Ante la agudización de la crisis de seguridad pública en casi todo el
país se plantearon diversas opciones. Desde el “fortalecimiento” de la
policía federal, un súper subsidio a los estados para sus cuerpos
policiales, hasta el seguir con la misma dinámica que consiste en
incrementar las labores del Ejército y la Armada en funciones de
policía. Ninguna de estas puede convencer a nadie.
La idea de una nueva guardia no es nueva. Se ha hablado de ella
durante los años del fracaso del Estado mexicano en la materia de
seguridad pública. La ley de “seguridad interna” fracasó antes de
ponerse en práctica, tanto porque el candidato que luego resultó
triunfador había dicho que no la aplicaría, como porque la Suprema Corte
la declaró inconstitucional. Hay que recordar que esa efímera ley
señalaba que se nombraría un “comandante” militar al frente de todo el
aparato de “seguridad” en los estados que lo requirieran. Eso era un
abierto y legalizado ejercicio militar de autoridad en asuntos civiles,
como parte del proceso en el que hemos estado inmersos desde hace 12
años.
La Guardia Nacional fue eminentemente ciudadana en el pasado, aunque
bajo disciplina militar. Lo mismo en Francia que en México y muchos
países. En otros, la guardia es profesional, como ahora en Europa y
varios países de América Latina.
Se propone crear un cuerpo de seguridad pública nuevo, con
perspectiva ciudadana, aunque sólo por sus funciones y compromisos, que
vaya ocupando el territorio nacional, empezando por los lugares donde la
crisis de inseguridad y violencia es mayor.
¿De dónde sacar a los primeros efectivos? Tendrían que salir del
Ejército, la Armada y la Policía Federal, sencillamente porque no se
podría hacer un súbito reclutamiento de civiles que requerirían uno o
dos años de entrenamiento.
Pero no se trata de que el personal castrense se quede a vivir en la
Guardia Nacional, sino que se produzca un proceso de entrenamiento y
educación de nuevos reclutas, de guardias.
La Guardia Nacional sería un cuerpo de seguridad bajo leyes civiles,
expedidas por el Congreso, con responsabilidad exclusivamente civil,
integrada en la administración pública dentro de la Secretaría de
Seguridad y Protección Ciudadana.
Luego de tres años, dice el proyecto de decreto, el Presidente de la
República y del Congreso de la Unión harán una evaluación para tomar las
nuevas medidas que sean necesarias, las cuales podrían ir desde la
disolución de la Guardia hasta su continuación y reformas.
La idea de crear la Guardia no ofrece garantía de éxito, pero tampoco
es aconsejable convertir la preocupación en premonición de fracaso y
mucho menos de catástrofe. Lo que se desea es poder atender gigantescos
requerimientos de seguridad pública y empezar el regreso de los
militares a sus cuarteles, aunque, mientras tanto, se trasladen miles de
efectivos castrenses a las filas de una guardia militarizada en su
disciplina, pero civil en su relación con la sociedad, como lo son no
pocas en el mundo entero.
El camino hacia la superación de la política de creciente
intervención militar en la seguridad pública estará llena de obstáculos,
pero hay que emprenderlo ahora mismo con lo que se tiene.
Como sea que se analice el asunto, es tanta la violencia
delincuencial, que se requiere empezar a cubrir el territorio. Al menos
es preciso aceptar esto y luego arriesgarse a decir de qué otra manera
se podría lograr. El debate va a fortalecer la lucha contra esa
violencia, ya que existe en el país un acuerdo sobre el qué y sólo
debatimos los cómos.
Si la Guardia Nacional se reinstala en el país con otras formas y
tareas, aquellas derivadas de la crisis de violencia, tendremos tiempo
para evaluar su funcionamiento. Lo que no podemos hacer es seguir
reprobando el esquema actual de seguridad pública nacional sin que se
emprenda algo nuevo.
El problema, sin embargo, es que no hay soluciones ya probadas aunque
fueran parciales. Lo que ahora se proponga y luego se intente llevar a
cabo estará sometido al criterio de la verdad: la práctica.
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