El abuso de la confianza, la vulnerabilidad y el amor de una persona por otra es una historia tan remota como la historia de la humanidad misma.
lasillarota.com
“En la más reciente evolución de la estafa nigeriana, en lugar de
enviar cartas que prometen millones de dólares a cambio de un pequeño
favor, los estafadores se concentran en hombres y mujeres solteros que
buscan amor a través de las redes sociales”. DatingN more.
Ignoro el nombre real del hombre en la foto. Su imagen (robada)
aparece en uno de los falsos perfiles creados por estafadores
nigerianas/os. Pretenden que se llama Micheal Richard, de origen inglés y
residente en Nueva York. “Trabaja” en una compañía que sí existe
relacionada con el petróleo. Es –claro está- un “importante” ejecutivo.
Encontré su muro y algunos otros perfiles falsos a través de la
información que me enviaron algunas mujeres que fueron víctimas de los
meses de cortejo que terminaron abruptamente: el “enamorado rendido”,
con un pretexto o el otro, les solicitó dinero.
Cómo funciona la estafa
A través de cuentas falsas en Facebook solicitan amistad a
hombres y mujeres. Roban sus fotos de perfil, fotos familiares, en el
campo, en la sala de la casa, en el trabajo. Roban fotos de adolescentes
y niños a los que harán pasar por sus hijas/os. Después crean cuentas
falsas en las que utilizan las fotos robadas a personas que -por
supuesto- desconocen el uso que se da a ese material íntimo que
comparten/creen compartir sólo con sus amigos.
Ni la más remota sospecha de que sus fotos personales circulan como
un arma de seducción, acompañadas de largas cartas de amor en las que
los estafadores prometen “amor eterno”, “rehacer nuestras vidas”. “Somos
almas gemelas”. “Encuentro en ti al hombre/la mujer, que he buscado
toda mi vida”. “Mi hijo/hija necesita una madre y sé que tú serías la
mujer perfecta para ello”. “Lo mío no es un juego. No me interesan los
pasatiempos, ando en busca de un amor para compartir nuestras vidas”.
Los estafadores – en los casos que conozco hasta hoy- encontraron a sus víctimas a través del Inbox en
el Facebook. No el privado, sino el otro que está abierto a recibir
mensajes de personas a las que no hemos aceptado como amigos. Solicitan
amistad, y se mueven hacia el inbox privado. El “amor” llega
para ellos prontísimo y a primera vista. “Hay algo en tu foto de perfil
-escriben- ante lo cual mi corazón ha dado un vuelco”. Una sensación
definitiva. Única. También encuentran a sus víctimas a través de los
sitios de búsqueda de pareja.
El minucioso trabajo de cortejo puede durar semanas o meses. En
ocasiones –raras- envían modestos regalos. “Un detallito en el que va mi
corazón”. Muy pronto proponen a la persona engañada dejar de lado los
mensajes por inbox y comunicarse de manera más “íntima”. Solicitan su mail, números de teléfono, envían apasionados mensajes por whats App.
Muchos de ellos llegan a las llamadas telefónicas. Jamás a las
video-llamadas. Las cámaras de sus computadoras o celulares no sirven, o
por razones de trabajo se encuentran en lugares muy remotos y no logran
acceder a una señal.
Los estafadores nigerianos utilizan las mismas técnicas para seducir a
hombres y mujeres. Las mujeres suelen presentarse como rusas o
ucranianas. Al menos en la versión para América Latina de la estafa.
Para cuando la estafa es descubierta, una persona ya les ofreció su
corazón, les abrió su vida. Ellos conocen su nombre y sus apellidos,
direcciones, teléfonos, y muchas veces todos los datos de sus cuentas
bancarias. Sí. “Querida mía, desearía hacerte un depósito, una cantidad
importante para nuestro futuro”. El dinero nunca llega, pero ya tienen
los datos de las cuentas de sus víctimas. En algún momento ellos/as (los
“enamorados rendidos”), se encontrarán de golpe en una situación
gravísima, inenarrable, que los obliga a solicitar un préstamo a su
amada/o.
No conozco de manera personal a nadie que haya enviado dinero, pero existen blogs de
denuncia y apoyo en donde –sobre todo mujeres- intercambian los
detalles de sus experiencias. Las cartas de amor que recibieron (casi
idénticas). Las historias de los viajes de sus enamorados a “lugares
remotos”. Y con ligeras variables, los pretextos utilizados para
solicitarles “un préstamo urgente”. En uno de estos blogs una
mujer narra como en pequeñas cantidades, llegó a enviarle a su amado
quince mil dólares. Todos sus ahorros. El “viudo” o su “adorable hija/o”
piden el envío.
