1/13/2024

Doce textos de la literatura palestina contemporánea

 

Parte I
Vivi Alfonsín Rodríguez

Esta reseña coral está pensada como una invitación a dedicar, en el año que comienza, cada mes a la lectura de uno de estos textos. La selección cubre diversos géneros, tendencias y etapas de las últimas décadas, considerando la accesibilidad que permiten las traducciones y, por supuesto, la calidad literaria. En lugar de vincularlas a una impresión subjetiva de la correlación ideal para su lectura, he preferido mantener el orden cronológico de su publicación. Para mí, todos son imprescindibles, y lo cierto es que pueden leerse sin atender a jerarquías. En lo que a libros se refiere, el azar es un magnífico compañero en la ordenación del caos.

Por descontado, las temáticas de la literatura palestina son tan variadas como las de cualquier corpus literario, con la salvedad de que su producción artística está, en todas sus disciplinas, marcada por la violencia que tenido una de sus escaladas más sangrientas desde el 7 de octubre de 2023, fecha del comienzo de la última masacre contra su población y que ya supera las 30.000 personas asesinadas, incluyendo 12.000 niñas y niños, más dos millones de desplazadas.

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A diferencia de la opinión que circunscribe lo político del arte a etapas concretas -guerras civiles, luchas de liberación, épocas de posguerra o dictaduras- considero que el arte apolítico no existe. Pues el arte supuestamente generado fuera de los marcos de lo político también lo es, está situado, corresponde a un contexto de creación donde no caen bombas todos los días, donde la cifra de criaturas asesinadas no hace dudar de las posibilidades del futuro común, donde la desnutrición no forma parte de las estrategias de aniquilación y tortura. Todo contexto genera unas condiciones materiales específicas, y de ellas emanan nuestros permisos de ser y hacer cotidianos. Creo que defender la existencia de una literatura, de un arte, que no esté atravesada y condicionada por lo político, es, cuanto menos, una postura inocente.

Contar la propia realidad, fijarla en el tiempo con la endeble huella de la tinta, es un gesto de oposición contra la muerte, un acto de amor, un ejercicio de resistencia íntima insuperable. Sostiene la memoria colectiva en su titánica y forzosa tarea de enfrentar el poder. Los textos referidos a continuación, cuyas fechas sugiero atender en virtud de la historia reciente de Palestina, son obras de arte tatuadas sobre la piel de esa gesta.

La Roca (1957), de Fadwa Tuqan.

En 1999, la cineasta y novelista palestina Liana Badr estrenaba un documental titulado Fadwa: A Tale of a Palestinian Poet. En él, Badr propone un recorrido por la vida y obra de la denominada “madre de la poesía palestina”, o “Poeta de Palestina”, apelativos que la acompañaron desde el cénit de su carrera y que traslucen la influencia de su figura. Una influencia compleja, donde la trascendencia literaria se entreteje con el mito patrio. Recientemente, Adanía Shibli publicaba una breve crónica1 donde confesaba su peculiar relación con la poeta y con el estreno del documental, pues por entonces trabajaba en la fundación encargada de organizar el evento de presentación del mismo. De una parte, encontró la leyenda, la escritora inalcanzable convertida en una coqueta señora que todavía escribía poemas de amor. De otro, la huella persistente de su ejemplo, a la que Shibli rinde aquí un íntimo y silencioso tributo. Los textos tempranos de Fadwa Tuqan son de naturaleza autobiográfica, centrados en la frustración derivada de las desigualdades de género y, por supuesto, poemas de amor. Sin embargo, tras 1948, año fatídico en que se legitimó la creación del Estado de Israel y murió su padre, se produce un giro en su escritura.

