Indolencia social ante los crímenes ligados a las pandillas
Eran jóvenes y muchas ni siquiera habían iniciado una vida conyugal; otras estudiaban y vivían con sus padres. Eran mujeres a las que se les vedó la oportunidad de formar una familia y, en otros casos, de ver crecer a sus hijos. Son las que, de un momento a otro, engrosaron las estadísticas del feminicidio en Guatemala.
Razones hay muchas por las que las adolescentes, casi niñas, fueron baleadas: se opusieron a formar parte de una estructura criminal de extorsionistas, se involucraron con un hombre agresivo o formaban parte de una pandilla.
A la Fundación Sobrevivientes y la Red de la No Violencia contra la Mujer les preocupan no sólo los asesinatos de las 705 guatemaltecas en 2015, también que 68 por ciento de ellas no sobrepasaban los 35 años de edad.
“Cada vez son más jóvenes las mujeres asesinadas y eso me tiene con mucho pendiente”, dice la activista Norma Cruz, de la Fundación Sobrevivientes. “Pero más me aflige que 17 por ciento de ese 68 por ciento corresponda a niñas y adolescentes que no lograron llegar a tener en sus manos ni su documento de identificación personal y ya están en una tumba”, puntualiza Cruz.
Vidas truncadas no sólo por una bala, sino también de asfixia por estrangulamiento o por puñaladas, y que agregado a eso fueron envueltas en sábanas lanzadas a barrancos, a orillas de las carreteras, o metidas en los baúles de carros abandonados con mensajes claros hacia las mujeres para sembrar el terror.
“Muerte por infiel” o “por no pagar la extorsión”, son textos que aparecen en papeles que iban en las ropas de las víctimas.
La Fundación Sobrevivientes hizo un estudio que perfiló las muertes violentas de mujeres según la forma del crimen. Arma de fuego con sicarios es una de ellas.
Claudia Hernández, directora de la organización civil, dijo a SEMlac: “Nosotras les llamamos asesinatos limpios porque son rápidos; se dan en un término de 15 a 20 minutos; en la mayoría de los casos sus agresores son sicarios contratados por un marido o novio”.
Arma de fuego más “maras” (pandillas) es el otro perfil. Hernández comentó que en este caso suelen utilizar más munición, ya que en algunos casos no hay experiencia en el manejo del arma, se dispara al azar, y los asesinatos se perpetran en el área geográfica de control del grupo.
Son personas jóvenes entre 14 y 25 años que preguntan por ella y, de forma rápida, desenfundan el arma. En la mayoría de casos los impactos son en la cabeza o el abdomen, no suelen ser más de tres impactos.
Arma de fuego y crimen organizado o narcotráfico es una tercera clasificación. Estos crímenes presentan un patrón y “modus operandi” fácilmente identificable: las víctimas son personas relacionadas, ya sea por lazos familiares o por ser parte del grupo; se realizan con premeditación y su ejecución se lleva a cabo en operativos estilo comando, en vehículos de cuatro puertas, vidrios polarizados; se utilizan armas de grueso calibre y el número de impactos de bala es mayor.
Otras mujeres también aparecen mutiladas: un tórax, una cabeza o un brazo y el resto del cuerpo no suele aparecer.
Nery Cabrera, director del Instituto Nacional de Ciencias Forenses (Inacif), dijo a SEMlac que es escalofriante ver pequeños cuerpos de niñas de ocho, 10 o 12 años de edad, con una bala en la cabeza, en el abdomen o la espalda.
Los datos reportados por el Ministerio Público (MP) son el insumo con el que se cuenta para que organismos internacionales de Derechos Humanos consideren a este país centroamericano como el segundo después de Honduras, donde se mata a más mujeres.
El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), en su informe de 2012 “Ocultos a plena luz”, coloca a Guatemala como el tercer país de 10 en el mundo, después de los africanos Lesoto y Nigeria, donde se asesina a más mujeres, niñas y adolescentes entre los cero y 19 años de edad.