24/24 horas, equipos de hombres y mujeres nigerianas/os "atienden" el
negocio: llamadas, mensajes, envíos de fotos. Poemas. Video-llamadas
jamás, por supuesto."Ingeniero inglés que construye un hospital en
Nigeria”."Anticuario californiano"."Militar estadounidense en misión en
Kabul". Ese es el otro lado –siniestro, brutal- de “la historia de
amor”. Un grupo de más o menos seis personas, hombres y mujeres de todas
las edades, sostienen el engaño. Con una relativa pericia, al parecer.
En los falsos perfiles a los que tuve acceso, los hombres se hacen pasar
por estadounidenses o europeos. Sobre todo ingleses. Sus amigas en Facebook son en su mayoría latinoamericanas. En los blogs de
denuncia en inglés –en cambio- encontré que la “oferta” amorosa es
multirracial. Las personas publican allí las fotos robadas con las
cuales fueron engañadas/os. Los supuestos nombres y mails de los estafadores.
Las experiencias de Cristina y Luz Elena
Hace dos años una vecina me contó que había vivido una decepción para
ella durísima. Un hombre muy atractivo y encantador la había encontrado
a través de su cuenta de Facebook. Se hicieron amigos. Cada vez más
amigos. Durante cuatro meses mantuvieron una comunicación cotidiana.
Varias veces al día. “No me iba a dormir sin un mensaje amoroso de
Kurt”. Kurt odiaba las video-llamadas, pero conversaban por teléfono. Le
enviaba poemas escritos por él. La conversación se daba sobre todo por
mail y mesanger. La sorprendía que en el teléfono, el
inglés de su enamorado fuera por momentos un tanto deficiente, pero,
“quizá –se decía- el inglés deficiente es el mío”. Con frecuencia
tampoco respondía a las preguntas concretas que ella le formulaba. “Es
un hombre tan ocupado”.
Él ya no podía vivir un día más sin conocerla. Anunció su llegada
para un mes después. Quince días antes de su visita, Kurt fue “víctima
de un fraude bancario”. Sí, traicionado por un socio y amigo. Sus
cuentas estaban –temporalmente- congeladas. ¿Podría ella prestarle
dinero para el boleto a México? Dinero que por supuesto le regresaría
cuando llegara. Cristina sintió un golpe en el corazón. Le insistió
para que le explicara los detalles en una video-llamada.
Kurt primero fue amoroso en sus pretextos, luego comenzó a enojarse:
“No puede construirse un amor para toda la vida en la desconfianza”. “Me
conoces muy bien, como nadie”. “Tienes fotos mías, de mi familia”. “He
puesto mi vida en tus manos”. Cuando Cristina le dijo que jamás
enviaría el dinero del boleto sin la video-llamada previa, Kurt
desapareció. Cerró su cuenta de Facebook. El teléfono dejó de
existir. Cristina supo que era una estafa, aunque seguía convencida de
que Kurt –el estafador con nombre y apellido- existía.
Cristina fue a un grupo de terapia en el que participaba en ese
entonces y contó su historia. A la salida una de sus compañeras la
esperaba. Estaba aterrada. Había vivido una experiencia muy semejante,
sólo que había proporcionado a Tony, el estafador (al que ella también
imaginaba así, en singular) todos sus datos personales. Le había
enviado videos de su casa, su calle, su familia. “Amor mío, quisiera
conocer cómo vives. Tu lugar de trabajo, tu familia”. Él, por supuesto,
no podía enviar videos de regreso. Tampoco hablar seguido por teléfono.
Era un ingeniero estadounidense (sí, con mucha frecuencia son
ingenieros), trabajando en un inmenso buque en altamar.
El excelente padre de un joven universitario. Tom, el hijo de Tony
le había llamado por teléfono para “conocerla”. Nunca había escuchado a
su padre tan feliz, tras muchísimos sufrimientos y desilusiones, “su
padre había encontrado en ella a la mujer de su vida”. Luz Elena
flotaba. Apenas su enamorado terminara su misión en alta mar –de la que
no podía dar demasiados detalles, confidencialidad oblige-
viajaría con su hijo a México a conocerla. Un día Tom le hizo una
llamada de emergencia, tenía que pagar el semestre de su universidad y
su padre – cuya holgura económica quedaba más que “probada” en las fotos
que le enviaba a Luz Elena- no estaba en posibilidad de acceder a sus
cuentas bancarias. Problemas de comunicación entre el buque y sus
bancos. ¿Podría ella enviarle los 5000 dólares que necesitaba para
pagar la universidad?
Luz Elena dijo que no, que en todo caso esperaba a que fuera Tony
quien le pidiera su apoyo. Tony apareció, primero pidiendo amablemente
el dinero y después exigiéndolo. Más o menos con los mismos argumentos
que en el caso de Cristina. “El amor de mi vida, la mujer con la que
quiero casarme, ¿no es capaz de apoyar a mi hijo en una emergencia?”
Cuando Luz Elena dijo que no, padre e hijo – después de la furia, las
amenazas y los insultos- desaparecieron para siempre.
La experiencia de Graciela
Me sorprendieron ambas historias, pero me parecieron casos aislados.
