▲ Fotograma de Los traductores, de Régis Roinsard
Carlos Bonfil
¿Una trama de suspenso ambientada en el mundo editorial? Se podría pensar primero en una película del francés Olivier Assayas ( Dobles vidas, 2018 ) con su intriga sentimental vinculada a las élites culturales parisinas y a sus dificultades para adaptarse al universo digital, o remontar en el tiempo, cambiar de género y evocar la adaptación que en 1966 hizo Francois Truffaut de Fahrenheit 451, el relato de ciencia ficción de Ray Bradbury sobre el funesto destino de los libros en una época de totalitarismos triunfantes. La idea del realizador galo Régis Roinsard en Los traductores (2019) es muy sugerente. En el guion urdido por el director ysus colaboradores Romain Compignt y Daniel Presley, la acción se ubica en el tiempo presente, en el interior de una mansión vuelta mazmorra, propiedad de un hombre de negocios ruso, adonde han sido convidados nueve traductores de nueve países diferentes con el propósito de realizar en tiempo récord la traducción simultánea, en sus respectivas lenguas, de El hombre que no quería morir, tercera y última entrega de un bestseller mundial, Dedalus, que literalmente vale su peso en oro.
La idea no es del todo nueva. Según refiere el cineasta, surge de artículos periodísticos que narran cómo en Italia doce traductores fueron contratados por la editorial Mondadori, encerrados luego en una celda de lujo, bajo severa vigilancia y privados de sus celulares, para redactar y entregar en exclusiva sus versiones de la novela Inferno (2013), del autor de bestsellers Dan Brown ( El Código Da Vinci). En esta nueva cinta de Régis Roinsard, realizador de la exitosa comedia romántica Mi historia entre tus dedos ( Populaire, 2012), el maestro de ceremonias en la sórdida aventura editorial es Eric Anstrom (Lambert Wilson), un hombre déspota y sin escrúpulos que de pronto se enfrenta a una adversidad inesperada: apenas traducidas las primeras 10 páginas del libro que él ha resguardado celosamente, el original es misteriosamente sustraído de su maleta por un personaje anónimo que exige una gran cantidad de dinero para no revelar en la red todo su contenido. De ahí en adelante se trata de indagar por todos los medios posibles, desde la persuasión hasta la violencia, cuál de los nueve traductores pudiera ser el autor del robo y el chantaje. Los traductores se presenta como un típico whodunit, con pistas engañosas y vueltas de tuerca narrativas, al estilo de un relato de Agatha Christie, y lo hace al combinar, de modo arriesgado, pero en definitiva eficaz, algunos toques de un laborioso ingenio francés con tributos al cine estadunidense de acción en escenas como una vertiginosa persecución automovilística claramente inspirada en la película Contacto en Francia ( The French Connection, William Friedkin, 1971).
Régis Roinsard adopta en esta película un tono cínico y fatalista, avizorando no sólo un inminente control social por parte de políticos tecnócratas al servicio de empresarios venales, sino la posible desaparición de un trabajo literario riguroso, el cual se vería paulatinamente remplazado por una mercantilización global de la palabra escrita. Pese a ello, imagina una reivindicación final de la literatura como un arte imperecedero e indestructible de una manera ingeniosa: un tomo de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, le salva materialmente la vida a uno de los protagonistas. Descubrir cómo lo logra es una de las múltiples sorpresas que depara esta atractiva película de suspenso.
Se exhibe en Cinemex y Cinépolis.
Foto .▲ Fotograma de Los traductores, de Régis Roinsard
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