Lydia Cacho
Plan b*
Las niñas y niños están sentados en un semicírculo, tienen entre 15 y 8
años, pertenecen a la clase media, y esta tarde se han convertido en
nuestro grupo asesor para entender qué programas de televisión ven, qué
temas les interesan, si se sienten o no escuchados por las personas
adultas. Ningún tema les es ajeno a pesar de que, como ellas y ellos nos
dicen, las personas adultas decidan no discutir ciertos tópicos con
ellos como seres capaces de dialogar y comprender las crisis que viven
las familias mexicanas debido a la violencia social y política, a los
desequilibrios económicos, a la creciente violencia dentro de la
familia.
Niñas y niños de todo el país tienen mucho en común, quienes viven en
las ciudades o pertenecen a grupos indígenas que viven en el campo
tienen ideas muy similares sobre la ausencia de fortaleza de las
personas adultas. Un tema en particular nos une en estos encuentros de
diálogo intergeneracional ¿en qué momento de la vida una o un joven con
solidez ética elige el camino de la corrupción? Por qué una o un
estudiante que demostró tener principios y valores sólidos unos años
después de salir de la universidad obtiene un buen trabajo, por ejemplo,
en el servicio público, y de pronto elige ser parte del problema y no
de la solución.
Las niñas y niños con menos de 18 años sostienen una hipótesis: las
personas adultas están en constante estado de estrés, reciben golpes
sistemáticos a su economía, viven una y otra vez experiencias de
injusticia que, por pequeñas que parezcan, van dejando huellas que las
debilitan emocionalmente, que les convierten en seres cínicos,
ambiciosos, y a los cínicos no les importa lo que suceda con las
personas de su entorno siempre y cuando ellos y su círculo cercano
tengan todo lo que quieren.
¿Ustedes creen entonces que los adultos de tanto sufrir se dan por
vencidos? Sí, replican niñas y niños a coro en señal afirmativa.
Además, dicen, se vuelven desconfiados, y egoístas. Sí, afirma un chico,
se vuelven corruptos por egoísmo; eligen sólo pensar en ellos y no en
las consecuencias que sus propios actos tienen en las demás personas.
Un chico de 8 años, en una sesión anterior define su visión personal de
justicia: “si yo le doy una galleta a José y media galleta a Juan, eso
está mal. Debo darles lo mismo a ambos porque si no lo hago, creo
injusticia.” Otra pequeña Tzotzil de Chiapas definió a los políticos
como personas que tienen un trabajo en que deben mejorar la vida de las
personas pero en lugar de hacerlo deciden robar, mentir y hacer mal su
trabajo. Hablan del partido Verde, les inquiero si es lo que piensan
ellas o sus padres y madres. Yo pienso eso, dice una niña Tzeltal con
voz segura, los del partido Verde nomás vinieron a prometernos escuela,
útiles, agua, luz. Nada más llegó a ser gobernador y seguimos igual.
Estas niñas y niños, a diferencia del primer grupo, estudian por las
mañanas y trabajan en el mercado en los puestos familiares para apoyar
su economía.
Todas ellas y ellos hablan de la existencia de fosas, de las
desapariciones forzadas, pueden explicar casi con la misma precisión el
secuestro que el fútbol. Ven a superhéroes realistas con defectos y
virtudes, rescatan a mascotas desprotegidas y muchas de ellas creen que
a veces deben rescatar a sus padres y madres del negativismo abrumador
que les arrebata la alegría.
No importa su origen social, racial o económico, las niñas y niños se
niegan a participar de la decepción emocional que causa desesperanza,
esa que las personas adultas a su alrededor derraman a diario frente a
los atentos oídos de sus hijos, hijas, nietos, sobrinas, o estudiantes.
Tal vez este México en guerra, donde la muerte y el crimen son tema de
sobremesa, está criando sin saberlo a una generación resiliente al
horror. Una generación que sabe que tiene derechos, que de verdad lo
sabe. Es un hecho que las organizaciones por los derechos de niños y
niñas han hecho un gran trabajo, empoderaron a millones de jóvenes que
entienden mejor al país que muchos adultos cínicos que se han rendido.
* Plan b es una columna cuyo nombre se inspira en la creencia de que
siempre hay otra manera de ver las cosas y otros temas que muy
probablemente el discurso tradicional, o el Plan A, no cubrirá.
@lydiacachosi
CIMACFoto: César Martínez López
Por: Lydia Cacho
Cimacnoticias | Ciudad de México.-
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