Enrique Peña Nieto, titular del Ejecutivo. Foto: Benjamin Flores |
Nunca en la historia política del México moderno había
habido tantos exgobernadores sujetos a procesos penales al mismo tiempo.
Sin embargo, de los seis contra los que hay expedientes abiertos,
únicamente uno lo hace encarcelado; dos más enfrentan en libertad la
acción de la justicia, y los tres restantes decidieron huir de la misma
justicia.
A pesar de la multiplicidad de casos, el que ha acaparado la
atención política y mediática es el del veracruzano Javier Duarte.
Además, ha sido manejado muy atípicamente: primero le colocan a un
candidato priista a gobernador abiertamente enfrentado con él; después,
durante las precampañas, todo indicaba que los priistas sacrificarían a
Javier Duarte y lo obligarían a pedir licencia, y el entonces presidente
del Comité Ejecutivo Nacional del PRI, Manlio Fabio Beltrones, lo llamó
a rendir cuentas. Sin embargo, a mediados de febrero ese partido cambió
la estrategia y decidió sostenerlo, aparentemente por instrucciones
directas del presidente Enrique Peña Nieto.
El primer domingo de junio de este año vino la debacle
priista en las elecciones para gobernador en 12 estados. El PRI perdió
en siete de ellas, es decir, se quedó con cuatro menos de las que tenía
hasta ese momento. De inmediato, los militantes de esa agrupación
culparon de la derrota a los malos gobiernos de varias de esas
entidades, particularmente en Veracruz, Chihuahua, Tamaulipas y Quintana
Roo. Adicionalmente, desde su toma de posesión, el nuevo dirigente
nacional priista, Enrique Ochoa Reza, centró su discurso de renovación
partidista en el combate a la corrupción, incluso si esto implicaba
tener que señalar a gobernantes emanados de sus filas.
Para demostrar que dicho combate no se limitaba al discurso,
sino que lo concretaba en los hechos, decidió que la Comisión de
Justicia Partidaria de su partido le suspendiera los derechos
partidistas a Duarte cuando la Procuraduría General de la República
decidió iniciar averiguaciones previas por las denuncias de la Auditoría
Superior de la Federación y el Sistema de Administración Tributaria.
Llamó la atención que su partido procediera en contra del todavía
gobernador veracruzano y no lo hiciera en contra de otros en condiciones
similares, como César Duarte (quien todavía gobernaba Chihuahua) y el
ya para entonces exgobernador de Quintana Roo Roberto Borge, quien por
cierto ni siquiera acudió a la ceremonia de cambio de gobierno y se
encuentra desaparecido desde hace un mes.
Finalmente, después de que se reuniera con el secretario de
Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, Duarte solicitó licencia a su
cargo, supuestamente para defender su nombre y enfrentar las acusaciones
que le hacían. Y, una vez que se concretó la designación de Flavino
Ríos Alvarado como mandatario interino, se multiplicaron los apoyos
federales a Veracruz: Osorio Chong anunció que la Marina asumiría
directamente el mando de la seguridad en el sur del estado, añeja
demanda de los veracruzanos; el conflicto magisterial que ya amenazaba
con paralizar varias ciudades entró en un impasse también gracias a la
gestión del gobierno federal; y, finalmente, todo indica que la
federación acudirá al rescate financiero de la entidad y otorgará un
“apoyo” extraordinario de 11 mil millones de pesos, equivalente al
pasivo revolvente, es decir, las cuentas por pagar.
La única explicación lógica a tanto cambio de señal y el
atípico comportamiento del priismo tiene que ver con dos hechos
concurrentes: Veracruz tendrá elecciones de gobernador nuevamente en
2018, que coincidirán con la elección presidencial; y la importancia de
la entidad en las aspiraciones priistas por retener la Presidencia de la
República.
Veracruz tiene 6.5% de los electores nacionales y, aunque el
PRI no es el partido que más votos ha cosechado en las últimas tres
elecciones presidenciales, en la de 2012 Veracruz le aportó 6.3% de los
poco más de 19 millones de votos que recibió Peña Nieto (y 242 mil votos
más que el Verde en todo el país).
Además, de los siete estados que concentran 49% de la lista
nominal de electores nacional (Estado de México, Ciudad de México,
Jalisco, Veracruz, Puebla, Guanajuato y Nuevo León), el PRI únicamente
es gobierno en dos… pero en cinco se celebrarán elecciones a gobernador
concurrentes con las presidenciales de 2018. En cuatro de esas cinco, el
PRI no gobierna.
En este escenario, Peña y el PRI aplican una estrategia para
aprovechar estos 40 días de gobierno interino de Ríos Alvarado: quieren
enviar la señal de que el gobierno federal restablecerá la paz en la
entidad, tanto en lo relativo a los índices delictivos como a las
protestas sociales, y que entrará al rescate de las finanzas. Una vez
que Miguel Ángel Yunes –quien fue postulado por la coalición PAN-PRD–
tome posesión, previsiblemente le cerrarán la llave de los recursos
federales para estrecharle todavía más sus ya de por sí limitados
márgenes de maniobra en un gobierno de apenas dos años.
El presidente, en un intento desesperado por mantener al
PRI en Los Pinos después de 2018, optó por sacrificar a uno de los
principales financiadores de su campaña y negociar con él su fuga. En
realidad convenció a Duarte de que su única posibilidad de evadir la
cárcel era ésa, pues de aferrarse al poder hasta el último día, las
posibilidades de que el PRI gane en 2018 se reducen drásticamente y su
derrota era prácticamente una garantía de que lo someterían a la acción
de la justicia.
Peña no tenía nada firme que ofrecerle, pero si la
estrategia resulta efectiva y el candidato priista gana la Presidencia
en 2018, se abre una nueva oportunidad de negociar una absolución por
alguna vía.
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