La Roca corresponde a un momento de gran madurez en la obra de Tuqan, cuando ya su poesía había abandonado los ámbitos de la tradición literaria árabe, la estructura abasí y las casidas que tan profundamente estudió, junto a la literatura occidental más prestigiosa, para adentrarse en temáticas y formas distintas. Junto a un fuerte sentimiento de arraigo, se percibe la aceptación de su rol como artista palestina y la renovada utilización del verso libre y la prosa poética. En este texto habla de una negra roca amarrada a su pecho, de la soledad de aquellas almas abocadas a una muerte injusta e inútil. Pero al margen del lamento desgarrado, de la voz que habla en primera persona y desde la garganta de un pueblo, el poema incluye una alteridad que escucha, que observa, sugiriendo la presencia de otra persona que no es palestina. Otra persona que implica la mirada de un mundo ajeno, ciego y sordo ante el dolor. Un poema trágicamente actual, lúcido y luctuoso, cargado de fatalidad.

Un año más (1964), de Samīra ‘Azzām

Samīra ‘Azzām, pionera del relato corto dentro del canon literario palestino, parte de una raíz autobiográfica que deriva en materia común. La trayectoria personal y artística de la autora quedó alterada a partir de 1947, con la partición de Palestina, y de 1948, año en que se vio forzada a emigrar con su familia durante la Nakba. A los primeros años en Líbano le siguieron estancias recurrentes en Beirut, Irak y Chipre. Países donde consagró su carrera de traductora y periodista mientras forjaba una escritura que dimanó de las tempranas temáticas personales, o aquellas relativas a la desigualdad de la mujer, hacia terrenos más amplios, que, sin excluir las primeras, abrazaban la situación palestina de manera irremediable.

Un año más narra la historia de una familia separada tras la creación del Estado de Israel, con una protagonista dispuesta a transitar un largo camino en aras de ver a su hija en el encuentro anual permitido por el Gobierno israelí en Jerusalén. Mediante la repetición de los regalos que carga la anciana consigo, y de los registros en los puntos fronterizos, ‘Azzām consigue tejer una historia que, si bien emplea un registro tragicómico, refleja la cruda realidad de la disgregación familiar. La historia de su estirpe quedó truncada junto a la de su territorio. Seres perdidos que intentan mantener a flote su genealogía a pesar de la distancia, pero ya no se conocen. Las muertes y los nacimientos son relatados por terceras personas. Las bodas son un recuento de ausentes. La memoria común del pasado, la casa, los naranjos, la tierra, se desvanece entre carencias materiales que cargan los recuerdos de impotencia. Y, para colmo, el encuentro anual permitido por las reglas del colonizador, puede terminar frustrado. En este relato, sin menoscabo de su maestría absoluta como cuentista, la autora consigue manejar dos mensajes diferentes que terminan confluyendo en una única cuestión. La peripecia particular de la anciana convive con las consecuencias de la deshumanización derivada de los desplazamientos y las separaciones forzadas, donde la cualidad humana se resquebraja al perder el control absoluto del destino.

A diferencia de Fadwa Tuqan y Samīra ‘Azzām, la literatura de Gasán Kanafani nace vinculada a la causa palestina

Lo que os queda (1966), de Gasán Kanafani

Este libro forma parte, junto con Hombres en el sol y Um Saad, del clásico Trilogía Palestina. Sin embargo, la apuesta formal de este texto merece una atención especial, debido a las dudas que el propio autor experimentó tras la publicación, en virtud del reto aparente que suponía su lectura. Contradicciones afortunadamente recogidas por María Rosa de Madariaga para su edición en español en la editorial Hoja de Lata. La novela narra la historia de dos hombres y una mujer, enfrentados a unas durísimas condiciones de vida, al desierto y al tiempo, que operan a su vez como otros dos personajes. A diferencia de Tuqan y ‘Azzām, la literatura de Gasán Kanafani nace vinculada a la causa palestina. Exiliado desde su niñez, se inició como militante antes de terminar la adolescencia, y en los años que precedieron su asesinato, con 36, trabajó arduamente por la liberación.