Rarísimos. También creí que ambos estafadores existían con esa
apariencia que mostraban, ese nombre y ese apellido. Hace una semana me
escribió Graciela, una mujer con quien compartí el taller “Madres e
hijas” en el Instituto Simone de Beauvoir, y por la que siento un gran
cariño. Quería compartirme una historia que la hacía muy feliz y la
inquietaba. Estaba enamorada de un hombre encantador que en un mes
vendría a visitarla a México. Viajaría juntos a Cancún. Viudo, con un
hijo pequeño. Pero algo en él –a pesar de ser maravilloso- la
inquietaba. ¿Quizá era demasiado “maravilloso”? Una especie de
príncipe azul de los tiempos modernos. Recordé las historias de Cristina
y Luz Elena. Había varios datos en común. Me mandó el nombre de su
enamorado y sus fotos. No le había pedido aún dinero, pero la
sorprendía la velocidad con la que él se había enamorado. Su oferta de
matrimonio sin nunca haberla visto. Un hombre muy religioso, por cierto.
Que juraba –además- por el amor, la fidelidad y la familia.
Allí dejó de parecerme que esa estafa “amorosa” fuera un caso
aislado. Encontré una página con 1,448 comentarios: “De Oriente a
Occidente. Estafadores Nigerianos”. No es la única en la que las
personas engañadas comparten sus experiencias. En inglés pueden buscar “Nigerian scams”, “Romantic scam”.
Existen también numerosos testimonios de la manera en que las personas
fueron despojadas: el “enamorado” fue víctima de un secuestro y su vida
corría peligro. Fue internado de emergencia en un hospital y le urgía
el dinero para pagar. El hijo padecía una enfermedad gravísima.
Etcétera…
Envié mensajes preguntando si conocían casos de estafas semejantes.
Recibí información de cinco perfiles de Facebook, desde los cuales
entraron en comunicación con ellas o con amigas/conocidas suyas. Les
pedí a quienes me los enviaron que les avisaran a las demás Facebook friends de
los estafadores. Ya todas ellas –quienes me escribieron- estaban
bloqueadas en sus muros. Busqué las cuentas que me indicaron. Avisé (por
el inbox accesible) a las personas que aparecían –por sus likes- en las fotos que los estafadores dejan públicas. 28 personas. Les mandé links, y les expliqué que me parecía importante que alertaran a las demás.
También que sentía la necesidad de escribir sobre este tema,
denunciarlo para proteger a otras/os. Se trata de una técnica de estafa
de dimensiones muy vastas, por sorprendente que pueda parecernos. De
las 19 personas que me respondieron, sólo tres avisaron a las demás.
“Sospechaba de él” .“Nunca le creí”. “¿Cómo pudo?” Las otras
personas eligieron: “confrontarlo”, “exhibirlo en su muro”. “Primero da
aviso en privado, de una por una y después lo confrontas”. Los
“confrontaron”. Las bloquearon de inmediato. Ya casi ninguna de ellas
mantenía una relación a través del Facebook. Los romances –como dije
antes- se mueven rápido hacia espacios privados.
¿Confrontar a quién? No hay ningún “otro” de aquel lado de la
comunicación. El engaño es terrible. “Tengo su nombre y sus datos, lo
voy a denunciar”. “Sé dónde estudia su hijo”. “Tengo su teléfono”. “Sé
en qué compañía trabaja”. “¿Cómo lo exhibo para que todo el mundo sepa
que es un mentiroso”. “Escribí en su muro de Facebook que
Lundgren es un estafador”. Sólo que Ludgren, ni siquiera existe. Me
queda claro que la desilusión es intensa, pero que cada persona necesita
seguir hablando en singular. Por lo menos durante muchos días. Cada
persona necesita seguir hablando del estafador como “Jimmy”, “Patrick”,
“Vic”.
¿Cómo aceptar la realidad de que todo, cada foto, cada palabra, cada
mensaje es parte de una estafa en serie? ¿Cómo aceptar que ese hombre
nunca existió y que detrás de su foto funciona un equipo de
delincuentes? ¿Cómo aceptar que ese niño adorable a quien le tomó tanto
cariño, no existe? Nada es singular, nada es personal. Nada estuvo
dirigido a ella. Nada. Y sin embargo, pareciera indispensable
–mientras se vive el duelo- imaginar que existe alguien a quien
“confrontar”.
El charming Jimmy no existe. Existe una red de delincuentes
trabajando día y noche en cientos (¿miles) de “cortejos” alrededor del
mundo que terminarán en una estafa. Una estafa que se descubre antes o
después de enviar el dinero que solicitan. Las víctimas se sienten
dolidas, traicionadas, burladas. Los estafadores infligen un daño moral
y económico. O sólo moral, lo que jamás será un daño menor. El abuso
de la confianza, la vulnerabilidad y el amor de una persona por otra es
una historia tan remota como la historia de la humanidad misma. Esta es
su dolorosa modalidad cibernética.
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