido contra México recientemente, es porque está en un papel institucional y diplomático. Si deja ver su molestia por el tráfico de armas, es porque está respondiendo con firmeza. Y si se le ve contento, bromeando en TikTok o bailando la Flor de Piña, entonces, se muestra humano. Ninguna de estas cosas podría hacer Claudia Sheinbaum sin ser juzgada duramente y con un estándar muy distinto.
En la semana circuló el video donde Sheinbaum le reclama al presidente del Consejo Nacional de Morena, Alfonso Durazo, que no se habían cumplido los acuerdos y que una porra la recibió a gritos a la entrada de la reunión. Varios caricaturistas aprovecharon para juzgar con saña gráfica la molestia de la ahora ex-Jefa de Gobierno: “berrinche y arrogancia”, le espeta un cartón de Rictus en El Financiero. Camacho, en Reforma, la dibuja pequeñita, parada sobre un dedo índice (presumiblemente del presidente), y señalando con su propio índice mientras dice “A donde yo llego me respetan”. Y Ricardo Raphael de la Madrid le dedica estas líneas en su columna del 12 de junio en Milenio: “Quien hace política también tiene derecho a enojarse, pero las horas de vuelo en este oficio se miden por la forma y no solo por el fondo del enojo. El que Sheinbaum no haya sido capaz de buscar otro momento para exhibir su coraje habla de su carácter”. Presumiblemente, a juicio del columnista, habla de su mal carácter: ¿qué no pudo encontrar un mejor momento para acusar ante el anfitrión que los convoca a firmar un acuerdo, una falta a ese mismo acuerdo? ¿No pudo acaso hablar con él pero “sin exhibir su coraje”? ¿Por qué no cuidó las formas de su enojo?
Otra columnista, de El Universal, el mismo jueves en La Hora de Opinar dijo textualmente que “El hecho de que sea mujer y que en general las mujeres efectivamente entran en desventaja en cualquier contienda política contra un hombre, el hecho de que sea Claudia hace la diferencia, es decir, no importa tanto que sea mujer”. Según esta analista, los preceptos básicos del feminismo en el caso de Claudia Sheinbaum no se aplican, porque “ella no abandera las causas feministas, no hace una diferencia, ni en su agenda durante la Jefatura de Gobierno vimos algo donde dijeras «qué diferente es Claudia a los anteriores jefes de gobierno»”. El feminismo, un movimiento emancipatorio cuyo rasgo primordial es reconocer la existencia de un sistema de opresión social que pone en desventaja a las mujeres frente a los hombres, según la politóloga no contempla a esta mujer en específico. Y más adelante dice que Claudia “no muestra emociones, que probablemente eso sí le daría un perfil mucho más femenino”. Es decir, Claudia Sheinbaum está excluida del reconocimiento de su desventaja estructural por no ser, a los ojos de esta analista, suficientemente femenina, o sea, suficientemente apegada al papel que ese mismo sistema de opresión le mandata. Y, en el vaivén de contradicciones propio de quienes no entienden ni siquiera lo que están tratando de defender, unos minutos más adelante le reclama a Sheinbaum su “sometimiento discursivo” al presidente López Obrador.
El caso es, en resumidas cuentas, que podemos encontrar montones de ejemplos, apenas en la última semana, de declaraciones, representaciones y juicios disfrazados de “crítica” que la única perspectiva que han tomado es la de derivar, a partir de un episodio concreto, una característica permanente, un defecto de carácter irreversible que les permite declarar a Sheinbaum no apta para el cargo de presidenta, a pesar de haber entregado buenos resultados de gobierno (reducción de 58% de delitos de alto impacto, universalización de becas para estudiantes de educación básica, creación de instituciones de educación superior, por mencionar algunas) y contar con una aprobación entre los capitalinos de 66%.
