Detrás de la noticia
Ricardo Rocha
Michoacán ha sido como aquella casa de los espejos de nuestros recuerdos de infancia. Donde lo que parece no es sino una trampa de la realidad. En la que los personajes se deforman y se transforman por instantes. Y cuando se muestran al alcance de la mano, están protegidos por un cristal invisible.
Ahora resulta que en Michoacán nada fue cierto. Al menos yo he de confesar que fui engañado vilmente por las apariencias y por mi propia mirada. A ver, aquí hay dos versiones confundidas y opuestas. La primera es el conmovedor relato de un viejo político llamado Fausto Vallejo —cuatro veces alcalde de Morelia— que en una democrática hazaña postrera logra devolver a su partido, el PRI, el gobierno de un estado histórico como Michoacán. Y lo hace imponiéndose a la hermana del antipático, soberbio y todopoderoso ex presidente de la República, Felipe Calderón. Y enfrentando luego a los demonios de dentro y de fuera. Al interior, las mordeduras de un deterioro físico con enfermedades implacables y mortales apenas contenidas por esfuerzos desesperados. Al exterior, una desigual batalla contra los feroces capos del narcotráfico que se han apoderado de tierras y gente por casi tres décadas. Motivos más que suficientes para doblegarse al poder central y suplicar ayuda para evitar el desmoronamiento total de ese pequeño reino. Una doble, noble y heroica guerra de un gobernante pequeño y asediado a dos fuegos.
La otra historia también es cierta. Es la de un hombre que nos engañó a todos con su pinta de asceta contemporáneo; con su rostro cuasi cadavérico pero conmovedor y convincente. Que llegó al poder con el apoyo invisible aunque efectivo de los dineros sucios y ensangrentados de los narcotraficantes. Y que por eso les entregó a cambio el estado completo, asumiéndose como marioneta de los hilos del poder templario representados ni más ni menos que por Rodrigo, el insoportable juniorcete que hacía y deshacía en el estado de papi; el anciano que se carcajeaba por la noche de cómo nos engañaba durante el día. Así hasta que la farsa fue insostenible y derivó en tragicomedia. Y ahí están en el video revelador el rufián de cuarta sermoneando al hijo de quinta que le informa sumiso del gobierno de carcajada de su padre; eso sí, pidiéndole otra cervecita a su patrón Servando Gómez, La Tuta. Patético.
Como lo que ha seguido después: la atenta invitación para que Rodriguito responda a un delitito llamado encubrimientito. Al fin que el video no prueba nada. Igual se trató de dos hologramas, uno de ellos con capacidades de ingestas tecatianas; o en una de esas, photoshopearon o pixelearon al pobre Rodriguito que, según su padre, es un alma de Dios. Seguro que eso fue a decir antier don Fausto en su visita de dos horas vespertinas al edificio principal de la PGR, abogando por su engendro.
Ya en este punto el asunto es muy serio: el actual gobierno de Peña Nieto se está jugando su credibilidad con el caso Michoacán. La razón es muy simple: se trata de un gobierno priísta investigando a un gobierno estatal también priísta. Por eso, puede pero no debe evidenciar una procuración diferenciada de la justicia: para no ir muy lejos, las desproporcionadas acciones en contra del doctor Mireles y Mamá Rosa; frente al trato terso para Rodrigo y su padre. Ambos, por cierto, tienen un montón de preguntas que responder: ¿Cuántas veces se ha entrevistado Rodrigo con La Tuta? ¿Cuántas lo ha hecho Fausto Vallejo? ¿Por qué le rinden cuentas al líder templario? ¿Qué y cuánto les ha dado a cambio de mandar a su conveniencia en el estado? ¿Quiénes del gabinete, presidentes municipales y legisladores están también en la nómina de Los Caballeros Templarios? ¿Cuánto tiempo más pensaban seguir con esta farsa?
Ahí están pues las dos historias paralelas. Una frente al espejo de la otra. Las dos aparentes. Sólo una cierta.
ddn_rocha@hotmail.com
Periodista
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