En Lo que os queda, Kanafani apuesta por un texto de límites difusos entre las voces narradoras, con zonas de acción dudosas y lugares de enunciación mutables; una decisión formal que fue reprobada por la crítica. Tiempo más tarde, el propio autor se preguntaba si había obrado bien, si su voluntad estilística no alejaba su novelita del pueblo para dejarla en manos de un público intelectual, que no era el destinatario utópico de su proyecto artístico. Sin duda, en comparación con otros de su autoría, el texto presenta cierta complejidad, pero no se trata de un caso en extremo difícil. Es apenas una obra que se disfruta más en una segunda lectura, que ofrece diversos estratos para desplegar, como mínimo, dos líneas interpretativas. Una mirada cenital de los personajes y su devenir nos guiará, mediante metáforas y analogías, a interpretarlo como un llamado a la necesaria toma de conciencia del pueblo palestino, mientras que, a ras de suelo, aporta indagaciones paralelas y completamente realistas sobre el deseo, la vergüenza, la miseria o el honor familiar.

Cactus (1975), de Sahar Khalifeh

La autora, referida en ocasiones como pionera de la literatura feminista en su país, logró su consagración como novelista internacional con Cactus. Esta, su segunda publicación, fue notoriamente traducida, tal vez porque representaba una crítica hacia el interior de la sociedades árabes en general y palestina en particular. Ello a pesar de la tradición feminista patria que la precede, encarnada por Fadwa Tuqan, Samira ‘Azzām, Asma Tubi o Leila Khaled, entre otras. Figuras cuyos escritos demuestran que, desde mucho antes, las mujeres palestinas se habían atrevido a cuestionar los estamentos de poder y los roles de género que condicionaban sus vidas. Por otra parte, junto a la problemática feminista, la obra de Sahar Khalifeh siempre ha supuesto una afrenta contra la ocupación israelí y por los derechos de liberación de su pueblo; de modo que su autocrítica, tan informada como valiente, permite sacudir los axiomas para actualizar las necesidades y urgencias de una sociedad condenada a repetir sus días en el lienzo de una derrota forzosa.

Tanto en su primera obra, No somos vuestras esclavas, como en Cactus, traducida al castellano por Txalaparta, y también en el largo recorrido de su obra, Khalifeh se revela contra esa derrota. Dentro del paradigma temporal, Cactus se ubica en la etapa posterior a la Guerra de los Seis Días para narrar la historia de una joven decidida a participar en la lucha armada. Este personaje subsume características inherentes a esa “nueva mujer” presente en la obra de Khalifeh, aunque otras novelas posteriores le permitieron madurar el arco de sus personajes femeninos. Mujeres útiles y necesarias para la liberación, que reconquistan el derecho a la participación política en su afán de provocar el giro definitivo en el estado de las cosas. Para ello, deberán enfrentar de manera simultánea dos estructuras de opresión. Khalifeh entreteje las cuestiones de honor, el matrimonio, las obligaciones derivadas de la familia, la alienación de las mujeres, el deseo sexual y el acceso a la educación, con aquellas derivadas de la ocupación israelí.

Tierra de fiebres (1985), de Ibrahim Nasrallah

Es una novela inclasificable de marcada carga onírica, que pivota entre el dolor más tangible y los múltiples espacios de irrealidad, representa una aguda crítica a las desigualdades sociales derivadas del negocio del petróleo. Basada en la experiencia del propio Ibrahim Nasrallah como profesor en Arabia Saudí, desvela las condiciones de vida reales de unos personajes condenados, de un modo u otro a la muerte. Hacia el final, uno de sus personajes, la joven Fátima, pregunta insistentemente a su padre:

—¿Hasta cuándo vamos a seguir así, padre?
Era la difícil pregunta que no había sabido responder en toda su vida. ¿Hasta cuándo aguantarás aquí? ¿Hasta cuándo aguantarás sin desmoronarte? ¿Hasta cuándo se librarán de tu huella las ciudades? ¿Hasta cuándo seguirás muerto en vida? ¡Hasta cuándo!
—Esa es una pregunta difícil, Fátima. Sale de tu boca pequeña, de tus ojos llenos de añoranza, de desolación y fiebre, de las yemas de tus dedos, que buscan una respuesta satisfactoria al tiempo que arañan la piedra de las paredes.
—¿Hasta cuándo, padre?
Abu Muhámmad se palpó los pies y los encontró en su sitio. Se levantó. La puerta se abrió y mostró el rostro de un fantasma cansado, de barba blanca y con una kufiya liada caóticamente a la cabeza.
—¿Hasta cuándo, padre?
Abu Muhámmad caminaba en dirección al edificio de la Gobernación.
Aquí acaba el mundo, aquí comienza.
—No pienso seguir corriendo, Fátima. Hoy acabará todo. Nos marchamos de vuelta. Se acabó.
(…)
—¿Hasta cuándo, padre?
Todos los habitantes de la tierra habrían oído aquel grito si hubieran prestado atención por un momento. Fátima había explotado como nunca antes lo había hecho. ¡Tenían que escucharla!
La casa, las paredes, el techo se desintegraron: sus manos, sus dedos, su cabecita, su cabello oscuro, sus veintidós años, sus pasos y hasta su sombra, todo había estallado. Todo voló por los aires y los fragmentos cayeron lentamente al suelo, sobre el aeropuerto, las casas renegridas y sobre los cuervos que se posaban en ese momento sobre la tapia de adobe del cementerio.

Su genialidad reside en la solvencia estilística que sostiene los niveles narrativos: desde una pelea de gallos hasta una historia de amor, desde la pérdida de la propia identidad hasta los raptos más temidos de violencia. Para su autor, la literatura palestina se inserta dentro de los esfuerzos de un pueblo por ocupar el espacio que les corresponde dentro de la cultura mundial, como analogía del derecho a ser que les ha sido históricamente negado.

La tierra se nos estrecha (1986), de Mahmud Darwix

Escrito en la magistral prosa poética de uno de los mayores renovadores del lenguaje literario árabe, y representante de la poesía contemporánea internacional, es un texto que trasciende la cuestión palestina y resulta especialmente oportuno. En primer lugar, por rendir homenaje a la voluntad universalista de su autor, empeñado en derribar los compartimentos estancos de las identidades y las interpretaciones únicas. Como recalca Luz Gómez, arabista y traductora de varios volúmenes en la editorial Pre-Textos, Mahmud Darwix era, ante todo, poeta. Sus obras representan un humanismo que desborda lo particular, hasta ofrecer un panorama absoluto de lo humano. En segundo término, porque, a pesar de su brevedad, contiene una valiosa muestra de la estética y el estilo del autor, donde la idoneidad de la estructura, en búsqueda del ritmo perfecto, y la sencillez de los recursos metafóricos consiguen penetrar los sentidos para operar el milagro que encierra la función poética. Y, en último lugar, por su vibrante actualidad, que permite superar los límites de la contingencia histórica.

Hoy, este poema puede ser leído en el contexto del creciente racismo y persecución al que nos aboca el nuevo Pacto de Migración y Asilo firmado por la Unión Europea en diciembre pasado. O como el reclamo de quienes llevan años viviendo en campos de personas refugiadas, exiliadas, como estuvo el propio Darwix. Seres desposeídos para los que ya no queda un espacio seguro sobre la faz de la tierra. O como el último grito emitido en lo más oscuro de la noche, en alta mar, en esos instantes que preceden la muerte. Y, por supuesto, puede leerse desde los sucesivos cortes históricos que han mutilado la carne y la tierra palestinas. Así, en su indagación de la memoria y la tragedia propias, Darwix compone una apuesta donde, en palabras de Naomi Shihab Nye, es “testigo elocuente del exilio y la pertenencia”. El nosotros desde el que habla la voz narradora propuesta por el autor, invita a reflexionar, sin dogmatismo, en torno a la responsabilidad colectiva del presente. Una de las preguntas que plantea el poema, “¿adónde iremos después de la última frontera?”, queda, de momento, sin responder.

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