No nos llamemos a engaño: reconocer que las mujeres, es decir todas las mujeres viven en el lado desaventajado de un sistema de opresión (incluso cuando a algunas las aventajen sus condiciones económicas) y que eso se traduce en experiencias concretas especialmente -en el caso que nos ocupa- en la trayectoria política, no quiere decir que las mujeres servidoras públicas no puedan ser criticadas.
Por el contrario, al igual que cualquier persona servidora pública, a las mujeres se les puede criticar por su gestión, por su eficacia, por sus decisiones, por sus propuestas, por su historial político, etc. Se puede perfectamente poner en la balanza, por ejemplo, si el programa “Mi beca para empezar”, implementado por Sheinbaum, es mejor o peor que el programa de “Becas para Niños Talento”, implementado por Marcelo Ebrard. Comparar políticas y resultados es una manera legítima de escudriñar la carrera política de unos y otros sin apelar a rasgos psicologistas que no tienen por qué ser determinantes en el desempeño.
Juzgar a las mujeres, en cambio, por su carácter, por su apariencia, o por si tienen o no una actitud “femenina” es reproducir los cánones machistas de ese sistema de opresión patriarcal. Lo mismo es negarles agencia y responsabilidad asumiendo (sin ningún dato duro que lo respalde) que son sumisas ante el poder de un varón. Esa fue la imagen que quisieron imponer de la ahora gobernadora electa del Estado de México, Delfina Gómez, y es la que tratan de replicar sobre Claudia Sheinbaum. El caricaturista Garci, de El Economista, llega tan lejos como para dibujar a Andrés Manuel López Obrador encabezando un séquito de mujeres anónimas, ataviadas con burkas con el color y el logo del partido Morena, dando a entender que, para él, en ese partido las mujeres están a las órdenes de un hombre. Curiosamente no lo están los hombres.
Claudia Sheinbaum no es la primera mujer que aspira seriamente a ser presidenta de la República. Ha habido candidatas presidenciales: Margarita Zavala, Josefina Vázquez Mota, Patricia Mercado, Marcela Lombardo, Cecilia Soto y la inolvidable Rosario Ibarra de Piedra. Pero sí es la primera aspirante que tiene altas probabilidades de ganar la elección, y la primera posible candidata de un partido puntero cuya intención de voto supera el 53%. Y junto con Rosario Ibarra, la única emanada de un movimiento social. A diferencia de las mujeres postuladas por la derecha, o por partidos minoritarios de papel meramente testimonial, Claudia Sheinbaum no es una mujer que encontró un nicho cómodo dentro de la estructura partidista patriarcal y a quien, como una anomalía individual, se le dio un lugar siempre y cuando se apegara a las formas masculinas tradicionales de hacer política.
Por el contrario, lo que entusiasma de su eventual candidatura es precisamente el momento en el que llega: un momento en el que las estructuras se han movido poco, pero lo suficiente (a fuerza del reclamo y la lucha de décadas, de batallas grandes y pequeñas de ese enorme movimiento que es el feminismo), como para que México sea uno de los países con mayor representación política de las mujeres y el lugar 26 de los países con más mujeres en Secretarías de Estado (ONU, Women in Politics 2023). Nada de esto se habría logrado si no se empezara por aceptar la descomunal desigualdad que aqueja a las mujeres, no solo en el país, sino en el planeta. Y ello nos lleva a abrazar la causa justa que reclaman otros aspirantes a la candidatura de Morena: piso parejo, sí, pero para quienes por condiciones que no escogieron, les toca enfrentar juicios más feroces, luchar diario contra el descrédito y enfrentar una inercia política machista que insiste en regresarlas unos escalones más abajo y unos pasos más atrás.
Violeta Vázquez-Rojas Maldonado
Doctora en lingüística por la Universidad de Nueva York y profesora-investigadora en El Colegio de México. Se especializa en el estudio del significado en lenguas naturales como el español y el purépecha. Además de su investigación académica, ha publicado en diversos medios textos de divulgación y de opinión sobre lenguaje, ideología y política.

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