Según estadísticas entregadas a SEMlac por el Inacif, al menos en 10 años unas 7 mil guatemaltecas perdieron la vida a manos de un agresor cercano a ellas.
En Guatemala a diario son asesinadas una o dos mujeres. Tanto así que los medios de comunicación ya las incluyen en las notas de sucesos como noticias breves, y han dejado de ser una noticia alarmante.
“Que las víctimas sean jóvenes muestra el hecho de que son mujeres que están incursionando en el ámbito público, que se han apartado del rol tradicional que se ha asignado a las mujeres”, dijo a SEMlac Hilda Morales, defensora de la Mujer de la Procuraduría de los Derechos Humanos (PDH), en alusión a que ese cambio provoca la molestia del machismo y patriarcado de este país.
Morales señala que nadie se da a la tarea de saber de la vida de cada una de las adolescentes asesinadas, por eso la población no se entera de quiénes son.
Carmen Cáceres, de Convergencia de Mujeres (Convermujeres), indicó a SEMlac que existe una “mezcla de violencia delincuencial con violencia de género, especialmente en contra de la mujer. Los casos de feminicidio han dejado de ser un problema de impacto en la sociedad. Si comparamos el asombro y el rechazo que causaban en 2008 con la forma que ahora se perciben, hay una gran diferencia”, observó.
Probablemente la reiteración de las muertes violentas de las mujeres, los señalamientos de su posible pertenencia a grupos delincuenciales, sin mayor análisis, y la impunidad que aún prevalece, han insensibilizado a la población y tiende a “naturalizarse” el problema en un ambiente “androcéntrico y misógino”, puntualizó la activista.
Verlas tiradas en las calles, tras haber sido asesinadas de las formas más crueles, ya no causa ningún sentimiento de rechazo en la población, señala Morales.
El procurador de Derechos Humanos, Jorge de León, califica las muertes violentas de mujeres como crímenes de venganza, “problemas amorosos”, robos, extorsiones y violencia intrafamiliar.
Si de pandillas se trata, estos grupos socaban la vida de las niñas más que ninguna otra persona. La actual forma de ingresar a la “mara” ha cambiado, antes era la violación de parte de unos ocho miembros a la mujer y una golpiza; hoy son obligadas a delinquir y, cuando no cumplen con los requisitos que les piden, las matan.
Para ellas es difícil vivir en los sectores marginales de la ciudad, principalmente porque cuando las pandillas las observan y las quieren reclutar, les ordenan matar a un piloto del transporte urbano y extorsionar a un empresario.
Cuando pasan la prueba, pasan a ser propiedad de alguien y, si deciden abandonarlo por otro hombre, la muerte es inminente.
Pero Morales, de la PDH, sostiene que no se trata sólo de eso, pues niñas que se oponen a ingresar a la pandilla son asesinadas sin miramientos en la calle, a balazos y a plena luz del día.
El MP cuenta con cinco fiscalías contra el feminicidio y en todas ellas las investigaciones dan cuentan de que las jóvenes mueren a manos de su novio, amigo o pandilla. Lo que también desmitifica la creencia de que todas las adolescentes asesinadas son pandilleras: según el perfil que tienen en la Fiscalía, muchas estudiaban, otras vendían productos o trabajaban, cuando alguien acabó con sus vidas.
Un monitoreo de Convermujeres refleja que hay más guatemaltecas que mueren descuartizadas que hombres por las “maras”, esto a razón de 10 contra cinco. Otros casos están ligados a la violencia ejercida sistemáticamente por sus parejas, esposos, novios o convivientes.
Pero hay casos emblemáticos, en los que los esposos las han matado y de manera burda o cínica han escondido los cadáveres, presentando ellos mismos denuncias por desaparición o publicando la ausencia de ellas en redes sociales, criticó Hilda Morales.
Por: Alba Trejo
Cimacnoticias/SEMlac | Guatemala, Guate.-
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